OPINIÓN

Venezolanos en EE UU: entre el Burro Azul y el Elefante Rojo

por Vladimiro Mujica Vladimiro Mujica

Es interesante examinar la conducta de los grupos de emigrantes a Estados Unidos, cómo se integran o no a la cultura  norteamericana, el dominio del inglés, la participación en política y cómo extienden su cultura  y prácticas a la sociedad del nuevo país donde residen. El asunto es de por sí muy complejo, de modo que me limitaré, por motivos obvios, al caso de la diáspora venezolana, y especialmente a su participación y comprensión de la política norteamericana y cómo la misma se relaciona con Venezuela.

Para comenzar a poner las cosas en contexto, vale la pena pasar por el trago amargo de consultar la página web de Acnur (https://www.unhcr.org/en-us/venezuela-emergency.html) para poner de relieve la gravedad de la crisis humanitaria que afecta a nuestro país. Los números pueden variar considerablemente, porque otros estudios apuntan a una cifra de 6 millones de refugiados, pero el resumen de Acnur es lo suficientemente estremecedor. La gravedad de la situación de los migrantes a Estados Unidos no tiene las mismas dimensiones que en los casos de Colombia o Brasil, pero tiene sus características propias muy preocupantes y que se reflejan en el crecimiento enorme de las peticiones de asilo y el número importante de venezolanos internados en los centros de detención en condiciones muy precarias. A ello hay que añadirle las dificultades para obtener el estatus de protección temporal que no se ha otorgado a los venezolanos y que crea una situación excepcional de desventaja cuando se los compara, por ejemplo, con el exilio cubano.

Con este trasfondo deprimente de dificultades que afectan a nuestra gente y que obstaculizan tremendamente su integración a la sociedad norteamericana, hay un grupo importante de emigrantes venezolanos que tienen razonablemente resuelta su situación legal y económica, muchos de ellos con ciudadanía dual, venezolano-norteamericana, algunos con un status profesional o académico destacado, que participan en un sinnúmero de organizaciones de la diáspora y que opinan beligerante y activamente sobre los asuntos  políticos en Estados Unidos y especialmente todo lo relacionado con Venezuela.

Dos combinaciones de animal y color, Burro y Azul, y Elefante y Rojo, son los símbolos de los grandes partidos norteamericanos, el Demócrata (PD) y el Republicano (PR) y con la creciente polarización de la sociedad de ese país, y la cercanía de las elecciones presidenciales, el choque frontal entre el Burro y el Elefante, y la pelea por cambiar el color de los estados de la Unión se ha transformado en un ejercicio brutal, donde casi toda norma de convivencia civilizada y de respeto al adversario, esencial para la democracia, ha cedido su paso a un estado general de crispación que para muchos, incluyéndome, ha generado una profunda preocupación sobre la salud de la gran democracia norteamericana. Temas tan complejos y que requieren de un importante acuerdo bipartidista como la respuesta a la pandemia de la COVID-19, el manejo de la economía, el tratamiento de los problemas de inmigración, el apoyo federal y estadal para la educación y la política exterior, por tan solo mencionar algunos elementos de una larga lista, se han convertido en campos de batalla. Algo que en cierto modo es normal en política, pero que ha sido llevado a terrenos prácticamente irracionales de confrontación.

Las redes sociales se han convertido en un terreno de combate excepcionalmente tóxico en tiempos de encierro y pandemia. La paradoja de que estos son los tiempos de máximo acceso a la información y de máxima ignorancia sobre temas fundamentales, se ha convertido en un elemento de análisis esencial para entender la crisis psicológica y social que se expresa en el hecho de que una parte importante de la población recibe toda su información a través de redes sociales que comparten con grupos de amigos. Solamente de manera excepcional se accede a los medios de comunicación, quizás para encontrarse con la desagradable sorpresa de que muchos medios están tan polarizados como las redes, y aún menos a libros y literatura especializados. En resumen, la conclusión inescapable es que volúmenes inmensos de información no pueden ser procesados sin preparación previa para hacerlo. Y a ello hay que añadirle que una parte esencial de los contenidos en las redes sociales son manejados por robots, que controlan y manipulan sus temas y opiniones, creando tendencias de acuerdo con los intereses que los regulan y a sus dinámicas de acción a través de algoritmos matemáticos y computacionales.

Capítulo especial en el universo informado e ignorante en que se ha convertido el mundo moderno es el tema de las conspiraciones, de larga tradición en la política norteamericana y mundial. Hay muchas teorías de la conspiración que coexisten, generadas en buena medida como maquinarias de desinformación contra los partidos, y que son asumidas como verdades reveladas por muchos sectores de la población. Entre ellas están Qanon (https://en.wikipedia.org/wiki/QAnon#Identity_of_%22Q%22), que ha generado su propio espacio comercial (https://www.amazon.com/Venezuela-Follow-Rabbit-WWG1WGA-T-Shirt/dp/B07JVV9SCL), y la teoría del Estado Profundo o del Estado Oscuro (https://en.wikipedia.org/wiki/Deep_state_in_the_United_States). Qanon es usada con frecuencia para asociarla con el Partido Republicano y acusarlo de supremacista blanco y de tendencias fascistas, mientras que la teoría del Estado Profundo es empleada para acusar al Partido Demócrata de participar en una conspiración internacional aliado con el comunismo y el socialismo. No es mi intención discutir la veracidad de todas y cada uno de las ideas detrás de las teorías de conspiración. Cada quien es libre de creer lo que cree. Simplemente llamo la atención sobre el hecho de que muchas teorías de conspiración han cumplido un rol esencial en desinformar a la gente y en fabricar aparentes verdades para eliminar a los adversarios. Uno de los casos más famosos fue el de Los protocolos de los sabios de Sion, extensamente empleados para justificar la persecución a los judíos en Rusia y la Alemania nazi.  

El caso de Venezuela y la ayuda que nuestro país ha recibido de Estados Unidos en sus esfuerzos para recuperar la democracia y la libertad y rescatarlas de la hecatombe chavista-madurista, era uno de los pocos temas que hasta hace poco tiempo disfrutaban del estatus privilegiado de contar con un apoyo bipartidista, tanto en el Congreso como en el gobierno norteamericano. Pero ya los propios venezolanos en Estados Unidos se han encargado de destruir ese espacio de vital interés para nuestro país, trasladando al escenario político algunas de las prácticas más nocivas del ejercicio de polarización que ha devorado a Venezuela y que tuvo un papel esencial en entregarle la República a Chávez. Pero no aprendemos, la respetable asociación de venezolanos al Partido Demócrata o al Partido Republicano está frecuentemente contaminada del discurso destructivo que pretende aniquilar al adversario y según el cual si gana Trump triunfa Venezuela y si gana Biden se acaba Venezuela, o viceversa. Un tema sobre el cual nosotros deberíamos ser los primeros en defender la amplitud del esquema bipartidista de apoyo a Venezuela, sin ignorar las claras diferencias entre las propuestas del Partido Demócrata y del Partido Republicano, se ha transformado en un pernicioso campo de batalla donde las últimas víctimas son destacados venezolanos que participan en la política norteamericana. Excepciones a este despropósito las constituyen por un lado los embajadores del gobierno (e) de Guaidó en Estados Unidos y la OEA, Carlos Vecchio y Gustavo Tarre, y organizaciones como Demos of the Americas, VenAmérica, Venezuelan American Alliance y otras agrupaciones de venezolanos, concentrados en cada estado en Casas Venezuela, que han defendido una visión bipartidista del tema Venezuela. Pero el panorama general en las redes es desolador.

La democracia permite escoger sin destruir al adversario. No es necesario sacrificar a ninguna de las dos criaturas poderosas, el Burro Azul y el Elefante Rojo, para avanzar la causa de Venezuela. Al contrario, los necesitamos a los dos saludables y dispuestos a ayudarnos para ver si nos salvamos todos juntos de la amenaza que gravita sobre todas las democracias occidentales.