La realidad es cruel. ¿Qué nos pasó? parece escribir el destino en alas del viento. De algún escondrijo de la jungla social saltó la fiera hiriente del populismo. Su acendrado odio aguardaba desde hacía décadas. Los peores de sus promociones militares lograban vengarse en el gran escenario del país. Luego de hacer de las suyas en las distintas guarniciones, se colocaron el reluciente traje de gobierno. La mediocridad con el oropel de la oportunidad de arrasarlo absolutamente todo. Devoraron las frágiles carnes de la República, arrastraron su cuerpo hasta someterlo. Venezuela postrada, así la dejó el fraude seductor que se hizo gobierno.
Con la mayor de las crueldades ataron sus sueños, hasta reducir nuestra democracia al polvo. El desmembramiento de la libertad fue haciéndose por pequeñas dosis. Fue un envenenamiento paulatino, casi imperceptible, era la lógica que buscaba el socialismo para poder imponer su hecatombe. En las primeras de cambio se aplicó una estrategia que magnificaba la exaltación de los pobres como protagonistas de la nueva epopeya independentista y cada uno se creyó un pequeño redentor que tenía la bendición de comenzar a socavar las bases democráticas. Los minúsculos vengadores los revistieron de héroes.
La revolución fue creando el antivalor como protagonista. Se exaltó al resentido social, las fuerzas de la ley haciéndose de la vista gorda ante el crimen perpetrado por sus violentos. El régimen auspiciante de ellos lo referenció como el ideal del nuevo hombre. Por primera vez el crimen adquiría un estatus impensado. Jueces venales, absolutamente inmorales, dejaron de lado el compromiso con los principios para dar rienda suelta a sus instintos primitivos. Con un sistema judicial fétido era más fácil seguir colocando piezas en su ajedrez.
Desde las entrañas podemos observar nuestra realidad de compleja explicación. Es difícil entender cómo logramos terminar en un hueco infinito, en donde el futuro tiene la horripilante cicatriz de la incertidumbre. Una nación con un enorme potencial, para estar en la élite de las naciones, anda rebuscando entre la basura, aceptando –casi con resignación– el destino que escogió cuando con el voto elevó a gobernantes al peor de los elegibles.
Desde que nos levantamos nos acoge un profundo dolor. La angustia de un nuevo día cargado de nuevos desafíos abruma. La dramática situación es el sol de cada amanecer. Son millones de familias que hacen milagros para que un bocado llegue a su boca. Cualquier producto sirve si se trata de hacerle una carantoña a los intestinos, casi lo que sea para ganarle una batalla momentánea al hambre, ese enemigo funesto que se coloca en el dintel de cada inmueble para indicar que sigue presente en nuestras pesadillas.
La explosiva realidad nos tiene contra las cuerdas. Cada día es un nuevo capítulo de dolor, la tragedia venezolana en cada pecho de la patria herida…
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