Pensando en voz alta, comparto la preocupación de muchos ciudadanos sobre la deriva de la crisis que vive Venezuela hacia una de mayor amplitud. El juego geopolítico de Rusia, monitoreado desde Cuba, dimensiona el conflicto no solo a nivel regional, sino a una esfera internacional, enfrentando de hecho a dos potencias: Estados Unidos y Rusia en este tablero, debido a la presencia y actuación militar rusa en territorio venezolano. No son “fanfarronadas” las declaraciones del vicecanciller ruso Sergei Ryabkov, quien, en el marco de las conversaciones en Viena, afirmó que “no confirmaría ni excluiría” la posibilidad de que Rusia pueda enviar activos militares a Cuba y Venezuela si las conversaciones fracasan y aumenta la presión de Estados Unidos sobre Rusia. La Unión Europea y Estados Unidos acusan a Rusia de preparar un ataque contra Ucrania, aliado de Occidente. Rusia responde acusando a la OTAN de desarrollar actividades hostiles cerca de sus fronteras y reclamando garantías de seguridad jurídicas a Estados Unidos y la Alianza Atlántica.
De la declaración de Rusia se desprenden los siguientes argumentos:
1. Se comprueba la autoridad política que ejerce Rusia y Cuba en Venezuela, al disponer a discreción el uso del territorio nacional como base de operaciones militares contra Estados Unidos y sus aliados en la región.
2. La sumisión del régimen de Maduro a los planes y estrategias geopolíticas de Rusia y Cuba. La presencia militar rusa en Venezuela y el despliegue de armamento de alta tecnología es un hecho comprobado desde el año 2004.
3. La indolencia de los gobiernos democráticos de América y Europa que continúan tolerando la desestabilización de las democracias regionales y la implantación de Estados criminales promovidos por Cuba y Venezuela.
Esta situación se ve agravada con la reedición de la era Maisto y su deslucida frase sobre Chávez : “No hagas caso a lo que dice sino a lo que hace” (¡…lo hizo!), al calificar el gobierno estadounidense de “fanfarronadas” las amenazas en ciernes, tal y como se expresó Jake Sullivan, el asesor de Seguridad Nacional del presidente Joe Biden, para después agregar en forma timorata que su país respondería de forma “decisiva” si Rusia realiza tal despliegue militar en Venezuela o en Cuba. Respondiendo a la reacción de Estados Unidos y del presidente interino Juan Guaidó a las declaraciones del vicecanciller ruso, el ministro de la defensa, general Vladimir Padrino (@vladimirpadrino), con su habitual arrogancia twitteó: “No asombra ver a la vil vocería de la antipatria hablar de soberanía nacional después de rogar intervención militar y sanciones contra Venezuela, cuando Rusia asoma la posibilidad de profundizar las relaciones de cooperación militar de nuestras naciones, las cuales YA EXISTEN”. (mayúsculas en el Twitt).
Es necesario recordar que el arribo a Venezuela de fuerzas militares rusas data de 2004, en el marco de acuerdos de asistencia técnica para el entrenamiento y manejo del sofisticado armamento que Chávez adquirió en ese entonces, convirtiéndose con los años en una misión interventora que, según lo declarara el propio gobierno ruso, “permanecerá allí por el tiempo que sea necesario”. En 2004, Rusia dotó al régimen de una flota de aviones de caza Sukhoi; el sistema de misiles de defensa antiaérea S-300; helicópteros de ataque; tanques de guerra; vehículos de combate para infantería; sistemas portátiles de misiles de corto, mediano y largo alcance; 160.000 fusiles de asalto Kalashnikov de última generación (existe una fábrica de fusiles AK y municiones instalada en Aragua); 6.000 fusiles Dragunov de largo alcance (1 Km) para francotiradores; lanzacohetes portátiles anti tanques y anti helicópteros, entre otros armamentos de gran movilidad y poder de fuego.
Venezuela se ha convertido en el primer aliado estratégico de Rusia en el continente americano. Desde 2008 y en dos oportunidades el país ha sido el teatro de maniobras aéreas y navales combinadas realizadas por las armadas de Rusia y Venezuela, incluyendo la participación de bombarderos nucleares TU-160 que han aterrizado en varias oportunidades en el aeropuerto Simón Bolívar de Maiquetía. Vale la pena apuntar que el sistema de misiles de defensa antiaérea de largo alcance S-300, que los rusos han instalado en Venezuela, es el más avanzado de América Latina y el Caribe. Esto ha venido sucediendo ante la mirada impasible de Estados Unidos y de los gobiernos democráticos de la región. Desde 2018 se ha constatado la presencia (en Caracas y estado Bolívar) de contingentes de Spetsnaz Alfa o fuerzas especiales rusas provenientes de Siria con previa escala en Cuba antes de arribar al país.
Para Venezuela y los países de la región se ciernen riesgos inminentes: el primero sería el verse involucrados en un conflicto geopolítico mundial, debido la intención de Rusia de incluir a Venezuela en sus planes de dotación de bases de apoyo y despliegue militar a escala internacional. El segundo y más peligroso e inminente es el de la precipitación acelerada del país hacia un “Estado fallido” (pensamos que ya lo es), provocando que esos armamentos livianos y portátiles terminen en las manos de las organizaciones narcoterroristas, de los paramilitares y escuadrones de exterminio aliados con bandas hamponiles que hacen vida en el territorio venezolano amparadas por el régimen y que en alianza con grupos armados se han distribuido el territorio nacional para proteger sus negocios criminales.
A ninguno de los factores locales y foráneos antes mencionados les conviene el restablecimiento de la democracia en Venezuela, por el contrario, tienen la orden de impedir la hoja de ruta trazada por Guaidó y la Asamblea Nacional. Por eso, se hace necesario transmitir a la opinión pública internacional que ésta no es una dictadura militar como las que conoció Latinoamérica en el pasado, sino que se trata de un cartel criminal que está ejerciendo las funciones de gobierno con apoyo de militares, organizaciones criminales, narcoterroristas y rogue states (Rusia, Irán, Cuba), expoliando las riquezas que aún quedan de una nación en ruinas y que, de haber una transición democrática, Cuba continuará alimentando focos de subversión en Venezuela y países vecinos. Con justificada razón, Luis Almagro se refiere al régimen de Maduro como una “dictadura usurpadora” con una ‘dinámica de management’ dictatorial muy cubano, mezclado con el crimen organizado”.
La Cancillería del gobierno legítimo debe lograr la unión con las cancillerías democráticas del continente para hacer un llamado urgente a la opinión pública internacional y a los gobiernos democráticos del mundo, acerca de la muy peligrosa deriva de la crisis venezolana y cómo la cesión de soberanía territorial por el régimen de Nicolás Maduro a países forajidos como Rusia y Cuba, así como a organizaciones criminales que ya controlan parte del territorio, comprometen el futuro de los venezolanos y la paz de la región. La tolerancia tiene un límite.
No hace falta ser un experto para entender que el desenlace de una crisis política es el momento más delicado y de mayor suspenso en relación con los actores, los tiempos y las decisiones. Es usual que en un “momento de desenlace” se den situaciones inesperadas y si no se está preparado pueden resultar inmanejables o convertirse en una oportunidad perdida e irrepetible.
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