Esta semana por fin precisó la diferencia radical entre negociación y negociado. Confusión planificada por el régimen durante un cuarto de siglo, treta que prolonga esta permanencia del régimen castrochavista, aumenta la división opositora pero también ahora fragmenta al poder mismo en su médula militarista.
Negociar seriamente en política exige que las partes en conflicto intercambien información abierta y veraz sobre el asunto a convenir, confianza mutua en la integridad ética de los divergentes, disciplina a toda prueba para sortear dificultades y voluntad cierta de alcanzar compromisos sabiendo que en esta clase de pactos en situaciones críticas, ambos deben ser flexibles a juro, pues pierden parte de sus privilegios a beneficio de una ganancia sólida proyectada desde los intereses particulares hacia las urgentes necesidades públicas. Acuerdos muy difíciles de implementar pero perfectamente posibles cuando se efectúan en un convenido fijo marco legal que no dependa de súbitas órdenes foráneas.
Negociaciones hubo en el New Deal estadounidense, el Apartheid surafricano, el Convenio Camp David interrumpido por el asesinato de Anwar el-Sadat en pleno desfile militar por un grupo de soldados islamistas, el Chile de Pinochet propuesto por sus fuerzas militares, los Acuerdos de Oslo rotos debido al asesinato de Isaac Rabin por un israelí ortodoxo ultranacionalista, el Tratado milagrosamente estatal comunista con el sindicato Solidaridad gracias a la tenaz directriz de Lech Walesa, el Pacto de Puntofijo betancourista que forjó la unidad de los principales partidos políticos para otorgar segura base a fin de construir la democracia venezolana tras diez años de dictadura tradicional.
Algunos tuvieron breve duración, pero todos garantizaron lapsos de transición pacífica para aliviar o resolver graves crisis nacionales de secuelas para regiones transcontinentales.
Lo contrario es el negociado de fachada política socialista o colectivista, pero estrictamente personal y comercial punto por punto que esconde autoritarismos en diversos grados. Lo practican de rutina teocracias y dictaduras totalitarias. Hoy maquillado con arreglos mentirosos sobre un oscuro escenario de algún país con gobierno cómplice –Cuba, México-Brasil o seleccionando sin rubor un Barbados ex colonia británica hoy democracia parlamentaria, donde el participante empoderado simula que cumplirá lo firmado y sellado frente a la pantalla televisiva mundial. Su objetivo es ganar más tiempo en el poder usurpado mediante la violencia ejercida por sus cuerpos armados ilegales que secuestran, desaparecen forzadamente, torturan, “suicidan”, asesinan y anulan disidentes, junto a guerrillas casi genocidas de larga data, algunas logran integrarse a instituciones de Constituciones democráticas -Bolivia, Colombia-, mientras su mayoría con otros nombres se eterniza clandestinamente sostenida por la narcocracia local combinada con la internacional. Es el castrochavismo que comanda en Venezuela preparando votaciones que no elegirán, sí legitimarán al criminal padrinomadurismo mercader, vendedor tramposo del país a Rusia-Cuba, Irán y China.
90% de la población venezolana secuestrada eligió como su representante -en votaciones primarias limpias- a María Corina Machado, en caso necesario a quien ella determine le sirva de suplente a fin de participar en las presuntas elecciones libres y transparentes del próximo julio. Cada voto por otra opción implica suicida complicidad. No habrá pretexto alguno que lo justifique ante la Historia.
Perdone, lector, esta prosa barroca llena de vocablos complejos inventados para cumplir con las limitaciones de espacio en columnas de opinión. Resumir más aún con urgencia es necesario al escribir esta nota el jueves en víspera de la hora decisiva para el destino de Venezuela.
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