Durante una audiencia del Comité de Relaciones Exteriores del Senado de Estados Unidos, Elliot Abrams ha tenido que responder preguntas sobre Venezuela.
Fue una jornada de duras críticas hacia el gobierno de Trump y al propio Juan Guaidó. Lamentablemente esta interpelación ha llegado un poco tarde porque debió hacerse cuando ocurrió el primer fracaso el 23 de febrero de 2019 y no lograron el quiebre militar con el ingreso de la “ayuda humanitaria” a territorio venezolano.
Sin embargo, los venezolanos comprometidos con un cambio democrático agradecemos que el Senado norteamericano haya realizado esta audiencia para confirmar lo que muchos analistas hemos venido diciendo: la estrategia de la administración Trump hacia Venezuela es un proceso plagado de errores que solo ha favorecido a la coalición dominante.
Las intervenciones de los senadores Bob Meléndez y Chris Murphy fueron contundentes, dijeron la verdad, todas las acciones ejercidas para “liberar” a los venezolanos solo han servido para condenarlos más a través de la profundización de la crisis.
Después de casi dos años, de sanciones al país, sanciones personales, intentos de golpe de Estado como el del 30 de abril y la Operación Gedeón; amenazas; acusaciones penales y poner precio a la cabeza de los principales jefes del chavismo, vale la pena preguntarse: ¿son los venezolanos más libres o mejoró su calidad de vida? La respuesta es simple: no.
Millones de dólares de los impuestos de los estadounidenses han sido botados a la basura, sin poder secar los millones de lágrimas derramadas por los venezolanos en la diáspora, en los hospitales sin insumos y cuando no pueden comer por ganar un salario de 2 dólares al mes.
Ciertamente la crisis venezolana no es culpa de las sanciones ni del gobierno estadounidense, pero la cadena continuada de errores, incluyendo la aplicación indiscriminada de sanciones financieras al país (no me refiero a las sanciones personales), han sido un motivo eficaz para hacer metástasis en el cáncer que ya padecía Venezuela.
Es lamentable que senadores como Bob Meléndez y Chris Murphy confirmaron lo que muchos analistas hemos venido diciendo: la estrategia de la administración Trump hacia Venezuela es un proceso plagado de errores que solo ha favorecido a la coalición dominante.
Cuando leía estas declaraciones vino a mi mente una reflexión: ¿cuál es el sentido de ir a un tanque de pensamiento para exponer las razones por las cuales el plan no ha funcionado y dar recomendaciones sobre lo que se puede hacer, sin que precisamente hagan nada?
El 12 de junio de 2019, en un destacado tanque de pensamiento de la ciudad de Washington DC, frente a representantes de importantes instituciones de Estados Unidos, presenté una exposición sobre 7 puntos por los cuales estaba fracasando la estrategia:
- Enfoque incorrecto sobre el problema y el objetivo;
- Gobierno interino sin suficiente apoyo interno;
- Propuesta de “tres pasos” compleja y con un objetivo principal poco realista;
- Trabajan la ruptura de la base social y militar a partir de premisas falsas;
- Percepción negativa sobre la propuesta de transición que presenta a Juan Guaidó como un tutelado de Estados Unidos;
- Proceso excluyente que demanda la participación de más actores;
- Hay que definir bien el objetivo y los actores finales, esto no puede ser “quitarle el caramelo” a unos para entregárselo a otros.
Esos puntos siguen vigentes hoy y de alguna forma han sido expresados en los 10 tweets del senador Chris Murphy posterior a la interpelación de Elliot Abrams, quien ha dicho que seguirán reconociendo a Juan Guaidó como presidente interino, aunque en Venezuela se celebren elecciones parlamentarias en el mes de diciembre. En este sentido, el senador Murphy ha dicho: “Entonces, ¿qué? ¿Seguiremos reconociendo a Guaidó como el líder de la nación, incluso si no controla a los militares, al gobierno o incluso ni ocupa el cargo?”
El apoyo a Juan Guaidó o no dependerá de lo que suceda el 3 de noviembre en las elecciones presidenciales de Estados Unidos. La administración actual o futura tiene dos opciones para decidir, mantienen este camino equivocado o si por el contrario, asumen el error e inician una estrategia coherente que ayude a los venezolanos en el camino de la redemocratización, la reinstitucionalización, la justicia y la paz.
Ahora bien, la segunda opción significa que el gobierno norteamericano deberá hablar con Nicolás Maduro. Elliot Abrams y Mike Pompeo han dicho que solo hablarían con él para que diga adónde se irá a vivir; esto en términos prácticos está fuera de lugar, ¿por qué un hombre que tiene el control militar, institucional y una sociedad debilitada manejada a su ritmo, querrá hablar de una humillante salida?
Como he dicho en otras oportunidades, Nicolás Maduro, por una carga histórica de ser el “heredero del chavismo”, no aceptará una salida que signifique su autoaniquilación. La administración estadounidense debe hacer un esfuerzo por entender sus códigos y la psicología implícita del proceso, hablar su lenguaje. Aunque parezca algo tonto, la clave de esto está en la psicología inversa, mientras más amenazas y más intentas humillar, más se cohesionan y fortalecen.
La gran interrogante sigue siendo: ¿Cuál es la posibilidad real de negociar una salida si las cabezas de los principales jerarcas del chavismo tienen precio?
Mientras tanto, quienes sí estamos preocupados por la vida de los venezolanos y la crisis inclemente que golpea con más fuerza tras la llegada del covid-19, nos encontramos trabajando en recomponer el camino hacia Oslo. Solo una negación bien estructurada podrá devolverles a los venezolanos un país en democracia plena, con gobernabilidad y paz.
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