El conflicto venezolano es crisis nacional, regional latinoamericana, continental y mundial debido al protagonismo de Estados Unidos, Colombia, Brasil, Unión Europea, Rusia, Turquía, Irán y China. Venezuela se juega su futuro y el equilibrio de América Latina. Se ha convertido en el epicentro de la política internacional debido a su dificultad político-institucional, ruptura de valores democráticos, violaciones a derechos humanos, colapso económico, infortunio y descalabro social, además, de la salida de seis millones de emigrantes; sumado, a la averiguación por parte de la Corte Penal Internacional por crímenes de lesa humanidad. Lo que pone a prueba el liderazgo hemisférico y mundial de Estados Unidos, la fuerza emergente de China y Rusia, la influencia moral-política de la Unión Europea y armonía de América.
No somos tan importantes como la posibilidad de que la China comunista invada a la pequeña democrática, obligando la nada deseosa y arriesgada confrontación. O la creciente migración hacia tierra estadounidense desde América y el mundo que se amontona generando, a falta de mejores respuestas, violencia a caballo de la guardia fronteriza. Quizás los riesgos de la apertura china, ruta de la seda, para lo cual se involucran en la vida de naciones y fundamentalismos.
Pero si somos ya un problema que dirigentes venezolanos no han sabido resolver, sino que de hecho empeoran. Un inconveniente que afecta, preocupa a vecinos y aliados, pero también penetra al Caribe como punto de apoyo del injerencismo castro-cubano, por ello, tema de análisis y búsqueda de soluciones en capitales lejanas, con relaciones e intereses en la zona.
Contrariedad que generan millones de ciudadanos, sin distingo socio-económico e intelectual, buenos, malos, sanos y enfermos, que huyen para convertirse en vacíos de una Venezuela cada día más pobre y miserable, como amontonamientos en países que no siempre tienen capacidad para recibirlos e integrarlos a sus vidas.
Conflicto angustioso para Estados Unidos que resiste dificultades, aprietos de realidades económicas generadas por una epidemia que perturba y aflige, pero no se reduce. Una inflación que crece como cáncer de una economía ahogada en sus deudas y retos de potencia mundial.
No tenemos el valor explosivo de poder nuclear en un Medio Oriente distorsionado por haberes e intereses nacionales interpretados como religiones y hábitos, donde hay demasiados países enfrentados por sus principios, proveídos bélicos hasta los dientes y en su mayoría con poderío atómico. Una conflagración que puede convertirse en minutos en el principio del fin del mundo. Y el principal protagonista de ese futuro incierto, temible, está presente y crece en Venezuela.
Pero estultos endógenos dirigentes no lo ven así, se pelean por la limosna de una alcaldía como muestra de su enfrentamiento con el dominio central aferrado a su fuerza mientras se va quedando sin país. Han derrochado dineros, esfuerzos y emociones; perjuros traicionado la ciudadanía a cambio de una propina en un concejo municipal o al frente de una gobernación que nada podrá hacer sin el apoyo del mando dictatorial.
Somos tema de interés internacional porque somos un grave problema nacional que en más de veinte años no hemos podido resolver. Y que los gobiernos del mundo no van a solventar, porque tienen sus propios; no van a enviar cuadrillas para invadirnos, asumir gobierno y reparar lo que somos incapaces de resolver.
El futuro de Venezuela se va a decidir en sus calles e instituciones, con la legitimación del liderazgo por parte de la ciudadanía. La presión internacional es determinante pero no decisiva, su capacidad de incidir en la realidad venezolana es limitada. La supuesta intervención militar, incrementa la presión de la amenaza creíble, pero no se contempla con seriedad. Más efectiva y menos costosa económica y humanamente son las sanciones, en especial, la referidas al bloqueo de los ingresos provenientes del petróleo y las individuales de funcionarios.
La comunidad internacional es conveniente, necesaria y bienvenida, pero sólo será decisivo lo que ocurra internamente. Que colapsen los respaldos del régimen es siempre una posibilidad. Sin embargo, para la diplomacia el camino menos riesgoso para el mundo es parecido al que se toma con un enfermo infectado y contagioso: aislarlo, dejarlo que muera y después incinerarlo. El coronavirus nos los ha enseñado con crudeza.
@ArmandoMartini