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Venezuela: entre la crisis y las oportunidades

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Inicio mi columna de El Nacional señalando la grandeza de nuestro país en todos sus órdenes. Sin dudas, Venezuela ha sido un país extremadamente generoso y abundante por la gracia de Dios, y no sólo estamos hablando de petróleo, bauxita, bitumen, perlas, gas, minerales diversos depositados en el subsuelo de nuestros 916.000 kilómetros cuadrados. Nuestra nación (habría que discutir al respeto si todavía seguimos siendo una nación) fue premiada y bendecida al contar repito no sólo con recursos ilimitados abundantes (muy mal explotados sobre todo en las últimas décadas), además, ríos por doquier, un territorio que agrupa dentro de si llanuras, montañas, esteros, archipiélagos, tepuy, costas, además el recurso humano formado por décadas en nuestras universidades, incluyendo las características propias que definen la venezolanidad asociadas a sencillez, generosidad, sensibilidad, altruismo y demás.

Sin embargo, no todo lo que brilla es oro y lo traemos a colación dado que cómo explicar en Venezuela tanta abundancia, tantos aciertos y bondades y a la vez tantos desaciertos. Seguramente lo mismo debe ocurrir en Argentina y a los argentinos, una nación tan culta y estructurada en manos de unos gobernantes impúdicos que la han mancillado y destruido. América Latina y particularmente Venezuela pareciera esta llena de paradojas, disociaciones y antinomias. No es un tema de autoflagelación o críticas destructivas, pero lo registrados en estas últimas décadas no encuadra mucho dentro de parámetros lógicos y racionales, y por supuesto, unas de las trampas en las que hemos incurrido es la emotividad a la hora de escoger a nuestra clase política y especialmente autoridades.

Generacionalmente, tenemos un país en el que nuestros chamos crecieron en medio de profundas limitaciones, crisis, éxodo y diáspora, nacieron y crecieron escuchando un discurso falaz de diatriba, choque y condena a todo el pasado (y por supuesto que en ese pasado se cometieron muchos errores). El país era otro y merecía como los venezolanos oportunidades, transformaciones y cambios que pudieron impulsarse y que no tienen nada que ver con este experimento perverso de la llamada revolución bolivariana, donde afloraron distorsiones, carencias, y el quiebre de un modelo rentista extractivista. Sin embargo, y no es un tema de defender al pasado cercano, nos corresponde narrar o describir lo que cotidianamente como venezolanos vivimos en el periodo de mayor estabilidad en todos los ordenes de la otrora nación venezolana.

Insisto, no se trata de destruir, no se trata de hacer apología, no se trata de fatalismos sino de hacer un ejercicio sencillo que nos sitúe en el tiempo, y con los ejemplos más simples y cotidianos, podamos aproximarnos a entender no tanto cuanto hemos perdido sino cuanto tenemos que recuperar como país, sociedad, economía e incluso familiar e individualmente, sin caer en posturas extremas entre cuarta, quinta o sexta república.

La experiencias más ricas, complejas, ilustrativas y pedagógicas son las que para bien o para mal hemos vivido en carne propia, en nuestra infancia y juventud, en cada etapa, y tiene que ver con la familia, la educación, el estudio, el trabajo, el amor, la música, la comida, la cultura, lo religioso, pero fundamentalmente con lo cotidiano, lo vivido, lo experimentado. La Venezuela que perdimos tiene varias aristas y rótulos. Trataremos de señalar de manera arbitraria algunas áreas, campos o segmentos, repito, sin caer en apologías, sin caer en triunfalismos y peor aún terminar en fatalismos.

La Venezuela que yo viví, recuerdo y anhelo volver a tener no es perfecta para nada, pero fue una Venezuela amable, una Venezuela segura, una Venezuela más de certezas que de incertidumbres, una Venezuela de gente de bien, una Venezuela digna, honesta, emprendedora, plural, una Venezuela abundante y generosa en todo, y esa Venezuela que se esfumó por los errores de unos y otros, por nefastos dirigentes y políticos, por la comodidad de muchos, por preferir el halago y no la crítica, por creer en cantos de sirenas, en ilusiones irrealizables y promesas de carretera, esa misma Venezuela hay que recuperarla con esfuerzo, esmero, amor, dedicación, con valores, con fraternidad, con amabilidad, con sacrificios y buenos modales, con responsabilidad y pulcritud, con el recurso más grande que Venezuela tiene, ese que es más importante que el coltán, el petróleo, el oro, el gas, el agua y demás, que es su gente, y la actual crisis lo ha demostrado cuando tenemos unos venezolanos acá y afuera, en cualquier calle de Venezuela o del mundo laborando, brillando y produciendo valor agregado.

La Venezuela que recuerdo es la de cualquier colegio, liceo, kinder, unidad educativa, grupo escolar y por supuesto grandes universidades, donde recibíamos educación de excelencia, maestros y pedagogos que no sólo formaron o preformaron a grandes profesionales sino seres humanos y ciudadanos educados, ponderados, plurales, respetuosos sin importar el estatus, clase social o adscripción político partidista.

La Venezuela que recuerdo es una Venezuela incluyente y plural, éramos un solo país. Venezuela era única porque en la mesa del almuerzo, o de dominó o en una reunión de cualquier tipo éramos ante todo “personas”, “seres humanos” y “venezolanos”. De tal manera que en la misma mesa en una partida de dominó, o en misa o haciendo mercado, o en una cola exclusivamente para votar (recuérdese que Venezuela en décadas fue la única cola que conoció y experimento fue la de votar del resto no se recuerda ninguna cola o fila para un fin distinto al de ejercer el derecho a voto) estaban el adeco, el copeyano, el comunista, el masista y jamás la diferencia político partidista implicó odios, revanchas, afrentas, como dice el viejo adagio popular “todos comían en el mismo plato”, de tal manera que había cordialidad, respeto, civismo y venezolanidad.

La Venezuela que recuerdo es de abundancia no sólo grandes supermercados, sino que en cualquier abasto o bodega más humilde y modesta de cualquier barrio o caserío de Venezuela usted conseguía por ejemplo, si se trata de leche en polvo Klim, Camprolac, Reina del Campo, La Campiña; si era jabón de tocador había un dilema por los estuches de tres, media docenas o individuales y precios de marcas como  Safeguard, Monclear, Banner verde, Camay, Jhonsons, Protex. En el terreno de las pastas no dentales sino alimenticias, la cosa era más compleja y no olviden que Venezuela fue per cápita el mayor consumidor de pasta en el siglo XX incluso superando a la propia Italia, era normal en el estante ver marcas como Sindoni, Ronco, Eduardo, Capri, Milani, tanto pastas de sémola durum de gran calidad largas y cortas.

La Venezuela que recuerdo es del colegio, es de las loncheras y meriendas, nos sólo un sándwich de queso amarillo y jamón de pierna, jugos de todos los sabores y presentaciones, alguna fruta no sólo nacional sino importada, y por supuesto, cualquier golosina por ejemplo un chocolate Savoy o incluso Milkyway, en el recreo se compartía, siempre sobraba y si llegaba a faltar algo bastaba sacar un fuerte (una moneda de cinco bolívares) para prácticamente comprar lo que usted quisiera en la cantina.

La Venezuela que recuerdo es de un venezolano humilde estudiando con sacrificio formado con niveles de excelencia para luego trabajar en el sector público o privado, una Venezuela donde estudiar era un valor y donde ese profesional por esfuerzo propio o incluso todo aquel que no había podido estudiar, pero igual trabajaba o manejaba un oficio, podía naturalmente crecer, consolidar una familia y prosperar en todos los órdenes. Estamos hablando de la Venezuela de grandes carritos de supermercado, no recuerdo cestas ni mucho menos gente dejando los pocos productos en las cajas por no tener como pagarlos, en lo particular como niños éramos objeto de reproche colocar el detergente, o la perrarina, coletos, felpudos u otros productos en la parte central y superior del carrito con el resto de los alimentos, para eso estaba la parte inferior. Pero más allá de la abundancia y ofertas que las habían por doquier, daba gusto entrar a una Cada, Prica, Central Madeirense, Aranzazu, luego vendrían los Excelsior Gama, los Makro, en ellos se podía almorzar, desayunar o tomarse un café y postre mientras usted iba recorriendo las etapas o departamentos de carnicería, pescadería, charcutería, panadería, perfumería, licorería, herramientas y otros.

En esa Venezuela encontrábamos de todo, en las bombas o estaciones de servicio jamás una cola, y había gasolina de 83, 87, 91 y 95 octanos y aceite del que quisiera. En términos de salud las estadísticas hablan por sí solas, bajísima mortalidad infantil, altas expectativas de vida, salud preventiva y curativa optima, fuimos de los primeros países en erradicar la difteria, el mal de Chagas y paludismo solo por señalar. Esa Venezuela que intento describir o caracterizar no solo repito había abundancia, no había inflación, había poder adquisitivo, pero sobresalían los valores, el respeto, nuestra industria nacional daba gusto, además de cubrir nuestra demanda nacional exportábamos de todo, desde mangos, carne, luz eléctrica, pasando por autopartes, medicamentos, algunos equipos entre otros. En esa época que no es tan distante, debo recordar que el venezolano nunca fue extranjero, salíamos a estudiar, a pasear o algunos a una operación en Houston, la meca de la medicina en esa época, del resto no nos movíamos del terruño.

Esa es la época donde Valencia logra tener dos zonas industriales, grandes conglomerados industriales Ford, Chevrolet, Procter & Gamble, Polar, es la época de la industrialización, el boom en Bolívar, nace Sidor, Alcasa, Venalum, Ferrominera del Orinoco, es la visión de Leopoldo Sucre Figarella materializada en la Corporación Venezolana de Guayana, es la época en la que las grandes petroleras crecen y especialmente producto de la nacionalización del petróleo con Pdvsa el desarrollo de Mene Grande, Cabimas, Maracaibo y otras ciudades destacan, en esa época se da la mayor expansión de Cadafe, Electricidad de Caracas y Cantv, cualquier aeropuerto de nuestras ciudades tenía una docena de ofertas en términos de líneas, itinerarios, vuelos y conexiones.

No éramos la perfección, pero sí una nación donde lo común y cotidiano era una sociedad segura, emprendedora, dinámica, un venezolano trabajador, proactivo, sano, unos políticos más o menos serios entre lo que decían y hacían, unos partidos decentes y modernos, la palabra corrupción era escasa, hoy es una profesión u oficio y así podríamos señalar infinidad de situaciones, vivencias, anécdotas, registros y demás.

Esa Venezuela que perdimos, se esfumó o sencillamente se desdibujó y tocará parirla de nuevo, hay que buscarla, a que construirla cada día, en cada acción con el concurso de lo público y lo privado, pero fundamentalmente con el concurso de todos y cada venezolano. Todos juntos debemos sumar, el país requiere como nunca antes de mucho esfuerzo, trabajo, disciplina, estudio, sacrificios, esmero, reglas de juego claras, Estado de derecho, educación de calidad, inclusión, tolerancia, valor agregado y respeto. La Venezuela actual requiere sinceridad, requiere asumir las carencias y las fallas, requiere un ejercicio de cordura y amplitud, frente a la destrucción patrimonial de estas décadas requiere grandes inversiones, esa Venezuela extraviada que hemos tratado de dibujar de abundancia, de grandezas, de paz, emprendimiento y oportunidades, la tenemos que volver a construir y parir, eso requiere dejar atrás el rentismo agotado y proyectar a una nación sobre realidades palpables, sobre el trabajo laborioso, creador y productivo, sobre realidades y no ilusiones, sobre el concurso del sector privado y un papel vital de las universidades, la educación y por supuesto de cada venezolano. Venezuela debe dejar de ser un país de incertidumbres, paradojas, de disociaciones y antinomias y convertirse en un país de certezas, de valor agregado, de talentos y progreso en todos los órdenes. Los tiempos de crisis son tiempos de oportunidades.

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