OPINIÓN

Venezuela, el socialismo y la fábrica de pobreza

por Antonio Ecarri Angola Antonio Ecarri Angola

Esta inmensa población de pobres creados por el socialismo no sólo son cifras dramáticas, números, gráficos o estadísticas; también son rostros, arrugas, lágrimas; son despedidas, son desaliento dejado a lo largo de las carreteras de América Latina, son niños con un dolor profundo, agudo e irreparable. Son platos y neveras vacías; son rostros con dolor, enfermos, decaídos, son nombres y apellidos agobiados por la soledad, la ruina y la nostalgia. El socialismo ha dejado una herida muy profunda cuya cicatriz será muy difícil de borrar para miles de familias venezolanas.

¿Pero cómo lograron que el país con mayor crecimiento de América Latina durante el siglo XX quedara transformado en este horror?

No solo son los nombres, sus slogans ni es esa enorme cadena de malos gobiernos uno tras otro. Son igualmente, las ideas que se fueron adueñando del ideario colectivo y subyugaron a toda la sociedad, complejos heredados y estigmas sembrados sin que los ciudadanos reaccionaran de alguna manera. A lo largo de muchos años se han ido clavando estacas contra la libertad que incrementaron las formas y acciones que nos llenaron de atraso, miseria y pobreza.

Una nación que durante varias décadas ha vivido del Estado o de las migajas de un Estado profundamente corrompido, tarde o temprano termina cayendo en manos de la tiranía. Le hemos tendimos la cama durante años a uno de los regímenes más sombríos, violentos y corrompidos de nuestra historia, que terminó por destruir al propio Estado, eliminar sus instituciones y acabar con la mismísima república.

Somos una sociedad profundamente estatizada, hemos vivido subsidiados durante años, todos estamos directa o indirectamente a la merced del Estado. Las libertades económicas, el capitalismo, la libre competencia, las privatizaciones y el sector privado en general, han sido palabras o juegos de palabras extintas por considerarse herejías; por sonar a pecado, como si hubiesen sido expresadas por desalmados e indiferentes. Poco a poco, se ha ido sembrando en el imaginario y pensamiento colectivo que la idea que la creciente imposibilidad de la mayoría de cubrir las necesidades básicas, es producto de la usura, especulación o abusos de los empresarios y comerciantes; que el alto costo de la vida o la pobreza, son causados por la avaricia de los ricos. Así los venezolanos se llenaron de envidia, resentimiento y rabia gracias a ese pensamiento y las ideas socialistas y populistas que lo impulsan; a un punto tal que se les ha sembrando en la mente que si estaban mal, era porque a otros le iba bien. Y con ello aupaban y consentían la intervención del Estado. Incluso la clase media ha caído en esa espiral de sentimientos; el mismo sector de la población que le dio piso político a Chávez y, aún hoy, a pesar de la tragedia que vivimos, aún conserva en su lenguaje palabras y frases que cargan la responsabilidad de su situación sobre los que empresarios crean y producen.

Gracias a ese ideario que brindaba soporte para los abusos, surgieron las expropiaciones, las invasiones a la propiedad, la toma de fábricas y de empresas de fincas productivas, se exacerbaron las regulaciones, los controles de precios, el control de cambio y ese largo etcétera de medidas que contaban con un silencio cómplice o, incluso, del aplauso silente de una sociedad que siempre ha querido sentirse vengada por un Estado justiciero que imponía el “orden” y la equidad frente a la desigualdad.

Así se fue instalando la fábrica de pobreza con su grotesca maquinaria, avasallando agricultores y ganaderos confiscando sus tierras, despojando a propietarios de sus empresas; de edificios y casas víctimas de invasiones en el centro de Caracas y todo el país para, finalmente, imponer su legado de destrucción, de miseria y de despedidas que ha llevado a una gran cantidad de venezolanos a caminar largos días y meses atravesando fronteras, huyendo hacia otros países buscando sobrevivir al hambre.

¿Cómo llegamos a tener la gasolina más cara del mundo? ¿Cómo llegamos a tener la cesta básica alimentaria más costosa de la región? ¿Cómo llegamos a tener el salario más paupérrimo de todo el continente, superando incluso a la miseria cubana? ¿Cómo llegaron los venezolanos a la tragedia de intentar sobrevivir con 2 dólares mensuales mientras la canasta básica cuesta ya 355 dólares?

Una sola respuesta: el socialismo con sus dogmas e ideas, esa doctrina del fracaso y que aplasta las libertades ha tenido la enorme habilidad de disfrazarse de solidaria y de incluyente; de amparo a los desvalidos, cuando lo que ha hecho es convertir al Estado venezolano en la “monstruosa máquina de tiranizar”, como tanto nos lo advirtió Uslar Pietri, y que ha destruido a nuestra nación y condenado a la pobreza. Los venezolanos ya no tenemos dudas de ello. Ese estatismo e intervencionismo que tomó por asalto a nuestra industria petrolera, la partidizó; arruinó nuestras refinerías, acabó con flotas de tanques, con oleoductos y con toda la cadena de producción y distribución. De nada nos sirve tener una de las reservas probadas de petróleo más importantes del mundo, cuando no tenemos cómo sacarlo ni mucho menos procesarlo. Y hoy, tampoco a quién venderlo.

Venezuela llegó a vivir solo de Pdvsa, y las ganancias y riqueza eran administradas con ineptidud y corrupción por parte del Estado. Era cuestión de tiempo, el gobierno chavista estaba quebrando a Pdvsa y la terminó hundiendo. Ninguna empresa sobre la tierra resiste al desguace que se ha hecho sobre nuestra industria, y la consecuencia de esa intervención politiquera fue la destrucción de la principal, casi única, fuente de ingresos del país.

¿Y qué hizo el socialismo? En vez de recortar gastos, prendió la máquina de hacer billetes y dinero inorgánico sin respaldo del Banco Central y le robó mediante la inflación, todos los ahorros, las prestaciones y los mínimos ingresos a los venezolanos; quienes incluso tuvieron que renunciar a las cajas y bolsas de comida rancia para que el régimen pudiese medio sostener su inmenso y despilfarrador gasto público, para pagar las nóminas de partidarios dentro de las empresas quebradas y el más oscuro y sanguinario aparato represivo que haya conocido esta región.

Para curar este terrible cáncer que nos carcome hay que comenzar a usar el mejor medicamento: La educación. Venezuela necesita hoy una cura de verdades y lo primero es ganar la batalla de las ideas y del lenguaje, la batalla de la verdad.

¿Cómo salimos de esto? Cuidado… no solo es sacando al actual y decadente régimen, es con libertades económicas plenas, desmontando a ese monstruoso Estado que se tragó a la Nación. Privatizando a fondo desde la industria petrolera hasta los servicios públicos, sacándonos de encima las intervenciones, controles y las regulaciones, instaurando y defendiendo por la calle del medio al libre mercado, la propiedad privada y generando las condiciones para que el capital venezolano y el extranjero vengan a invertir a Venezuela. Ya no hay chance para medidas demagógicas y populistas. La política social debe ser la educación ya que el Estado venezolano está quebrado y no puede pagar nada. Es decir, hay que valerse del espíritu emprendedor y del talento del venezolano, dejar que esa energía creadora de la sociedad fluya. El Estado ya no puede resolver ningún problema, no tiene con qué ni lo va a tener por mucho tiempo.

La batalla por sanear a Venezuela desde las ideas ha comenzado. Aquí comienza el cambio a fondo que necesitamos, hay que desmontar esa competencia para ver quién es más populista, socialista o, como han llegado a decir algunos, quién es más solidario. Es hora, al mejor estilo de Churchill frente al pueblo británico mientras Hitler lo acechaba, de hablar claro, sin disimulos ni cobardías, es hora de educar, en el mejor y más amplio sentido de esta palabra a los venezolanos o… “la patria os castigará”.