La invasión a Ucrania cambió el cuadro internacional de forma radical modificando de manera sustantiva las relaciones de Occidente con la Rusia de Putin (y con su aliado incondicional: la Bielorrusia de Lukashensko).
Después de la implosión de la Unisón Soviética, las relaciones de Europa con Rusia, aunque complicadas, se mantuvieron en un marco basado en el reconocimiento mutuo de los límites de cada centro de poder. A pesar de que Putin era un jugador rudo, respetaba las reglas establecidas. Se mantenía dentro de la cancha. Con el asalto a su modesto vecino del sur, violó todas las normas de la convivencia pacífica y civilizada. Mostró sin rubor el proyecto imperial que lo inspira. A partir de ahora sus relaciones con Europa serán tensas. Si termina por someter a Ucrania, esos nexos serán de una fricción aún mayor. No le perdonarán haberse ensañado contra esa pequeña nación. Nadie querrá asociarse con ese tirano. En poco tiempo no existirá más esa dependencia energética desmedida que ata a Alemania y otros países con Rusia. Se diversificarán las fuentes de suministro energético. En ese programa de independencia, Europa contará con el respaldo de Estados Unidos.
A Nicolás Maduro antes le resultaba relativamente sencillo aparecer aliado con Putin. El multilateralismo que, junto a la China de Xi Jin-ping, planteaba el líder ruso, les abría a los gobiernos de países pequeños la posibilidad de participar en un teatro con múltiples actores demandando un nuevo orden mundial, menos centrado en Estados Unidos y sus aliados europeos. Este panorama se modificó con la aventura de Putin en Ucrania. Rusia está convirtiéndose en un paria. Las medidas de aislamiento y las sanciones en su contra arreciarán a medida que aumente la crueldad contra Ucrania y se eleve la heroica resistencia de ese pueblo y su líder, el presidente Volodimir Zelenski.
Las afinidades ideológicas de Maduro con Putin son muy tenues. Podría decirse que inexistentes, salvo porque ambos son esencialmente antidemocráticos. Putin es un conservador en el más estricto sentido de la expresión. Mantiene una firme coalición con los jerarcas de la Iglesia ortodoxa rusa. Siembre ha sentido desprecio por el comunismo como sistema económico. En cambio, Maduro coquetea con el marxismo, aunque a partir de un tiempo para acá lo utiliza para sonreírles a los ingenuos comunistas de su partido. Los vínculos con la Iglesia católica son distantes. Los nexos entre Putin y Maduro solo se tejen en el plano económico y militar. La compra de armas, la asistencia a los órganos de seguridad y la mediación para evadir las sanciones estadounidenses han sido la argamasa que ha pegado a esos dos regímenes ideológicamente tan dispares. Con la batería de sanciones mundiales en todos los planos contra Putin, el escenario cambió.
Este nuevo escenario quiere aprovecharlo la administración de Joe Biden para alejar a Maduro de Putin. Por esta razón envió a Venezuela la delegación que se reunió con Maduro y con la oposición el pasado fin de semana. En el encuentro se discutieron diferentes temas, entre ellos el levantamiento progresivo de las sanciones, el reinicio de las conversaciones en México y la liberación de varios presos políticos, incluidos los de origen estadounidense. Biden está evidenciándole a Maduro que el costo de mantenerse cerca del dictador ruso es mucho más alto que los beneficios que puede obtener de esa relación. Maduro debe de sentirse halagado de pasar a ser una ficha importante en el tablero donde están interviniendo las grandes potencias mundiales.
La jugada de Biden me parece oportuna y conveniente. Entre sus intereses se encuentra alejar a Maduro cuanto antes de la esfera de influencia de Rusia. Quitarle una pieza que podría ser importante en América Latina. Un país que cuenta con reservas petroleras y gasíferas significativas y que en el mediano plazo podría convertirse de nuevo en un agente fundamental en el mercado petrolero planetario. Biden está pensando en términos estratégicos. Hay que aislar a Putin donde sea posible.
Esta estrategia confronta varias limitaciones. Unas se encuentran en Estados Unidos. Varios de los líderes más agresivos del Partido Republicano han cuestionado con severidad el acercamiento de Biden con Maduro. Probablemente entienden la importancia de esa oportunidad, pero no quieren entregarle los laureles a Biden. Dentro de su propio Partido Demócrata también han aparecido algunas reservas. No le será fácil al mandatario estadounidense sortear esos obstáculos para sacarle el máximo provecho a los eventuales acuerdos que se alcancen.
Las otras dificultades se relacionan con la ambivalencia y volatilidad del gobierno de Maduro, que es capaz de contradecirse de un día para otro sin inmutarse. De las hipotéticas negociaciones entre el gobierno y la oposición tendría que salir un acuerdo para realizar unas elecciones transparentes en 2024. En este punto ha insistido Juan Guaidó, quien se muestra de acuerdo con comenzar un nuevo ciclo de conversaciones. Este debería ser el aspecto crucial del acercamiento, pero es al que Maduro le tiene mayores temores. Queda suficiente tiempo para presionarlo. Si Putin sale derrotado de su incursión en Ucrania, el proyecto continuista de Maduro puede sufrir un duro revés.
Biden aspira a utilizar a Maduro para cortar los tentáculos de Putin en América Latina. Maduro, a su vez, necesita un respiro adicional. Veremos.
@trinomarquezc
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