Son y mucho. Veamos: al momento de salir esta columna, amigo lector, serán veinte años, ocho meses y veintitrés días de una pesadilla que no ha debido tener lugar nunca en el mundo. ¡Quién lo creería! Un desquiciado milico golpista llegaría al poder por la vía democrática, para luego acabar con ella y manejar el país como si fuera su finca particular o el gallinero en el patio de su casa barinesa. En junio de 1998, en plena campaña electoral, fui a la fiesta de cumpleaños de un amigo. El único que no estaba con el golpista era yo. Les llamaba a pensarlo muy bien. “Tú lo que eres es adeco”, me repetían sin cesar y con cara de gallina creyéndome a mí sal.
Creo que queda uno solo de aquella fiesta “enchufado” en el gobierno. Pero ahí está. Querían cambio. Tremendo cambio nos dejaron. Algunos se arruinaron. Pero no vale Santa Lucía con el ojo afuera. Había actores de TV, hoy arruinados y sin trabajo. Periodistas que tuvieron que irse. Cineastas. Mujeres bellas hoy sin sus tintes ni desodorantes ni los perfumes caros de entonces.
“Adeco”, me decían. Yo les respondía: ¿Van a votar por un golpista que causó 300 muertes inocentes?. Y ellos insistían con la terquedad de un porfiado: “Tú lo que eres es adeco”. Ahora rumian su error.
Otros en el exilio, otros en panteones desconocidos, otros «caminan tropezando, viven muertos». Yo lo decía, estos carajos van a acabar con el país. No me pararon bolas. ¿Cómo van a votar por un golpista que intentó matar al presidente?
“Adeco, tú lo que eres es un adeco”, me decían. Decían que íbamos a cambiar. ¡Na guará!, tremendo cambio. Al siglo XXI con masa de maíz sancochado en leña, no hay mantequilla, se va la luz y casi en carro de mula y de ñapa una constituyente de cabrones como la de Páez o Monagas. Ahí está tu cambio. (Me refiero a la de 1999, conste).
Les hablé de hacer memoria, de la conveniencia de describir todos los actos contra CAP desde el Caracazo, su condena, las siniestras barbas del sátrapa Fidel Castro, el ascenso del golpista como conspiración.
CAP había descabezado las dos intentonas militares y aunque algunos filibusteros le soplaban desconocer las instituciones, aceptó ser enjuiciado. Y el 8 de noviembre de 1992, el inmortal José Vicente Rangel denunció la malversación de 250 millones de bolívares de la partida secreta del Ministerio del Interior.
Gente apreciada que no entendía o había olvidado el papel del fiscal general, entonces Ramón Escovar Salom, cuando inició el antejuicio de mérito y el 20 de mayo de 1993, la corte suprema de justicia lo declaró con lugar. Por cierto, para defenestrar a CAP del poder, la conspiración contó con la extinta CSJ, comprometida hasta las vísceras en esa vaina.
Intenté hacerlos entrar en razón, pero no, solo me espetaban “tú lo que eres es un adeco insoportable”. Insistí en decirles, que sometido al amañado juicio, CAP aceptó la sentencia de una corte metida hasta los tuétanos en la conspiración. Que el presidente CAP se sometió a los designios de la misma corte que después rechazó inhabilitar al golpista. Que CAP aceptó la espuria sentencia de una corte que le regaló al golpista la constituyente inconstitucional para que se cogiera el poder.
Por cierto, no olvidemos, y en mi caso con profundo respeto y devota admiración, la defensa de CAP dirigida por el eminente doctor Alberto Arteaga Sánchez es un magnífico tratado de derecho.
Querían un cambio, jugaban a la antipolítica, olvidaban la conveniencia de reivindicar la política como el deporte, el amor, la cortesía y las buenas costumbres.
Enfrascados en un loco cambio, apoyado en la “gesta” de un desquiciado milico golpista, ruin, mediocre, resentido y delirante. Un uniformado de muy bajas calificaciones.
Yo insistía en hablarles de la historia reciente, de la favorable memoria para no incurrir en los mismos o peores errores del pasado. Precisé que el 20 de mayo de 1993, la CSJ consideró que existían méritos suficientes para culpar a los involucrados en el caso de corrupción. Al día siguiente, suspendían al presidente CAP del ejercicio de sus funciones.
El 30 de mayo de 1996 la sentencia del magistrado Luis Manuel Palís condenaba a CAP a dos años y cuatro meses de arresto domiciliario.
Y para más INRI, el 19 de enero de 1999 la extinta y cómplice corte suprema de justicia (minúsculas motu proprio), decidió que sí era posible consultarle al pueblo sobre convocar una asamblea constituyente. “Una asamblea nacional constituyente que elaborara una nueva carta magna acorde con los nuevos tiempos que le tocaría vivir a la República”. Así decía la sentencia.
Imposible olvidar a aquella inefable ex magistrada y su peregrina tesis de la “supraconstitucionalidad”. Allí tienen, pues, cojan su “supraconstitucionalidad”.
De esto, obviamente, no les hablé porque adivino no soy; pero en casos similares y con cierta experiencia, uno podría atreverse a vaticinar los daños que pueden causar unos golpistas que llegaron al poder con sus ideas explosivas y planes diabólicos, con marcado resentimiento, y la infame intención de destruir a Venezuela, no sin antes llenar sus bolsillos con recursos del erario.
Yo insistía en mis argumentos disuasivos. Caldera II sobreseyó al golpista y su combo, quien nunca fue a juicio por no confiar en la justicia. De allí que no fuera sentenciado. El difunto golpista nunca fue indultado, pues nunca fue a juicio, ergo, nunca fue sentenciado. Caldera II lo sobreseyó.
No es como algunos dicen por ignorancia jurídica y de los hechos. Chávez y su combo golpista fueron sobreseídos, no indultados. Hugo Chávez y 200 de su grupete incurrieron en el delito de rebelión militar en el año 1992, cuando insurgieron en contra de CAP.
En dos años Chávez y su grupete de golpistas nunca fueron sentenciados, por lo que no podían ser indultados. Recibieron sobreseimiento. Caldera no podía inhabilitar al golpista Hugo Chávez y su combo, porque la Constitución de 1961 no lo permitía. ¡Tremendo cambio!
También el ex presidente CAP, en 1998 al enterarse del triunfo del golpista, exclamó su preocupación, advirtiendo sobre lo que nos esperaba, la destrucción de todo un país, sus instituciones y sus gentes.
Más que comprobado el gravísimo error de haber elegido a un enemigo de la democracia que consiguió destruirla desde su interior, un pésimo administrador con suerte que desperdició una posibilidad inédita de desarrollar a Venezuela. Socialmente, un militarista desquiciado que quiso pergeñar un Estado policíaco en permanente paranoia. Un delirante que acabó fragmentando a toda una sociedad que ahora, sin el muerto, como nunca fanatizada, espera por tiempos más violentos.
Parafraseando al Gabo: «Muchos años después, veinte para ser exactos, frente a las urnas del enterramiento, el pueblo venezolano habría de recordar aquel día de diciembre en que una decisión desacertada lo llevó a conocer el duelo».
Réquiem por el presidente Carlos Andrés Pérez, defenestrado injustamente del poder por un gentío, hasta los tuétanos metido en la jugada.