La voz de Carlos Gardel todavía se oye en no pocos lugares cantando su tango “Volver”. Hay una parte de esa canción que es repetida a menudo en diferentes escenarios, y tal vez ahora, con más propiedad que nunca, puede ser tarareada en Venezuela: “Sentir que es un soplo la vida / Que veinte años no es nada / Que febril la mirada, errante en las sombras…”. Dos décadas que han sido eternas son las que llevan los llamados a diálogo, o negociaciones, o pactos, o acuerdos, o como quieran ser llamados en el contexto del, aparentemente irreversible, “proceso” venezolano.
Desde el año 2002, con la llegada de Jimmy Carter a Caracas, se han venido llevando a cabo una serie de conversaciones, al menos las visibles, porque diferentes testigos refieren de las incontables negociaciones de todo orden entre voceros oficiales y parlamentarios opositores, y ponen como ejemplo el llamado Grupo de Boston. Es mucha la tela por cortar en este orden de ideas.
Los resultados de todos estos coloquios, invariablemente, han sido tablas de salvación para el gobierno, tanto de Chávez como de Maduro, quien, invariablemente, se ha dado golpes de pecho y ha jurado, hasta sobre el manto sagrado, que acatará lo acordado en tales instancias. Los hechos han demostrado lo poco fiables que resultan los voceros oficiales en cuanto a todo lo pactado, siempre han utilizado de manera sibilina esos espacios para ganar tiempo y atornillarse, hasta límites impensables, al ejercicio del poder.
Toda negociación implica concesión, de un lado y del otro. El gobierno venezolano siempre se las ha ingeniado para dejar fuera de temario puntos, que han sido y continúan siendo, imprescindibles en cualquier conversación que se lleve a cabo. La liberación de los presos políticos debe ser la primera, y junto a ella la restitución de la libertad de prensa.
Sin hacer aspavientos, como quien quiere y no quiere ―o más bien, como quien cree y no cree― son muchos los venezolanos que aspiran a que en esta nueva tanda de conversaciones antepongan el bienestar del pueblo a sus intereses, pues, al contrario de lo que canta Gardel, veinte años es demasiado…
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