Ningún mes como diciembre para la nostalgia, las promesas, los buenos deseos o los buenos propósitos. Días para los recuentos noticiosos, los análisis políticos o económicos, las predicciones, las especulaciones, pero también, felizmente, desde otra perspectiva, para la planificación, la organización y las propuestas.
Más allá de las estadísticas y de la especulación que suele deformarlas, una observación directa y desprejuiciada de la realidad cotidiana mostraría en Venezuela un clima en el que se mezclan dudas con inquietudes, datos con presunciones, silencio con desconfianza. Pese a las cifras falseadas y los despliegues publicitarios, la verdad es que la gente ya no se moviliza por las propuestas u ofertas del partido de gobierno. Están los que nunca creyeron en el modelo y están los desilusionados. Están también los que ya no se benefician de sus dádivas y aquellos para los cuales los incentivos oficiales han dejado de tener importancia. De todos modos, el cuadro sigue teniendo los colores de la escasez, la mala calidad de vida, el deterioro de todos los servicios, el abandono de renglones básicos como la educación y la salud, la carestía, la ausencia de oportunidades, la inflación, el abuso.
Pese a la presunción de recuperación en algunos ámbitos muy limitados, la economía seguirá marcada por la escasez, la incertidumbre, la desconfianza, la arbitrariedad desde el poder, los fantasmas de la inflación y el desorden administrativo, además del efecto negativo de un clima electoral cargado de promesas y compromisos políticos, consecuencia de la deformación de lo que debería ser la expresión legítima de la voluntad popular. Partimos de la presunción de que 2024 será un año electoral, siempre que el juego político y los intereses de poder no deparen otra sorpresa. Venezuela aparece, por de pronto, como uno de los 70 países que deben tener elecciones el año entrante, a sabiendas de que más votaciones no significa necesariamente más democracia, y a sabiendas también de las justificadas dudas de la población sobre las garantías de honestidad y pulcritud que deberían conllevar estos procesos.
El panorama para Venezuela 24 sería incompleto si no se contemplara su inserción en la perspectiva mundial. El ambiente internacional que podemos esperar para el 24 va a ser, sin duda, turbulento. Estará marcado, al decir de The Economist, por muchos procesos electorales, el doble enfrentamiento Putin-Zelenski y Biden-Xi, el conflicto árabe-israelí, las carreras espaciales y armamentísticas, la inteligencia artificial, la economía, el cambio climático, las energías renovables y el futuro de Medio Oriente.
Un panorama así renueva para Venezuela la conveniencia de optar por una postura favorable a la reoccidentalización, es decir, a pensar en los países de Occidente como sus socios naturales y a desarrollar las formas más lógicas de integración, no solo en el plano económico sino en el de la cultura. Hacerlo implicará un alto nivel de compromiso de las élites y una imprescindible capacidad para profundizar en las ventajas de la integración y para aprovecharlas con realismo y visión de grandeza, convencidos de que se obtienen mejores resultados cuando prima la confianza, la honestidad, la buena voluntad, el pragmatismo, la comprensión de la naturaleza y alcance de los acuerdos.
Con este cuadro, la perspectiva para Venezuela en el 24 cambia solo en la medida en que se produzca un despertar de conciencia ciudadana y su incorporación activa a la construcción nacional en todos los órdenes, el económico, el social, el cultural. El programa es recuperar el valor de la ciudadanía en libertad y optar por una postura participativa capaz de asumir las tareas y los compromisos de planificar, organizarse, afirmarse en la continuidad de los propósitos. Se trata, en consecuencia, de promover un diálogo social de autenticidad, inclusivo, coordinado, enriquecido por la participación de los ciudadanos y de las instituciones.
Venezuela 24 será, sin duda, mejor por la conciencia y la acción de sus ciudadanos.
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