El título de este artículo obedece a una modificación realizada a la definición que hiciera el profesor Rigoberto Lanz sobre lo que para él era Venezuela: “Una inmensa mancha de aceite”. Esta definición recogida en el libro de Arráiz Lucca, Venezuela en terapia intensiva, publicado en el año 2000, a escasos dos años de la andanada de desastres que supondría el chavismo, sobre todas y cada uno de los vértices de la vida de una nación asfixiada, que decidió erigir a un caudillo para que vengase todos sus rencores e iniquidades y terminase destruyendo, cual catástrofe natural, a uno de los países más estables y pujantes de la región, hasta convertirle en este erial socialista, en el cual se respira un vaho de derrota y sumisión insoportable.

Para aquel nobel año 2000, primero del siglo y del milenio, suponía una de esas declaraciones pesimistas de los académicos, esos seres que para el statu quo de la dirigencia política del país son raras aves, medradores de libros, excepciones de la regla y voces agoreras, que quedan acalladas por la vacuidad y la cacofonía de cualquier atolondrado en el poder.

Pues esa definición, la de la mancha enorme de aceite, con la cual el profesor Rigoberto Lanz parecía describir esta continuidad de nuestra existencia en medio de la simulación, en realidad quedaría pálida frente a los rigores de estos 22 años de atrasos indecibles, atropellos a la dignidad y un sistemático por alevoso, proceso de levantamiento de las formas institucionales y democráticas, que nos llevaron a ser primero una ex república de acuerdo con la también palmaria sentencia del académico Agustín Blanco Muñoz, la cual recibió la lapidación del oficialismo perpetrador de esta anomia y el desprecio de aquellos que se abrazaron al optimismo como un ansiolítico, para evitar comprobar un fracaso que era incontrovertible.

Esa inmensa mancha de aceite que maculaba a una ex república sería lentamente levantada de este erial que es hoy día Venezuela, por los efectos de un diluyente, la gasolina volátil y peligrosa, inflamable como hace lejanos 31 años, se hizo absolutamente inestable cuando en medio del segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez ocasionó uno de los peores disturbios sociales en la historia contemporánea de Caracas, el infame y sangriento Caracazo, un suceso usado a guisa de recurso literario por la narrativa del régimen y de sus asesores iniciales, entre los cuales destaca el fascista argentino Norberto Ceresole, quien yuxtapuso ideas como caudillo y pueblo, milicia y comuna, para crear este caldo inicial de cultivo, que luego fuera perfeccionado por la tiranía de los Castro.

El paquetazo económico, como así se satanizó aquel intento, quizás el único serio en profundidad, para lograr el viraje necesario del desastre, suponía un ajuste de 0,25 bolívares por litro, es decir, un medio más. Así se conocían a aquellas monedas de níquel, que en algún momento fueron medios de pago, según cuenta la leyenda. El 16 de febrero de 1989 se anunciaba al país por cadena nacional (cuando aquellos mecanismos de perlocución no se habían vulgarizado) el plan de ajustes. La eliminación de los subsidios, y especialmente los que mantenían bajísimos los precios de la gasolina, fueron la chispa de ignición del Caracazo, ese motín callejero que sumió a la capital en un caos de saqueos, incendios y destrucción, que se constituyó en el cúmulo de polvos que traerían estos lodos.

No obstante, el ajuste económico, sumado a los precios favorables del, petróleo, comenzó a dar frutos positivos, pero la percepción general de los ajustes era muy mala, quizás en el plan no se consideraron los efectos que años de clientelismo político y populismo  generarían en la psique del venezolano, esa mentalidad populista y clientelar era un muro impenetrable, en esta mancha de aceite conmovida por la ignición de la gasolina y sus precios, el débil pulso democrático del país, aunado con un plan orquestado, del cual no queda duda 31 años después del Caracazo, justificaron un intento de golpe de Estado, mismo que 48 horas luego de ser reducido, contaba con la aprobación de la población, que respaldaba la aventura golpista. Así de débiles eran nuestros reflejos democráticos.

La combinación letal entre la corrupción, la incompetencia, las demoledoras críticas de los medios de comunicación y la nefasta mentalidad populista, (que no esperaba la solución de los problemas del funcionamiento de las instituciones, sino de las soluciones de los caudillos), había deslegitimado casi totalmente el modelo democrático. Una parte  considerable del país apostaba por la solución revolucionaria, esperaban que unos superhombres limpiaran el lodazal, así fue como Chávez encarnaba esa fantasía violenta de regeneracionismo. Con esto quiero ser enfático en el hecho irrefutable de que la simplificada frase “éramos felices y no lo sabíamos” es una construcción por demás falaz, constituyendo la simplicidad de los hechos sociales, un riesgo tan tangible como la posverdad oficial.  Esto, que ya no es un país, necesita un baño de verdad necesaria, un ejercicio de compelimiento con nuestras falencias y extravíos, a los fines de lograr la tan ansiada reconstrucción, que visto los derroteros de este drama colectivo es menester asociarlo a la refundación de una nueva Venezuela, que eche al mar los grillos de la ignorancia, en tributo y homenaje al poeta Andrés Eloy Blanco, dándole así respuesta a su aislado manifiesto desde la ultratumba.

Ahora bien en este Nostrum Mare, en el cual naufragaron la escuela y el hogar como mecanismos de insuflo de virtudes, nos corresponde advertir nuestras realidades económicas, las cuales son tan graves, que perfilan una patología harto compleja para abordar nuestro país, que en nuestras fantasías cognitivas es aún muy rico, se encuentra en realidad al mismo nivel que Sudán del Sur, Yemen, República Democrática del Congo, Siria y Afganistán. El espectro de una hambruna bíblica recorre las calles de Caracas, la Harare del Caribe, nuestra economía está miniaturizada, es 70% más pequeña que en 2013, vivimos en medio de una antigualla económica en materia de precios, la improcedencia de una hiperinflación, en donde el propio Forrest De Capie no encontraría vínculo entre la emergencia de este espanto en precios y la estabilidad del Estado, el Banco Central de Venezuela es una torre inerte de concreto, que produce dinero sin soporte y de manera virtual en medio de una inconsistencia dinámica con los objetivos instrumentales del nivel de reservas que asfixian a la casi yerta industria bancaria, una de las más pequeñas de América Latina, con una contracción cercana a 75%, la contracción del PIB per cápita nos lleva 75 años hacia atrás, requerimos 77 salarios mínimos para poder comer, lo que normativamente nos mantiene con vida. En tal sentido, el chavismo es experto en hacer todo lo indebido para lograr progreso y bienestar, y en medio de este drama nos acecha la pandemia, en tiempos de este secuestro colectivo, en manos de los peores.

En estos tiempos de pandemia, desescalamiento progresivo y evaluación de la disyuntiva entre aislamiento y actividad económica, vemos cómo el mundo libre otorga auxilios a sus connacionales, que van desde bonos por 600 dólares, aproximadamente 120 millones de bolívares, para los trabajadores cesantes. Aquellos cuyos ingresos sean menores a 75.000 dólares recibirán un estímulo fiscal de 1.200 dólares, cerca de 240 millones de bolívares; parejas casadas con ingresos de hasta 150.000 dólares recibirán un estímulo de 2.400 dólares, 480 millones de bolívares; y los padres de niños que califiquen recibirán 500 dólares por cada hijo, es decir, 100 millones de bolívares.

En la anacrónica Venezuela de Maduro se reciben bonos de 1,25 dólares, el bono de alimentación es de tan solo 2 dólares y el salario adicionado a esta bonificación es de míseros 4 dólares, en medio de un aislamiento que es un eufemismo, pues 98,2% de la población vive del día a día, produce para comer a diario, una suerte de autarquía socialista, con una canasta básica normativa en 308 dólares, 77 veces más alta que lo percibido en un mes, esto aunado con el derrumbe de los servicios públicos, 80% del país sin agua ni electricidad, 33,3% de los usuarios de televisión por suscripción sin acceso a la misma y por ende desinformados y defenestrados a la desesperanza. Es en este entorno absolutamente incompatible con la vida en el cual se anuncian los ajustes del precio de la gasolina, además de acompañarlos con la receta del racionamiento, por terminal de placa, un homenaje a la planificación centralizada, vestigio de Lenin, Stalin, Pol Pot y los Castro.

Este ajuste es el más elevado de nuestra historia, y el primero que se hace en cuatro años, al anunciarlo Maduro nos pedía comprensión, entendimiento, alteridad, todas virtudes inexistentes en su hegemonía en el poder, la gasolina de bajo octanaje paso de 0,00001 bolívares a 5.000 bolívares, este es el esquema para consumir 120 litros al mes, atado al esquema del mecanismo de segregación política contemplado en el carnet de la patria. Este aumento presenta una variación de 499.000 millones de puntos porcentuales, es decir, medio billón de puntos porcentuales. Pronunciarlo supone un reto a la sintaxis y pagarlo es una bofetada, en un país petrolero que además debe importar lo que no es capaz de producir, y por un monto que bien habría supuesto la reparación de una refinería y la producción de 150.000 barriles de carburante diarios, suficientes para atender la demanda nacional. El otro esquema es demencial y fractura los dogmas, asumir el pago de la gasolina al mismo valor de Omán y Kirguistán, es más, es 10 centavos más costosa que en el repudiado imperio norteamericano.

Del medio petro al medio dólar por litro. Así pues llenar un tanque de 60 litros al esquema internacional consiste en erogar 30 dólares, casi 8 veces más que el irrelevante salario mínimo, el ajuste en el esquema se corresponde con una variación de 166.000 millones de puntos porcentuales.

Temas como la eliminación de la exención del cobro del IVA a la gasolina saltan a la palestra, pues de este precio de 0,50 dólar, produciría un impuesto indirecto de 0,08 dólar e igualmente aplicable al cobro de la gasolina a 5.000 bolívares cuyo efecto impositivo sería de 800 bolívares por litro, además de que según providencia administrativa 0071 del año 2011, se deben emitir facturas elaboradas en imprentas certificadas por el  Seniat y con los elementos de control fiscal. Así mismo la providencia administrativa 0456 del año 2005 establece un régimen especial de facturación para las estaciones de servicios, pero la misma en su artículo 2 establece claramente que se deberán emitir facturas para contribuyentes formales y ordinarios, cuando así lo soliciten los usuarios. Hasta ahora se han emitido unos soportes de transacciones que contravienen toda la normativa fiscal.

  • Ninguna estación de servicio está instruida sobre el pago del IVA que grava la venta.
  • La reforma del Código Orgánico Tributario establece unas alícuotas extras para la venta en moneda externa y criptoactivos distintos al petro. Esta alícuota va desde 5% hasta 25%.
  • Las estaciones de servicio no están preparadas para cumplir la materialización de los deberes formales (emisión de factura) indicados en la providencia 0456.
  • Aún no se han evaluado los riesgos de incumplir los deberes formales, frente a un marco de sanciones que no emplea como patrón de medida la unidad tributaria, sino la cotización de la moneda de mayor paridad en el BCV.
  • No existe claridad sobre la capacidad que tendrán las personas naturales y jurídicas de soportar el pago del combustible y su traslado hacia las estructuras de costos ante la Sundde y el ISLR.

En suma, nadie consultó a los académicos, es una medida incoherente, inviable y por ende condenada al fracaso.

Venezuela es cada día más orwelliana, más surrealista, menos país y más caos, menos república y más Estado total, menos nuestra casa y más una prisión.

 “La guerra es la paz, la libertad es la esclavitud, la ignorancia es la fuerza

Lema del partido Socing en 1984 de Orwell

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