El próximo 2 de febrero se cumplirán 25 años de la toma de posesión de Hugo Chávez como presidente de Venezuela. Con ese acto, grato para 3,7 millones de venezolanos que votaron por él, se inició un proceso de destrucción sistemática que afectó a 23,4 millones de venezolanos en aquel momento (28,9 hoy en día). Desde todo punto de vista que se les mire, los mandatos de Chávez y de su sucesor Nicolás Maduro constituyen el mayor desastre habido en toda la historia del país, con excepción de la guerra de independencia (1811 a 1821) que fue la más prolongada, cruenta y destructiva de todas las ocurridas en el continente americano.
La “revolución bolivariana” o “socialismo del siglo XXI”, conocido simple y llanamente como “chavismo”, afectó todos los ámbitos de la vida nacional: económico, político, social, jurídico, físico, institucional, familiar, laboral, asistencial, educativo, científico, cultural, ético, etc. Una parte importante de la población venezolana huyó del país, no solo por la crisis económica que se profundizaba día a día, sino también por la persecución y el acoso del régimen, caracterizado por su autoritarismo, intolerancia y brutalidad.
Nada se salvó de la vorágine chavista: empresas industriales, agrícolas y pecuarias expropiadas sin compensación; medios de comunicación opositores neutralizados o suprimidos; los poderes públicos del Estado despojados de toda capacidad de acción imparcial; la industria petrolera, la “gallina de los huevos de oro” de la economía nacional, privada de su personal técnico y ejecutivo (meritocracia), asaltada por improvisados prosélitos del régimen, desviada de sus funciones básicas, convertida en cajón de sastre y caja chica del régimen, fatalmente arruinada; la fuerza armada nacional (FAN) sometida a la férrea autoridad de una pequeña cúpula radicalizada y devota del proyecto castro-comunista cubano; los salarios y jubilaciones disueltos como sal en agua por efectos de la hiperinflación; los partidos políticos opositores intervenidos y puestos en manos de dirigentes mediatizados; los principales líderes de oposición inhabilitados, perseguidos, presos o expatriados; eliminado todo control sobre el poder Ejecutivo por parte de la Asamblea Nacional y la Contraloría; la corrupción elevada al máximo y expandida por todos lados. Muchas cosas más podrían anotarse sobre este descomunal desastre nacional.
Que ello haya ocurrido en Venezuela, país que dispuso de tantos recursos naturales y humanos, que fue uno de los mayores productores de petróleo del mundo, que llegó a tener el ingreso per cápita más alto de América Latina y uno de los mayores del mundo, que tuvo una de las monedas más sólidas y estables y un sistema democrático que fue modelo en un continente dominado por dictaduras militares crueles y sangrientas, resulta insólito y muy difícil de entender. Para ello se requeriría un profundo conocimiento de las condiciones históricas, políticas, sociales, éticas, culturales, psicológicas y antropológicas del país.
En este escrito no podemos decir mucho sobre ese particular, pero sí destacar un hecho que emerge como punta de iceberg en este mar de calamidades. Nos referimos al carácter eminentemente militarista del chavismo. Desde hace 212 años (independencia nacional) hasta hoy, los militares han estado acechando constantemente el poder, manteniendo siempre una actitud conspirativa y golpista y accediendo a él por la fuerza. El propio Chávez lo intentó infructuosamente el 4 de febrero de 1992 con saldo de decenas de muertos y heridos. Esa acción criminal que debió incapacitarlo de por vida para ejercer el poder, lo acreditó y lo propulsó al mismo, al que llegó por elección popular seis años más tarde en 1998. ¿Qué más podemos decir?
El régimen iniciado por Chávez aquel 2 de febrero de 1999, presidido hoy por Nicolás Maduro en contra del sentir mayoritario de los venezolanos, se sostiene única y exclusivamente por las armas. Detrás del respaldo militar hay todo un mundo de intereses bastardos, fines inconfesables, componendas y códigos de honor entre mafiosos que mantiene unido al sistema delincuencial que está en el poder ilegítimamente desde hace años. Siendo ello, el militarismo, lo más destacado del chavismo resulta notable (y confirma lo dicho) que a lo largo de la lucha opositora contra el régimen se haya hecho poco énfasis en eso y no se haya acusado con fuerza a los militares de ser los grandes y principales culpables de la inmensa tragedia venezolana. Veremos cómo se comportan este año 2024, de tanta trascendencia para el futuro del país.
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