Este año que se inicia en Venezuela, puede ser el de la apertura de oportunidades de un cambio político, sin sobresaltos, a través del único instrumento que tienen las sociedades libres como es el dialogo civilizado entre los hombres, generando confianza en los capitales privados y en un clima de inclusión social para todos sus ciudadanos.
Venezuela ha vivido una crisis descomunal, producto de una torpeza sin precedentes en su gobernanza por parte de un gobierno ineficiente, con una política económica atrasada, de planificación central y burocrática que llegó a quebrar al país petrolero más importante de occidente. Aunque, así mismo, ha tenido que soportar una oposición tradicional, secuestrada por un extremismo que ha sucumbido también a la corrupción y que no se adapta a los nuevos retos ni a los cambios que ha experimentado una sociedad sin el yugo de un estado que ha colapsado. Las sanciones internacionales, también han coadyuvado a esta situación tan calamitosa para nuestra gente.
Digámoslo de una vez, para despejar nuestras intenciones desde el principio: los radicalismos voluntaristas, generando climas de polarización y posverdad, que han fracasado durante los últimos veinticinco años, han sido el principal ingrediente de alimentación de un conflicto exacerbado espanta capitales. De allí la imperiosa necesidad de promover un Pacto de Estado, como instrumento necesario que permita encontrar coincidencias entre posturas políticas distantes. Hagamos el intento de ver cómo nos podemos entender para hacer el esfuerzo ciclópeo de salir de esta crisis tan grave que vive nuestra nación.
Son muchos los ejemplos de países que han estado sometidos a diferentes tipos de regímenes con extrema polarización y han logrado que todo el liderazgo acuerde las líneas gruesas de acuerdos políticos y económicos. Han podido hacerlo empinándose sobre sus diferencias, encontrando consensos que le den viabilidad a sus Estados-naciones. Los ejemplos de países que han superado crisis, junto a polarizaciones extremas, sobran.
Los países del este de Europa son una muestra evidente. Allí hubo de acordarse la oposición liberal con los comunistas más duros de los regímenes estalinistas y, sin embargo, se logró la transición. Y eso no fue porque eran ángeles y serafines haciendo política, sino políticos que entendieron que el enorme poder del partido-Estado se derrumbaba y había que sustituirlo para que la sociedad pudiese sobrevivir.
Hoy día la crisis que vive Europa con la guerra de Ucrania y en el Cercano Oriente con la guerra entre Israel y Hamás, hace que los hispanoamericanos mantengamos un clima de convivencia y no de crispación, habida cuenta de que somos uno de los pocos espacios del mundo donde aún prevalece la paz y a ello debemos colaborar los venezolanos. El diálogo debe prevalecer en los conflictos actuales, la guerra es su única alternativa con su desiderátum de muerte y destrucción.
En Venezuela sí hay posibilidades de acuerdos fructíferos entre el gobierno y la oposición. Ha sido auspicioso el primer gran acercamiento que ha ocurrido recientemente en nuestra nación, como fue la convocatoria al Referendo a favor del Esequibo, donde organismos del Estado y la sociedad civil, incluyendo gobernadores, alcaldes, diputados y partidos de la oposición democrática, empresarios, universidades y diversos gremios apoyaron, sin medias tintas, el justo reclamo histórico sobre dicho territorio, ratificando, erga omnes, el Acuerdo de Ginebra que no ha sido otra cosa que la solución bilateral de la controversia entre Guyana y Venezuela.
Internacionalmente ha habido otros ejemplos de diálogos con éxito, entre partes en conflictos extremos y hasta armados, como sucedió en España, en época de la presidencia de José Luis Rodríguez Zapatero, cuando el Estado español derrotó la política de violencia del grupo terrorista ETA y lo conminó a dejar las armas por la lucha política y parlamentaria, para incorporarse a la vida democrática. Hoy en España se puede confirmar, tal como lo planteara el portavoz del Psoe en el Congreso y exlendakari vasco, Patxi López, que H Bildu no representa a ETA, porque ésta fue derrotada por la democracia española.
El año 2024 se debe elegir un nuevo presidente en Venezuela, pero aquí no va a acontecer un 23 de enero de 1958, no viene un golpe de Estado, ni una revolución armada que derrote totalmente al gobierno y lo pulverice. Aunque gane un candidato de oposición, que es lo deseable, nadie garantiza que pueda gobernar y eso es más trágico que perder una elección. Todos sabemos, menos los ilusos, que quien gane debe acordarse con el perdidoso para poder gobernar. El “madurismo” hoy controla el poder judicial, el poder legislativo y la Fuerza Armada, ¿cómo se va a producir el cambio si a este poder se le amenaza, torpe e ingenuamente, con hacerlo desaparecer del mapa político en Venezuela? Y si gana un candidato proveniente de la oposición, el gobierno tiene que entregarle y dedicarse a hacer una oposición democrática, pero si no hay un Pacto de Estado de por medio nadie podrá gobernar con la seguridad y tranquilidad ciudadana indispensable para recuperar la nación.
Aquí debe comenzar, desde ya, un proceso de diálogo sereno, de negociaciones políticas con P mayúscula que conduzcan a un Pacto de Estado, pero para ello se necesita el respaldo de toda Iberoamérica; y, sobre todo de España, con su carga de conocimientos invalorables sobre un proceso de cambio sin sobresaltos, que ocurrió al salir el régimen dictatorial de 40 años de Francisco Franco y se inició una etapa evolutiva, en democracia, para lograr la inserción de esa gran nación en el resto de la Europa civilizada, que hoy es ejemplo de democracia plural en el mundo.
También podemos decir lo mismo de otro país iberoamericano, como Brasil, que comparte la frontera amazónica con Guyana y Venezuela, Este gigante suramericano tiene un cúmulo de experiencia notable en resolución de conflictos en nuestra región. Así mismo nuestra vecina Colombia, con los procesos de paz que han desarmado, casi por completo, una guerrilla centenaria de izquierda y un paramilitarismo de derecha, que tenían sumida en el caos a una de las democracias más antiguas del continente. España, Brasil y Colombia nos pueden ayudar a esta propuesta de Pacto de Estado que nos permita acordarnos en los temas más gruesos de economía y petróleo, educación, seguridad jurídica y de atracción de inversiones en el corto, mediano y largo plazo.
Los españoles tienen un líder que ha sido denostado por algunos venezolanos de memoria corta, pero que ha ayudado mucho al proceso de paz en Venezuela. Me refiero al experimentado presidente José Luis Rodríguez Zapatero, quien nos acompañó en el proceso de diálogo en República Dominicana, donde estuvimos a punto de lograr un acuerdo que hubiese producido el cambio político, si no se hubieran impuesto los radicalismos de ambos lados. Este acuerdo conllevaba un proceso electoral con garantías y consenso en la fecha de los comicios, el levantamiento de las sanciones contra Venezuela, las condiciones de la Comisión de la Verdad, la cooperación ante los desafíos sociales y económicos, las garantías para el cumplimiento del acuerdo y el compromiso para el funcionamiento plenamente normalizado de la política democrática.
También el presidente Rodríguez Zapatero ha logrado la liberación de dos opositores radicales, como Leopoldo López y el vicepresidente de AD, Edgar Zambrano, al igual que a un líder político del chavismo, que entró en contradicción con el gobierno de Maduro, como el mayor general Miguel Rodríguez Torres. Todos le deben agradecimiento al presidente Zapatero, no sé si lo reconocen o no, pero está a la vista de todos. Menciono solo estos casos por su alta significación política, pero hay muchos más que hoy disfrutan de libertad en Venezuela o en el extranjero gracias a sus gestiones.
Mientras Brasil tiene un hombre de Estado como Celso Amorín, que ha sido considerado, en el año 2009, por la revista estadounidense Foreign Policy como «el mejor ministro de Asuntos Exteriores del mundo», quien llegó a ser el intermediario en el agudo conflicto del uso de la energía atómica en Irán, logrando un acuerdo internacional para evitar que fuese destinado al ámbito militar y, por el contrario, se dedicara a fines pacíficos. Hace pocas semanas, el presidente Lula lo ha comisionado para que sirva de intermediario en el conflicto bilateral entre Guyana y Venezuela, quien seguro estoy no solo intervendrá en el tema del diferendo con el vecino país, sino que estaría dispuesto, también, a aportar su experiencia invalorable en el diálogo necesario tendente a celebra el Pacto de Estado que proponemos.
Colombia es otro país con el que nos une una historia común, no debemos olvidar que fuimos una sola nación en el siglo XIX, gracias a Simón Bolívar, Libertador de ambas naciones. Los lazos económicos, sociales y políticos, entre nuestros pueblos, son indiscutibles. Allí hay otro expresidente como Ernesto Samper Pizano, quien tiene una amplia experiencia tanto teórica como práctica en materia de relaciones y conflictos internacionales. Autor de más de veinte libros sobre estos temas y profesor activo o invitado en universidades tan prestigiosas como la Central de Bogotá. La Javeriana, en el Politécnico Grancolombiano y la Universidad de los Andes en Colombia; además ha dictado cátedra en las prestigiosas universidades españolas de Salamanca y Alcalá de Henares y, en Francia, en el Instituto de Altos Estudios de América Latina en la Universidad de La Sorbona. Su prestigio internacional lo llevó a ser elegido por la ONU para presidir Unasur, donde realizó una excelente gestión de buenas relaciones con países con políticas diferentes y contradictorias. Su talante resolvió muchos problemas muy agudos entre sus integrantes. Es un asiduo visitante de Venezuela, conoce profundamente nuestros problemas y mantiene excelentes relaciones con políticos ligados al gobierno y a la oposición, donde goza de respeto y estima.
Otra excanciller hispanoamericana que nos puede ayudar, con su enorme experiencia en temas de conflictividad internacional, es María Angela Holguín Cuéllar, quien fue embajadora de Colombia en Venezuela, donde construyó las mejores relaciones con todos los sectores de la vida nacional. Además, su formación intelectual sería otro aporte significativo: se diplomó en Diplomacia y Estrategia en el Centre d´Études Diplomatiques et Stratégiques (CEDS) de París y realizó estudios sobre Negociación, en la Universidad de Harvard y de Literatura francesa en la Sorbona. Es tal su reconocimiento internacional, que la Organización de las Naciones Unidas la designó, recientemente, para que mediara en la terrible crisis de Chipre, donde el conflicto de esa nación con Turquía ha llevado que hasta los “cascos azules” de este organismo hagan acto de presencia en la capital, Nicosia, para evitar una guerra de grandes proporciones.
Estoy seguro de que estos dos excancilleres Celso Amorín y María Angela Holguín y los expresidentes José Luis Rodríguez Zapatero y Ernesto Samper Pizano, quienes por lo demás tienen una larga amistad entre ellos y con los más destacados líderes de Venezuela, estarían dispuesto a conformar una instancia de mediación, que contribuya a armar todo un entramado de conversaciones entre el gobierno del Presidente Maduro y toda la oposición venezolana, sin exclusiones, con miras a celebrar un pacto de Estado de corto, mediano y largo plazo para salir de la crisis, sin agendas ocultas de ningún lado, para que la seriedad sea el norte de estas conversaciones.
¿Por qué creo que personajes de este nivel pueden ayudar al proceso difícil y escabroso de conversaciones tendentes a lograr un gran pacto de Estado que trascienda al hecho electoral? Porque conocen a fondo a Venezuela, les levantan el teléfono en Miraflores y también les responden los líderes de oposición, públicamente o en secreto, pero todos les hablan. ¿Hay otros posibles intermediarios? Probablemente. Yo, por mi parte, propongo estos nombres para que nos ayuden al inicio de un diálogo serio, que conduzca a un Pacto de Estado coherente a corto, mediano y largo plazo. No pensemos solo en las próximas elecciones, sino en las próximas generaciones.
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