OPINIÓN

Venequismo

por Isaac González Mendoza Isaac González Mendoza

 

Hace años la changa era una música odiada. Vinculada a la cultura tuki, era tildada de «marginal», «tierrúa» y «ordinaria». Quizás tuvo que ver con los modos en que se difundió, por medio de los quemaítos de La Hoyada o en videos en YouTube en los que sus representantes, la mayoría de zonas populares, aparecían bailando con movimientos veloces y coordinados.

En una época el tuki promedio vestía pantalones tubito, zapatos Nike, mucha gelatina en el cabello, a veces se hacían mechas o se pintaban de amarillo los bigotes y vellos de los brazos. Se ven poco ahora de ese modo. La tendencia apunta más hacia los estilos urbanos de Bad Bunny o Karol G. 

La cuestión es que ha sido una cultura importante del presente siglo no solo por su popularidad, también por su independencia: muchos creadores de changa hicieron su música en computadoras baratas y luego la daban a conocer entre amigos, pese a las constantes críticas que recibían. La changa, al menos en Caracas, se escuchaba sobre todo en barrios o en las camionetas que viajan a La Guaira, así como en matinés o guerras de minitecas. 

«Veneka», la reciente canción de Rawayana, retomó este mismo ritmo y lo convirtió en un tema que, como pasaba hace 20 años con la changa, se escucha en zonas populares, aunque ahora ha trascendido a sectores de clase media. La canción tiene una doble resignificación. Al rescate de la changa se suma el de la palabra «veneco», surgida en los años setenta y usada por colombianos para referirse despectivamente a sus compatriotas que emigraban a Venezuela o a sus hijos que adoptaban las costumbres venezolanas. 

Con la masiva migración venezolana, veneco comenzó a utilizarse en países latinoamericanos para discriminar a los venezolanos. En las redes suele haber debates entre los venezolanos que se han apropiado de ella para reírse de sus detractores o los venezolanos que de manera firme asumen que no son venecos.

«Veneka» comienza similar a las viejas changas de camioneta. Una voz de hombre grave dice, con el rápido ritmo de fondo, «la banda más boleta de Venezuela: Rawayana». Luego sigue con una serie de repeticiones sobre las «mujeres venekas que representan» y se suma el particular aporte en rap de Akapellah, algo que no era tan habitual en la changa más clásica, que añadía más bien voces que repetían una y otra vez palabras o sonidos precisos. 

Si bien el tema se enfoca principalmente en los atributos físicos de las mujeres venezolanas, la canción, tal vez sin querer, destapó el debate en redes sobre qué es verdaderamente un veneco, porque al final palabras como estas o culturas discriminadas como la del tuki son parte de la venezolanidad, con sus claros y oscuros. 

No son los de Rawayana los primeros en hacerse de la palabra. Este año Danny Ocean lanzó un EP titulado Venequia que contiene canciones dedicadas al país, una de ellas «Escala en Panamá», en la que reflexiona sobre la añoranza de los migrantes por volver a su tierra. Tampoco son los primeros en retomar la changa. Arca, en el tema «Rain on Me», en el que colabora con Ariana Grande y Lady Gaga, añadió junto a su verso «mételo, sácalo» ritmos de la changa. 

Aunque haya sido criticada desde el poder, creo que más por razones políticas que culturales, «Veneka» ya forma parte de una tendencia, el venequismo, que en síntesis consiste en aceptar y entender nuestras desgracias para no quedarnos estáticos ante una realidad tan trágica. El venequismo, por como soplan los vientos, es indetenible.