En los últimos días se observan variados planteamientos en torno a la necesidad de intervenir con fuerzas externas, para lograr el cese en el país de las descaradas violaciones de los derechos humanos. Violaciones reseñadas por los organismos multilaterales y por buena parte de los parlamentos mundiales, dando cuenta del avance de un Estado fallido.
También es común invocar acciones pasadas, como la desarrollada en Panamá, ante el desafío de Noriega, rápidamente sometido, mediante la intervención de Estados Unidos.
La situación ha cambiado mucho y existe un nuevo contexto, precisándose rejuvenecidos análisis ante el secuestro de un país, por parte de la delincuencia organizada, avanzando en la destrucción de la democracia, manejando incalculables recursos del narcotráfico, todo tipo de actos delincuenciales y el saqueo completo de los recursos nacionales, para provocar una conflagración mundial, con el apoyo de Rusia y China, participantes en estos criminales actos.
La intervención humanitaria, entendida bajo el uso de la fuerza y sin autorización del Consejo de Seguridad de la ONU, es un precepto problemático para los nuevos tiempos. Se le atañe un adagio muy antiguo, atribuido a Cicerón, “summum ius suma iniuria” (excesivo derecho, excesiva injusticia).
Los parlamentos del mundo conocen los informes de las Naciones Unidas, la OEA y decenas de expertos en la materia. Dan cuenta del desastre, conformándose un cuadro de sufrimiento humano inimaginable en los tiempos presentes.
La política internacional y sus instituciones deben entender el desarrollo de un crimen masivo y una represión desproporcionada; es injusto ocultar actuaciones contra los propios principios del derecho. El presidente de la OTAN en 1999, ante el célebre caso Kósovo, el doctor Javier Solana, señaló: “El último derecho de los Estados no puede y no debe ser el derecho a la esclavitud, perseguir o torturar a sus propios ciudadanos”. Cuando un Estado, como en el caso venezolano, se convierte en agresor de los derechos humanos, justifica la actuación de otros sujetos internacionales.
Es tal la lista criminal, que se impone la necesidad ética de fijar estrategias; lo importante es construir los nuevos mecanismos. No es justo calificar la masacre humana con un derecho a la indiferencia. El papa Juan Pablo II, en el año 2000, nos dejó este mensaje en la Jornada Mundial de la Paz: “Cuando la población civil corre peligro de sucumbir, ante el ataque de un agresor injusto y los esfuerzos políticos y los instrumentos de defensa no violenta no han valido para nada, es legítimo e incluso obligado emprender iniciativas concretas para desarmar al agresor”.
Las propuestas conocidas esta semana, se están gestando para detener la barbarie. Es importante el diseño de nuevos pasos, sobre parámetros que la realidad impone, comprendiendo el nivel de sufrimiento grave, por la violación de los derechos esenciales y básicos de la población; está demostrada suficientemente la situación de urgencia. Es prioritario para la paz del mundo, redefinir, con elementos reales, sustituyendo los artificios retóricos, la manera de expulsar el bandidaje, que ha destrozado en Venezuela la vida republicana, avanzando peligrosamente hacia la destrucción de la libertad global.
Son importantes algunas precisiones:
No se deben despertar falsas expectativas, ilusiones alejadas de la realidad geopolítica actual. Ello implica repensar nuevos y urgentes mecanismos, aprovechando la fortaleza mundial de los apoyos recibidos.
Es falso el planteamiento de “horas cero” para la toma del país. Eso no existe.
No estamos mal. Todo lo contrario, la tiranía recibe golpes certeros y está desesperada, fabricando trampas, pero le funcionan al revés.
Repito: los mecanismos internacionales tradicionales -funcionaron desde el pasado siglo- hoy no tienen posibilidad de aplicación cierta.
Las medidas tomadas cumplen su objetivo, no de un día para otro. La desesperación es mala compañía.
De nuevo: existe una dirigencia exitosa y al frente de ella la persona que ha construido inteligentemente este movimiento por la libertad. Esperemos caminos.
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