En numerosas oportunidades hemos señalado que nuestro país, a pesar de atravesar una de sus peores crisis con diversas aristas y manifestaciones en toda su larga historia, tiene esperanzas de que se produzcan los añorados cambios que venimos reclamando los venezolanos asociados a la paz, estabilidad económica y social, empleos y salarios de calidad, recuperación de la capacidad de ahorro, mejora de los servicios públicos entre ellos, luz eléctrica, agua potable, salubridad, gas, transporte, salud y otros. Venezuela y los venezolanos reclamamos una sociedad de certezas y dejar de ser un país y sociedad plagada de incertidumbres y desasosiego.
Apostamos a un país que en su conjunto logre niveles de progreso y desarrollo humano, económico, cultural y demás. Es insólito que un país con tantos recursos y providencias tenga indicadores regresivos en muchísimas áreas y ámbitos. El gobierno debe ser responsable ante la sociedad y formular las medidas y planes que permitan corregir las grandes distorsiones y déficits que arrastramos desde hace años.
Los tiempos de crisis son también tiempos de oportunidades y de esperanzas para la sociedad, la economía, la industria, la educación, la ciencia y la tecnología entre otros. Nacionalmente merecemos un cambio que se traduzca en políticas públicas y gestiones más eficientes, programas tal vez menos pomposos y con más logros, urge recuperar la cordura, la transparencia y la honradez en la administración de los dineros públicos, cuestión que debe ser vista como una prioridad y objetivo en todas las administraciones y niveles (nacional, regional y municipal). La gente está demandando cambios y naturalmente mejores y más dignos niveles de vida.
Es inexcusable cómo el gobierno ha desperdiciado un capital político, económico, humano y financiero que se traduce simplemente en más hambre, más miseria, menos soluciones habitacionales, menos ambulatorios y hospitales funcionando, más desempleo, menos productividad, más inflación e inseguridad ciudadana entre los indicadores que más sobresalen y que repito deben corregirse con medidas y con decisiones.
Sin embargo, como afirmamos anteriormente frente a este panorama desalentador debemos recurrir a nuestros hombres y mujeres, a nuestros valores y tradiciones, y naturalmente no desmayar en la búsqueda incesante de un verdadero cambio que nos devuelva la tranquilidad, la estabilidad y la cordura a los venezolanos, sumados en un todo, en un proyecto común de país y de sociedad que hoy lamentablemente está ausente.
La única revolución que debe impulsarse es la del trabajo sesudo, la que genere empleos y la creación y mantenimientos de toda la infraestructura, que se plantee más escuelas funcionando, más ambulatorios operativos, más microcréditos, menos corrupción y comisiones, mejores funcionarios, sólo así podremos salir del atolladero en el que estamos sumidos los venezolanos en general.
Si algo muestra nuestra Venezuela actual, y no es un tema de simplismos, fatalismos ni nada parecido, es precisamente el deterioro o eclosión del modelo desarrollo rentista y extractivista, que, si bien funcionó y ha sido objeto de grandes debates, la realidad actual nos muestra la imperante necesidad de debatir, revisar, cuestionar, replantear y sobre todo proponer un nuevo modelo de desarrollo. Valga señalarse que Venezuela nunca fue tan rentista como en los años de la llamada revolución bolivariana 1998-2023, y es precisamente en este periodo o etapa donde por una serie de aspectos y variables veremos sucumbir al modelo que por décadas se implementó por parte del gobierno y del Estado venezolano.
Estas dos décadas y pico nos dejan varias enseñanzas. Primero se aumentó la presencia desmedida del Estado venezolano en todas las actividades lamentablemente con un desempeño poco discreto o cuestionable incluyendo expropiaciones y ocupaciones, en paralelo debilitando al sector privado quien paradójicamente es el responsable de lo poco que ha funcionado. Segundo, en estas dos décadas las empresas del Estado fueron desarticuladas y arrasadas por una mala gerencia colocándolas literalmente en rojo, en déficits, desde Pdvsa, Corpoelec hasta llegar a Sidor o Pequiven. Tercero, el estamento militar copó todos los espacios y ámbitos a niveles nunca vistos en la historia militar venezolana y latinoamericana, desde gobernaciones, cancillería, industrias, ministerios, entes diversos, negocios y demás con un desempeño poco vistoso y eficiente. Cuarto por ausencia de una sólida política económica, monetaria, fiscal y gravitando precisamente en el esquema rentista extractivista llegamos a la hiperinflación, aunado con la pulverización del salario, del ahorro y poder adquisitivo y que su expresión se dará en el empobrecimiento generalizado de la población venezolana en el inicio del siglo XXI y consiguientemente, en la diáspora y éxodo de cerca de 8 millones de venezolanos en los últimos años.
Los retos y cambios son impostergables y exigen asumir las fallas o tropiezos, las carencias como primer paso, y en simultáneo promover un gran diálogo nacional sobre bases ciertas y no falacias, sobre un nuevo modelo de desarrollo, sostenible, viable, incluyente, basado en el ser humano, en el talento, en las destrezas, en las capacidades, en las regiones, en la iniciativa y sector privado, en las universidades como centro de formación de excelencia, y por supuesto también en la participación del sector público y del Estado venezolano, con imperio de la ley, es decir, con reglas de juego claras (rule of law), metas viables, objetivos claros y disciplina en todos los órdenes.
El país requiere repensar todo, desde la educación, el empleo, el ahorro, los servicios públicos, la salud que ni es preventiva ni curativa, pasando por la protección social incluyendo prestaciones sociales, poder adquisitivo, reformas de política monetaria, fiscal, económica, tributaria pertinentes, infraestructura, telecomunicaciones, temas energéticos, hidrocarburos, minerales, federalismo y descentralización, trabajo y emprendimiento, tecnología, hábitat y medio ambiente, ciudadanía, liderazgo, democracia y todo remite a concebir e impulsar un nuevo modelo de desarrollo anclado en la confianza, en el desarrollo y certezas no en incertidumbres.