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Venezuela en la encrucijada

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En medio de las muchas noticias sorprendentes que arrojó el 2024, por lo general malas, una fue positiva. El 28 de julio Nicolás Maduro cometió un fraude monumental en las elecciones presidenciales y el mundo entero se dio cuenta, lo vio en directo y pudo verificar por sus propios medios las pruebas que lo demostraban. La buena noticia no fue el fraude, por supuesto, que ni siquiera era noticia sino algo previsible; la buena noticia fue que 70% de la población venezolana votó por el cambio, y que la oposición liderada por María Corina Machado y Edmundo González logró anticiparse a las artimañas de Maduro para demostrarlo. El dictador quedó desnudo, sin relato –algo tan importante hoy en día–, a tal punto de que ni sus aliados en la región pudieron acompañarlo en la mentira. La oposición había dado un golpe mortal a la credibilidad del régimen, lo había derrotado en su terreno, jugando con sus propias reglas, y de aquella humillación ya no lograría recuperarse. Las armas lo mantendrían en la presidencia, pero nadie podría disimular ni recurrir a eufemismos. Maduro pasaría a la historia como un tirano.

Desde entonces, mientras llegaba la fecha en que el nuevo presidente debe tomar posesión de su cargo, se instauró en Venezuela la incertidumbre y el miedo. El régimen se apresuró a reprimir a la población y a encarcelar de forma arbitraria a cualquiera que diera muestras de inconformismo, adolescentes incluidos, y hasta una queja privada en un mensaje de WhatsApp se convirtió en una pistola humeante. Pero el miedo que propagaba Maduro era un síntoma o un reflejo de sus propios temores. Habiendo perdido el apoyo popular, su permanencia en el poder empezaba a depender de un solo pilar del Estado: el Ejército. La mala noticia era que hasta la tropa había votado por Edmundo González. Puede que los altos cargos militares estuvieran involucrados en la estructura del Estado y en toda suerte de actividades económicas que alineaban sus intereses con los de Maduro, pero el escrutinio del voto demostraba que las prerrogativas no goteaban con la misma generosidad hasta los cuarteles.

El pánico aumentó debido a que Edmundo González, que fue forzado a exiliarse en España, dijo que volvería mañana, 10 de enero, a reclamar su triunfo, y que además lo hará escoltado por nueve expresidentes latinoamericanos. La urgencia con la que Maduro bloqueó los accesos a Caracas para requisar todos los vehículos que entran a la capital es una prueba de que teme que cumpla su promesa. Pruebas adicionales de sus dudas son los 1.200 efectivos de las fuerzas de contrainteligencia que ha desplegado en las calles, y el canallesco secuestro, a plena luz del día, delante de sus propios hijos, del yerno de Edmundo González, que seguramente usará como cruel arma de chantaje.

Estamos ante un escenario en donde la clave es el miedo: la ciudadanía sabe que se enfrenta a un grupo de criminales que cuenta con el poder represivo de los grupos paramilitares que creó Chávez, los infames «colectivos», y el régimen tiene miedo a lo que pueda ocurrir si los venezolanos se movilizan masivamente para reclamar el poder que ganaron en las urnas. Los cientos de miles de venezolanos que se desplazaron hasta el palacio de Miraflores el 11 de abril de 2002 fueron cruciales para el derrocamiento de Hugo Chávez, y la masiva movilización de los partidarios del defenestrado, que 48 horas después volvieron a marchar sobre Miraflores, el Fuerte Tiuna y los canales de televisión, fue igualmente decisiva para el restablecimiento del líder derrocado. La población civil volcada en las calles, bloqueando la entrada de un palacio de gobierno, puede desbancar a un dirigente que ha perdido legitimidad frente a su pueblo. Al ecuatoriano Lucio Gutiérrez lo sacó en 2005 del palacio de Carondelet una masa harta de su corrupción y autoritarismo; a Perón lo libraron de la cárcel los miles de seguidores que se plantaron frente a la Casa Rosada en 1945; y a Eloy Alfaro, otro presidente ecuatoriano, no sólo lo derrocaron y lo lincharon a principios del siglo XX, sino que quemaron su cadáver en lo que se conoció como la Hoguera Bárbara. Ya veremos qué ocurre en Venezuela. Si se cumple el guion fijado por Machado y González, mañana se dará una situación parecida a la de 2002: habrá dos presidentes en Caracas aspirando a cruzarse la banda presidencial sobre los hombros, uno reconocido y el otro fraudulento, uno democrático y el otro autoritario, uno habilitado por el pueblo y el otro aferrado al cargo mediante el secuestro, el matonismo y el juego sucio. La situación es tan anómala que hacer un vaticinio de lo que pasará es imposible. Ambos sectores tienen fortalezas y debilidades. Maduro, lo acaba de demostrar, cuenta con las armas y los aparatos represores del Estado. Edmundo, por su parte, tiene el apoyo de la comunidad internacional y la legitimidad política. Son dos formas de poder distintas, una dura y otra blanda, que chocarán cuando las dos partes reclamen su lugar en las instituciones.

En un momento como este, de máxima tensión, todos los ojos estarán puestos en la reacción del Ejército. El juego empieza hoy mismo, cuando inicie la primera de las dos marchas convocadas por María Corina Machado para doblarle el pulso al régimen. Si los opositores llegan a manifestarse de la misma manera en que lo hicieron el 28 de julio, en esa proporción, demostrando su inmensa superioridad numérica y su avasalladora preponderancia en el escenario político y social de Venezuela, Maduro tendrá más posibilidades de amanecer el 11 de enero en una cárcel o en el exilio que en el palacio de Miraflores. Pero repetir esa hazaña no es fácil, menos ante un Gobierno a la defensiva, preparado para sofocar cualquier asonada que los ponga en peligro. El pasado reciente ha dejado imágenes muy dolorosas en la memoria de quienes salieron a protestar, que explican el temor y la desconfianza anticipada. La moneda está en el aire. Si se vence el miedo y millones de venezolanos salen a la calle, si la comunidad internacional presiona y el ejército recuerda sus compromisos constitucionales –el patriotismo que tanto pregonan en sus himnos–, caerá del lado de Machado y González. Si no, la democracia perderá la apuesta y ya será imposible, como en Nicaragua o Cuba, prever si tendrá reservada una nueva oportunidad para Venezuela en el futuro próximo.

Artículo publicado en el diario ABC de España

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