¿Dónde están las mujeres venecas que son las boletas?/ que no van para el gym, pero tienen cuerpo de atleta/ No se sabe si son las cachapas o son las arepas/ y todas llevan queso/ si me mira la beso…
Así comienza la canción de una banda venezolana llamada Rawayana, bueno, a decir verdad, eso lo saben ustedes mejor que yo.
Nunca los había escuchado, pero no es culpa de ellos. Mi hija me dice que son talentosos y que no son musicalmente ningunos improvisados. Así que la culpa es mía, que, para ser sincero, no sabía de su existencia y, además, me sucede con la música lo mismo que con la literatura, siempre vuelvo a los mismos autores.
La he escuchado por primera vez (la canción), impulsado por la alocución de un Maduro indignado porque él dice que esa canción atenta contra la dignidad de las venezolanas.
Hago una digresión para contarles que, a finales de los setenta, un grupo de estudiantes de la Escuela de Sociología de la Universidad del Zulia hicimos nuestra tesis de grado sobre la mano de obra colombiana en fincas de la Villa del Rosario. Por supuesto, en todas las fincas había guajiros y colombianos que significaban casi la totalidad de la mano de obra empleada.
Los hijos de esos colombianos que emigraron en los setenta y en los ochenta, en busca de trabajos, fundamentalmente en las fincas perijaneras, pero también en la ciudad de Maracaibo, y que luego muchos de ellos regresaron a Colombia, pero otros se quedaron e hicieron familias y se hicieron venezolanos, recibieron el apelativo de venecos, tanto en Venezuela como en Colombia.
¡Ah! ¿Si me preguntan si había venezolanos, venezolanos, en las fincas estudiadas? Sí, sí había, eran los propietarios, pero iban a las fincas los fines de semana. Pero lo que se dice trabajadores, trabajadores venezolanos, no había tantos y en algunas no había trabajador venezolano alguno.
Con el tiempo en medio de la diáspora venezolana que ya se monta sobre los 8 millones de personas, siendo Colombia uno de los destinos más importantes, la palabra “veneco” dio un giro hacia una connotación más radicalmente negativa, despectiva y que no le hace ningún favor al proceso de integración de un éxodo tan grande de venezolanos que ya habitan, casi de manera permanente, en Colombia.
Advierto que, con seguridad, también en su tiempo, en Venezuela tenía una connotación negativa, expresada en una frase odiosísima, cargada de espíritu xenófobo: “Colombiano que no la hace a la entrada, la hace a la salida”.
En todo caso es una palabra con una carga negativa y peyorativa que en el caso de la diáspora venezolana ha sido, fundamentalmente, cruel, estigmatizadora y excluyente de las mujeres venezolanas, especialmente, en Colombia, Chile y Perú.
Ahora, qué hace o dice la canción que ha provocado el grito de Maduro “¡No son venecas, son venezolanas!” y la ha calificado de denigrante y deformadora de la identidad. Maduro, siempre buscando las peleas que él supone fáciles, ha arremetido contra la banda musical como si no hubiese temas urgentes que ameriten hacer un buen gobierno que, en todos los aspectos de la vida del país, está ausente. Como si no fuera más denigrante que “el salario mínimo mensual no llegue a 5 $ …o que tres de cada cuatro familias no pueden cubrir sus necesidades básicas (y que hoy sufre) el derrumbe de los servicios públicos de salud, educación, luz, agua y otros” (S. J. Luis Ugalde, El Nacional 5 de diciembre).
Realmente, como si no fuera denigrante la expresión de una niña de 16 años encarcelada, torturada y abusada, víctima de la represión de su régimen por protestar el fraude electoral y que le escribe a su madre “No aguanto más…. Y prefiero morir”.
¡Ay! Maduro, denigrante es ser la causa principal de la emigración de 8 millones de personas, fundamentalmente, mujeres solas o con hijos que cruzaron selvas y desiertos y que obligó a muchas de ellas a prostituirse para poder llevar un bocado de comida a la boca de sus hijos.
Sus gritos e insultos, que nunca faltan en sus intervenciones, esta vez contra la canción y la banda ya han dejado sus efectos de autocensura, de tal manera que Rawayana se ha visto obligada a cancelar sus conciertos en el país, por el miedo de los empresarios a ser penalizados como ya se hizo con los pequeños comercios de comidas y hoteles que le brindaron atención a MCM durante la campaña electoral.
También circula el rumor de que es el castigo del chavismo-madurismo contra la agrupación por el apoyo que dio MCM y a Edmundo Gonzáles Urrutia en el proceso electoral del 28 de julio.
O tal vez, pienso para mis adentros, que es un rechazo a su propia identidad, pues hay registros que señalan que también él es veneco.
Con respecto a la canción, les confieso algo que todos los que me conocen saben: Yo no soy crítico musical. Leo la letra de la canción y su mérito está en algo en lo que Chávez era un maestro: convertir algunas palabras, casi todas denigratorias, en parte del habla de los venezolanos, de esta manera se normalizó palabras como: escuálido, majunche, moribunda, vergatario y un largo etc.
En ese sentido, la canción de Rawayana pretende normalizar la palabra “veneca», despojándola de su carga peyorativa, xenófoba. Despoja de su condición de «clase baja» la palabra «boleta”, porque la lengua nos hace comunidad y sociedad y hace un meme de la imagen hipersexualizada que se ha construido de las venezolanas.
También explora todos los clichés que solemos verbalizar los venezolanos: “sabemos hacer billete”, “tenemos las mejores playas” y también “tenemos los mejores culos”.
En realidad, más que deformadora de nuestra identidad, como dice Maduro, que, como todo estalinista, cree que la identidad nacional es un dato de la naturaleza, la canción de Rawayana es una “celebración de nuestra identidad” como un proceso que se construye.
Ahora bien, dada esas características positivas que le veo, en contraste con los juicios estridentes de Maduro, si me preguntaran si la canción me gusta, les digo que no, no me gusta. No por las razones que dicen sus críticos chavistas-maduristas. Sino porque “no me llega” eso que llaman “tecnochanga” o “changa tuki” de verdad, no sé qué caRAjo es eso (en mayúsculas le sílaba RA, porque allí esta su fuerza expresiva, recordando a Fontanarrosa).
Ya saben, como dice Serrat, “yo soy un hombre mayor, tirando a viejo” y sigo refugiándome en mis cantantes de siempre: Sabina, Serrat, Manu Chao, Mercedes Sosa, Chico Buarque, Vinicius De Moraes, Caetano Veloso, Fito Páez, Calamaro, Buena Vista, Ellis Regina, Vania Bastos, etc.
Y aunque me critiquen, les confieso que me sigue gustando Silvio Rodríguez, su canción “Oleo de mujer con sombrero” es una maravilla o Pablo Milanés, porque el “Breve espacio en que no estás” es otra maravilla.