La administración de Donald Trump no da tregua: el régimen forajido de Nicolás Maduro merece y siente la presión sin pausa ni piedad. La licencia que la timorata administración de Joe Biden regaló a la amoral Chevron fue eliminada de un plumazo. La Ley de Alien Enemies de 1798 está en la mesa. La Orden Ejecutiva del 23 de marzo de 2025 es un martillazo. El equipo de Trump lo tiene claro: esto es un asunto de administración de justicia (“It’s law enforcement, stupid”) y exige ser tratado como tal. El diagnóstico es preciso y señala a los verdaderos irresponsables que han arrastrado a Venezuela a la ruina económica, la miseria social, la barbarie criminal y el desprecio global.
Lo que viene —restricciones migratorias, sanciones económicas, un estigma internacional que habrá que borrar— tiene culpables con nombre y apellido: Maduro y su círculo íntimo, una mafia que el 28 de julio de 2024 robó a sangre fría la voluntad de un pueblo que los aborrece; la cúpula de la Fuerza Armada, traidora y podrida de corrupción, que pisotea la Constitución para llenarse los bolsillos y sostener una tiranía que apesta; y los normalizadores, esos cobardes o vendidos que, por dinero o miedo, han legitimado lo aberrante y le han puesto alfombra roja al desastre.
Si Venezuela cae en la lista roja de inmigración de Estados Unidos, si las visas se niegan y el TPS muere para cientos de miles de venezolanos decentes que huyeron al «Imperio», si las puertas se cierran a petroleras cómplices de la corrupción masiva de Pdvsa, no busquen excusas: la culpa es de un régimen que eligió el narcotráfico, la minería ilegal ecocida y el terror como sus pilares; de una cúpula militar que traiciona su juramento y su patria; y de un puñado de seudoempresarios enchufados, políticos de pacotilla y media docena de luisvicenteleones tarifados y sinvergüenzas que se lucran del dolor ajeno.
No hay duda: con Maduro en el poder, Venezuela no tiene salvación. Adentro, el caos y los crímenes se multiplican; afuera, el aislamiento y la presión global nos asfixian. No se construye un país sobre la impunidad de delincuentes y sus cómplices. Hoy, los venezolanos cargamos un estigma mundial por culpa de 200 o 300 malandros que, aunque se odian entre sí, se aferran al poder como ratas para no enfrentar la justicia que les respira en la nuca.
Cada día, secuestradores, torturadores, asesinos y corruptos cavan sus tumbas con sus bravuconadas vacías. Pero cada día que pasa, somos los venezolanos quienes pagamos un precio altísimo por su podredumbre. El momento ha llegado: el problema está diagnosticado, los responsables están señalados, y el remedio es evidente. O salen por las buenas, o que sea por las malas.
Venezuela no puede seguir secuestrada por usurpadores ni por quienes aplauden o validan este despropósito continuo.
Originalmente publicado en la cuenta de X del autor Pedro Mario Burelli (@pburelli) / X
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