Necesitamos un urgente cambio y de trasformaciones profundas en Venezuela, especialmente institucional, para ello no podemos ser derrotistas y debemos pasar del diagnóstico a la acción; ubicarnos dentro del marco de la globalización moderna sin copiar estereotipos e ir mucho más allá del discurso de la liberación de los mercados, la apertura política y luchas feministas, del aborto, del sexo libre y del racismo. Todo lo contrario, la globalización debería ser vista como un desafío ante los sacrificios que se imponen para construir un país competitivo, de crecimiento, asertivo y deseoso de entrar en el arreglo de ganar-ganar que ofrece la globalización sin los sesgos del llamado “progres”.
Jamás había habido en la historia de la humanidad tal cúmulo de cambios culturales, educativos, políticos, económicos y tecnológicos como en la época en que nos toca vivir. Ese es el verdadero signo de la globalización. Hoy en día se acumula nuevo conocimiento humano en una década superior a todo el conocimiento que heredamos de cinco milenios de civilización. Mientras más rápido se mueve el mundo, más rápida deberá ser la capacidad de ajuste de los pueblos a un mundo cambiante y dinámico, confuso y fascinante.
Esta realidad inexorable adquiere relevancia si se comparan unos países con otros y de seguir Venezuela con el modelo impuesto continuará la paralización que ha experimentado en este siglo y tendrá un futuro comprometido consecuencia de la gobernanza. La superación de ese escenario no es un riesgo puramente teórico sino una posibilidad que debería pesar sobre las conciencias de nuestros dirigentes de hoy y de mañana. Este es el verdadero contexto en el que hay que comprender el rol de la cultura nacional. La transformación de la educacion, de lo que piensa la gente común, es el único camino hacia el progreso, y he allí el rol básico de la necesidad de un cambio en la educación con énfasis en la básica, la secundaria, potenciando la tecnológica y universitaria, esta última con la visión de futuro que deben tener las nuevas autoridades a ser elegidas en todo el sistema…
Nunca como antes la educación había tenido que responder al doble reto de preparar a los jóvenes para que se reconozcan en las virtudes de una sociedad y para que puedan enfrentar un futuro difícil, cambiante e inmensamente desconocido. En este contexto, la falta de una educación de calidad es una apuesta segura a la marginalización como individuos y como sociedad. Si no tenemos un entendimiento sobre las características del mundo de mañana, nuestro futuro continuará siendo dominado por la reacción inmediatista y pasiva a las fuerzas externas. La globalización del capital y de los mercados, la apertura económica y la difusión más amplia del conocimiento y la información, crearán oportunidades sin precedentes en el siglo XXI para que algunos países y empresas puedan acelerar su crecimiento mucho más allá de lo que pudieron hacerlo en las décadas pasadas.
La lógica básica es que quien logre un dominio de la tecnología suficiente como para insertarse en los circuitos de producción y comercio de las zonas más ricas, podrá aprovecharse de situaciones ventajosas en nichos de esos inmensos mercados, generando expectativas reales de progreso social.
El mundo del futuro luce optimista sólo para aquellos países que a través del uso estratégico del conocimiento puedan evitar ser arrollados por los nuevos problemas. El hecho es que la mayor ventaja comparativa del futuro será el dominio social y empresarial del conocimiento y la información. Es decir, la capacidad de las organizaciones humanas para aprovechar efectivamente el conocimiento en el proceso de creación de riqueza. Esto lleva a un nuevo paradigma económico, basado en producir a costos de producción en masa. En ese escenario, sólo los que sean capaces de dominar la tecnología podrán sobrevivir exitosamente. Quienes no, estarán condenados al fracaso. Una característica clave de los países, sociedades, empresas y personas que dominarán el siglo XXI será la habilidad para organizarse en torno a visiones y proyectos comunes, la disposición de los sistemas políticos para superar situaciones conflictivas y la búsqueda de soluciones a los nuevos problemas de la política pública.
Frente a estas tendencias del escenario mundial futuro, los venezolanos asumen una actitud de indiferente optimismo que hace eco a las frecuentes declaraciones conformistas de muchos de los dirigentes políticos contemporáneos. Se piensa entre nosotros que «en el mundo puede pasar lo que sea, pero Venezuela seguirá teniendo petróleo y recursos naturales valiosos para el mercado internacional, que podrá ser una democracia estable, y seguirá manteniendo una magnífica posición estratégica».
No hay un discurso sobre el futuro del país que no mencione siquiera referencialmente los verdaderos pilares para el desarrollo nacional. Ante la llamada «ventajas comparativas» basadas en el portento de los recursos naturales pareciera que no es necesario hacer prácticamente nada para lograr los niveles de progreso que aspiramos los venezolanos; pero es necesario entender que llegamos a la era de las dificultades y nuestra realidad es otra, debemos entender que la complacencia o indiferencia conduce a la pasividad, al fracaso y a mantener la crisis. Debemos comprender que la verdadera Venezuela no es la que se pinta graciosamente en la propaganda oficial o en las ofertas electorales, sino aquella que está por construirse, aquella que clama por conquistar un progreso amplio y compartido, una posición internacional meritoria, una esperanza de vida decente y de ingresos adecuados y un lugar decoroso en la cultura y la educación universal.
Sería necesario hoy de hacer el esfuerzo de crear y construir una visión futurista para nuestro país con el mismo compromiso y vigor que tuvieron los creadores de nuestra democracia contemporánea cuando definieron un nuevo camino, ambicioso y revolucionario para Venezuela y se esforzaron por hacerlo realidad. En un esfuerzo integral para ayudar a la transición de la Venezuela atrasada a una moderna con la mirada puesta en los retos del siglo XXI. Es necesario por lo tanto cambiar radicalmente el contenido del mensaje que se da a los venezolanos a través de la educación y de los medios de comunicación.
Sobre estas bases se debería formular un replanteamiento radical de un plan estratégico a través de un acuerdo tácito o explicito soportado por un cambio institucional cuya esencia debería eliminar la noción del «derecho adquirido» y enfatizar la oportunidad por conquistar con el esfuerzo la necesidad de pasar de una economía poco productiva y cerrada a la creación de un país en crecimiento construido sobre el esfuerzo de todos mediante una política con visión social compartida. Debería restringirse el rol del Estado frente al ciudadano y pasar del Estado interventor a un Estado útil a los ciudadanos.
Sería necesario hacer un esfuerzo, como jamás se ha hecho en Venezuela, a través del lanzamiento de la educación como la única, incontrovertida y exclusiva prioridad nacional, la verdadera empresa básica de manera de formar las nuevas generaciones de venezolanos capaces de adaptarse exitosamente a los cambios de la nueva realidad económica y tecnológica mundial, firmemente convencidos del valor de la iniciativa individual, de la solidaridad con la comunidad, y ocupados personalmente en mejorar sus propias condiciones de vida. Una revolución cultural. Todo este programa no puede resumirse sino con la idea fundamental de transformar de raíz la cultura venezolana, un cambio necesario e imprescindible que desmantele las principales taras del país construidas por un modelo político incompetente y corrompido frente a los inmensos retos de su desarrollo en el nuevo contexto internacional. Un nuevo modelo que surja de las entrañas del pueblo y de sus líderes firmemente conscientes de los retos de la globalización.
Construyamos nuevamente un país, remocemos las instituciones con un claro afán por imponer la justicia en todos los terrenos. Políticos que entienden que su rol no es el de representar intereses de un grupo o partido sino de representar fielmente a la voluntad social y al interés público sin creer en falsos liderazgos que incitan con una política continuista a destruir lo poco valioso que nos queda. Usemos los mecanismos que tienen las sociedades modernas para dirimir las diferencias en un ambiente de confraternidad y entendimiento con los derechos del otro y asumamos que el interés de las empresas y de las personas es sólo una forma institucional de obtener los mejores incentivos para crear, producir y distribuir. Esta es una tarea que no podrá hacer ningún partido sólo, ningún político sólo, ninguna persona por sí sola. Creamos firmemente en nuevos liderazgos emergentes, construidos de la base a la dirigencia en todas las áreas hasta la máxima magistratura y hagamos el cambio de modelo con fuerza y sostenibilidad desplazando un modelo que sumió al país en la mas profunda crisis de los últimos tiempos.