«Existe una interesante interacción entre el poder que corrompe y la corrupción que empodera. La causalidad no va en una sola dirección». Bruce Bueno de Mesquita
En Venezuela, los actores clave —el régimen de Nicolás Maduro, las fuerzas democráticas lideradas por María Corina Machado, multinacionales como Chevron y potencias internacionales como Estados Unidos, Rusia y China— participan en una compleja lucha de poder que sigue sin una resolución clara. A través de la lente de la teoría de juegos de guerra y el enfoque predictivo de Bruce Bueno de Mesquita, podemos observar un escenario donde el riesgo de la continuidad del régimen de Maduro se mantiene. Pero ¿qué implica esto para Venezuela y los actores involucrados?
La disyuntiva de las fuerzas democráticas: ¿acción o espera?
Las fuerzas democráticas venezolanas enfrentan un dilema estratégico de gran envergadura: ¿actuar antes de las elecciones de noviembre en Estados Unidos, cuando el régimen podría sofocar cualquier levantamiento, o esperar a un posible colapso económico o mayor apoyo internacional? Esta incertidumbre es parte de una confrontación secuencial en la que cada decisión tiene implicaciones significativas para el resultado final. La indecisión no es producto de la ineficacia o la indiferencia, sino de la realidad de que cualquier movimiento descoordinado podría intensificar la represión selectiva por parte del régimen.
En este sentido, el modelo de Bruce Bueno de Mesquita sugiere que las fuerzas democráticas no tienen los recursos suficientes para derrocar a la dictadura por su cuenta mediante la lucha no violenta. El régimen de Maduro sigue manteniendo cierta ventaja significativa: control del aparato de seguridad e inteligencia, represión eficaz y el respaldo (aunque simbólico) de potencias internacionales como Rusia y China. Para la oposición, esta situación implica que actuar sin coordinarse con los demás actores, tanto externos como internos, podría llevar al fracaso. Sin embargo, esperar demasiado también podría resultar en la pérdida de cualquier oportunidad de cambio. Esta estrategia de «espera calculada» los mantendría en un estado de incertidumbre.
Chevron: el juego económico por la supervivencia
En el corazón de la situación venezolana se encuentra Chevron, un actor que ha desempeñado un papel fundamental en la vigencia del gobierno de Maduro, pero cuyas motivaciones están lejos de ser políticas. A través de su cabildeo en Washington y acuerdos económicos con el régimen, Chevron ha garantizado su permanencia en Venezuela, pese a las sanciones de la administración estadounidense y la crítica internacional. La teoría de juegos revela que el gigante petrolero estadounidense está jugando a largo plazo, buscando preservar su capacidad de cobrar deudas y asegurar su presencia en el mercado petrolero global.
Sin embargo, su estrategia también tiene un costo: Chevron es percibida como una empresa que contribuye indirectamente a financiar la represión en Venezuela. Al continuar pagando regalías e impuestos al régimen a través de las empresas mixtas, se ha convertido en un engranaje clave de la maquinaria que mantiene a Maduro en el poder. En términos del modelo de Mesquita, la petrolera estadounidense está maximizando sus beneficios a corto plazo, pero a largo plazo podría verse perjudicada si se da un cambio de gobierno en Venezuela que decide revisar estos acuerdos firmados bajo la Ley Antibloqueo de la ilegítima Asamblea Constituyente de 2017.
El dilema de Chevron refleja un clásico «juego de supervivencia económica», en el que su estabilidad financiera a corto plazo se enfrenta a la posibilidad de consecuencias políticas negativas a largo plazo. No obstante, en este escenario, apuesta a mantener el status quo, actuando con opacidad.
Estados Unidos: intervención reactiva en la lucha global
Aunque Venezuela no es una prioridad inmediata para Estados Unidos, el país sigue siendo una ficha en el tablero geopolítico global. La administración Biden-Harris, al igual que sus predecesoras, ha optado por una postura reactiva. Solo cuando las tensiones internas alcanzan un nivel crítico, o cuando la influencia de potencias rivales como Rusia y China en la región se vuelve desafiante, la Casa Blanca responde. Esta dinámica se alinea con el análisis estratégico militar: Estados Unidos no actúa de manera proactiva, sino que responde a crisis que ponen en riesgo su hegemonía en áreas clave como la tecnología, la economía, las alianzas internacionales y la seguridad nacional.
Rusia y China, por otro lado, han utilizado su apoyo a Maduro como una herramienta para desafiar la influencia de Washington en el hemisferio occidental. Aunque Venezuela no es una prioridad de alto valor estratégico para Moscú y Pekín, su involucramiento es simbólico: incomodar a Estados Unidos en su propio «patio trasero». Sin embargo, esta lucha de poder global, en la que Venezuela es un campo de batalla indirecto, no ha resultado en una intervención decisiva por parte de ninguna de las potencias, lo que ha favorecido la permanencia del régimen de Maduro.
El dilema de los venezolanos: una lucha sin ganadores
Mientras los actores internacionales maniobran en sus propias luchas de influencia, los venezolanos siguen atrapados en una crisis económica, política y social que parece no tener fin. Los dólares que ingresan por las operaciones opacas de Chevron y otras empresas petroleras extranjeras no benefician al pueblo, sino que son canalizados hacia la permanencia del régimen y el enriquecimiento de la élite política. La pregunta central que surge es: ¿cuánto tiempo más podrá mantenerse este equilibrio inestable?
El modelo de Bruce de Mesquita predice que, a menos que ocurra un colapso económico sistémico o una intervención internacional decisiva que afecte los pilares que sostienen al régimen —como las violaciones de derechos humanos, los crímenes de lesa humanidad, el narcotráfico, el terrorismo, y el lavado de dinero y activos en el ámbito judicial-penal—, Maduro tiene grandes posibilidades de mantenerse en el poder, incluso tras el golpe a la soberanía popular. Este es un desenlace bastante probable no porque el régimen sea invulnerable, sino porque los actores que pueden forzar la transición ordenada, democrática pacifica, —las fuerzas democráticas, Estados Unidos, la Unión Europea, los gobiernos democráticos, Chevron— carecen de la determinación o la motivación suficiente para impulsarla antes del 10 de enero de 2025.
¿Qué nos espera?
Venezuela sigue siendo un campo de batalla en el que la lucha de poder entre actores internos y externos se desarrolla sin que se vislumbre un cambio significativo. Las fuerzas democráticas, frustrada por el gran esfuerzo para alcanzar un cambio político por la vía electoral, y sin el oportuno respaldo decidido de la comunidad internacional, parece estar atrapada en una dinámica de espera. Chevron y otras multinacionales del petróleo prefieren el status quo que les permite seguir operando sin mayores interrupciones, incluso si esto significa mantener indirectamente al régimen de Maduro en el poder. Estados Unidos, por su parte, seguirá respondiendo de manera reactiva a la situación, sin una intervención decisiva a menos que el conflicto alcance proporciones que afecten directamente sus intereses.
En resumen, el modelo de Mesquita sugiere que el futuro inmediato de Venezuela estará marcado por un equilibrio inestable del régimen, a menos que ocurra una escalada drástica en la crisis interna o la intervención decisiva de potencias externas. Para los venezolanos, esta lucha sigue siendo cruelmente asimétrica, con actores clave como parte de la cúpula militar y multinacionales que buscan maximizar sus propios intereses, mientras la nación sufre las consecuencias.
Sin embargo, como toda lucha de poder, esta también tiene sus sorpresas. Y en política, un solo movimiento inesperado puede cambiar las reglas del juego por completo. Lo que podría llevar a Maduro a perder el apoyo de una parte crucial de su selectorado esencial —el grupo que sostiene su poder—, precipitando su caída y facilitando el avance hacia una transición democrática en el país.
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