Cuando 50% de la población de un país decide renunciar a sus derechos políticos, está condenado al fracaso como sociedad. No hay manera de que la sociedad civil, por sí sola, motorice cambios ni alcance objetivos colectivos si no avanza en la organización social, que involucra al gobierno e instituciones soberanas que regulan la vida en comunidad.
Elegir y ser elegido, militancia y libertades políticas, remoción y revocatoria, demandar rendición de cuentas y referendo son algunos de estos derechos, que a su vez se convierten en el arma más letal que tiene cada individuo para velar por el buen desarrollo de las prácticas de gobierno.
A menor participación política ciudadana, mayores son las posibilidades de que un gobierno se desvirtúe de su función básica, de que un Estado se resquebraje y de ser pasivos protagonistas en la decadencia de la democracia, sistema político heredado de las antiguas Grecia y Roma y que tiene como fundamento el bien común a través del equilibrio de fuerzas, con una división de poderes que haga peso y contrapeso para ejercer controles entre ellos.
Dicho esto, podemos afirmar sin temor a equivocarnos, que Venezuela es un país de idiotas, concepto que viene de la antigua Grecia para referirse a aquel que no se preocupa de los asuntos públicos, sino sólo de sus intereses personales. Desde antes de Cristo se consideraba mal que alguien se mantuviera apartado de los asuntos políticos que incidirían directamente en su vida, teniendo a la mano los mecanismos para participar en la toma de decisiones y la consolidación de los cambios.
La mitad de los venezolanos está inmersa en la corriente Ni-Ni o abstencionista, bajo la falsa premisa que así conseguirán revertir los efectos nefastos que este gobierno ha provocado en lo social, en lo político, en lo económico, y que nos arrastra a todos por igual. Basta con leer el artículo 228 de la Constitución Nacional para definir la magnitud del fracaso de esta acción: “La elección del presidente o presidenta de la República se hará por votación universal, directa y secreta, en conformidad con la ley. Se proclamará electo o electa el candidato o candidata que hubiera obtenido la mayoría de votos válidos”.
La tragedia del venezolano es que dejó de ser ciudadano para ser sólo pueblo, sin más. Esta sociedad de idiotas ha preferido renunciar al derecho de participación y decisión que le permite intervenir en el gobierno, dándole así todo el poder a un grupo que ha impuesto su modelo dictatorial y autoritario sin mayor esfuerzo, porque sencillamente no tiene contrapeso, por el contrario, ha tenido el camino libre para hacer lo que quiere sin ni siquiera tener que rendir cuentas.
Hablemos en números para evidenciar la dialéctica que hay entre votar y no votar. Para las elecciones de la Asamblea Nacional del año 2005, la oposición venezolana decidió retirarse del camino electoral, lo que provocó que el Poder Legislativo Nacional quedara en manos del partido de gobierno, con mayoría absoluta y definitiva para hacer todo lo quisieron, sin contrapesos de ningún tipo. Reitero: en Venezuela, según su Constitución, cualquier cargo por elección popular se gana con mayoría simple.
Pasaron 10 duros y largos años para que se intentara un esbozo importante de regreso a la vía electoral por parte de la oposición. Fue una lección de oro para los idiotas: los registros del Consejo Nacional Electoral dan cuenta de que de los 19.496.365 electores inscritos, ejercieron su derecho al voto 13.744.450, es decir, 73,62% de la población electoral, ejercicio político que le arrebató el Poder Legislativo al partido de gobierno para darle la mayoría calificada a la oposición. Esto representó, sin duda, la vuelta al ruedo del contrapeso de poder a un gobierno muy alejado del sistema democrático pero que se empeña en aparentar serlo, aunque sin lograrlo.
Pero este comportamiento de ciudadanía tuvo otro grave traspié en las elecciones presidenciales de 2018. Nuevamente imperó la decisión idiota y sin fundamento sólido llamada abstención. Para entonces, el padrón electoral ascendía a 20.526.978 inscritos, pero sólo ejercieron su derecho al voto 9.389.056 personas. La diferencia entre el candidato oficialista y el opositor fue de 4.320.906 votos, es decir, si esa masa de idiotas abstencionistas hubiera ejercido su derecho ciudadano, hoy estaríamos trabajando en la reconstrucción del país y no en peleas estériles para ver cómo se saca a este gobierno del poder.
¿Que la gente está cansada de tanta pelea y corrupción de los políticos? Sí. ¿Que los electores tienen sus serias dudas con respecto a la transparencia del sistema electoral venezolano? Sí. ¿Que están agotados de no conseguir respuestas efectivas por parte de quienes los gobiernan? Sí. Todo eso es verdad, pero hay una verdad superior innegable a través de los siglos: el poder político de elección, control y seguimiento de los gobernantes lo tienen los ciudadanos en la medida en que éstos practiquen y consoliden sus derechos civiles y políticos encauzados a la construcción de un Estado que vele por sus libertades, objetivos comunes y desarrollo como sociedad.
Lamentablemente, ser idiota está de moda. En Venezuela es trending topic permanente. La mitad de la población está metida en esta onda. No dan pie con bola, pero como dicen por ahí, el fashion ante todo. Empeñan su futuro sin importar las graves consecuencias que pagan todos los días por su ignorancia.
Idiotas, no se molesten conmigo, háganlo con los griegos que detectaron y definieron, desde antes de Cristo, a personas como ustedes. Pónganse bravos también con ustedes mismos y su memoria porque han olvidado siglos de luchas que han hecho que hoy puedan disfrutar de derechos civiles y políticos a los que, sin más ni más, han decidido renunciar.
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