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Vargas, Pérez y Betancourt en más de 1.000 palabras

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En los cuarteles venezolanos hay una expresión que siempre ha pesado. Dos militares en una isla desierta con una frondosa palma, la sombra le corresponde al más antiguo. El irrespeto a esa forma y protocolo ha generado más de una crisis de gobierno a presidentes. Como en la foto.

Esa fotografía es un autorretrato con todo el expresionismo del arte. El pincel lo sostiene Freud o Jung en un intercambio. Hay allí en esos trazos una fidelidad al alma política de los tres personajes que se ilustran en las definiciones que recogieron con sus trabajos el psicoanalista y neurólogo austriaco, y el psiquiatra suizo. El brochazo a cuatro manos para recoger con precisión el momento, la emoción, la angustia, las aprehensiones o la ansiedad de los tres protagonistas de una parte importante de la historia contemporánea de Venezuela, está allí guardando el detalle de un antes, de un durante y de un después que marca varios capítulos importantes de la política del siglo XX. Allí hay un algo de Gómez, un bastante de López y una gran carga de Medina hasta 1945. La paleta de colores en blanco y negro se estaciona desde allí hasta 1948 y después los reflejos se mantienen hasta 1958 y buena parte de la década siguiente. En ese orden: Mario Vargas Cárdenas, Rómulo Betancourt y Marcos Pérez Jiménez. Allí está la imagen como si el artista o el fotógrafo hubiese sido Sigmund o Carl Gustav. Entre Viena y Berna. Entre la psicología y la psiquiatría. Y al final en la política.

Algunos autores consideran el lopecismo y el medinismo como una extensión democratizadora del gomecismo. Con toda la entrepitura de este cronista yo me atrevería a extender los alcances del gomecismo a nivel político y militar a todo lo largo de los diez años del perezjimenismo y parte de la democracia que se inició después del 23 de enero de 1958. Especialmente dentro de las fuerzas armadas y en particular en el Ejército. A pesar de la fractura institucional que se expresó con el golpe de estado del 18 de octubre de 1945, que dividió en dos mitades la institución militar: de un lado la tropa y los oficiales gomeros que todavía se sacudían el polvo y se secaban el sudor de las jornadas arriba de las mulas en el cruce del Río Táchira con la invasión de los sesenta y del otro, los egresados de la Escuela Militar en Maracay que más tarde se transformó en Escuela Militar y Naval. Troperos curtidos en los combates y los asaltos al machete como en la batalla de Tocuyito, contra los técnicos de piso pulido recién salidos de la burbuja académica de las aulas sin ninguna experiencia de pólvora. En un bando los seguidores de un líder y de un caudillo, frente a los jóvenes cadetes y profesionales de las armas, incipientes cultores de un juramento a la bandera nacional para garantizar la seguridad y la defensa de la nación. El caudillo que había enterrado desde la victoria decisiva en la batalla de Ciudad Bolívar en 1903 a los viejos rezagos de los jefes militares de la guerra federal contra los asaltos a la constitución y el poder. 

La Constitución Nacional surgida de la asamblea nacional constituyente de 1946 fue un intento de parar el golpismo, el militarismo y el pretorianismo arrastrados casi desde la puesta en vigencia de la primera carta magna en 1811. Esta imagen puede ilustrar ese combate en esa trilogía de personajes. En el flash del fotógrafo se recogen mucho de lo telúrico, de lo familiar, de lo militar y de lo político que se caracterizó años después en la historia de Venezuela. Betancourt, Pérez y Vargas. Allí está reflejado el gomecismo y su extensión hasta más allá de la constitución de 1961.

En tres años se hizo un esfuerzo democratizador que fracasa. Nada de eso salvó del golpe de estado al ilustre escritor de Doña Bárbara prestado a la política en funciones de primer magistrado nacional. Hasta su quinta Marisela en Los Palos Grandes fue un comando de tropas al mando del teniente coronel Hernán Albornoz Niño por instrucciones del teniente coronel Carlos Delgado Chalbaud, su ministro de la Defensa; del mayor Marcos Pérez Jiménez, jefe del Estado Mayor General de las Fuerzas Armadas y del mayor Luis Felipe Llovera Páez. El teniente coronel Raúl Castro Gómez lo mantuvo prisionero en la Escuela Militar. El manotazo de palacio ubicó en aceras políticas y militares opuestas a hermanos de sangre. El teniente coronel Juan Pérez Jiménez estuvo defendiendo al presidente Rómulo Gallegos y el capitán Mario Vargas Cárdenas no pudo convencer a su hermano el comandante Julio César para frenar el golpe, a pesar de haber regresado urgentemente de su convalecencia en Estados Unidos unos días antes, con más bacilos de Koch entre pecho y espalda que Margarita Gautier la Dama de las camelias o el libertador en San Pedro Alejandrino. La conspiración se materializó. Los militares sacaron del poder en el Palacio de Miraflores a los adecos. La factura de la venganza de la Unión Patriótica Militar -de la cual Marcos era el presidente- hacia los adecos servida en el irrespeto a la sacrosanta antigüedad militar y en el descarte en la Junta Revolucionaria de Gobierno hacia Julio César Vargas Cárdenas y hacia Marcos Pérez Jiménez, generó una fractura en lo que se llamó el Trienio Adeco o la Revolución de octubre. El 24 de noviembre de 1948 se prolongó en militarismo, en golpismo y en pretorianismo hasta el 23 de enero de 1958. Las promociones militares de 1931 y de 1933 se impusieron esa tarde de noviembre. El breve receso político de tres años del gomecismo recuperó su influencia en las Fuerzas Armadas que se mantuvo en conjura después del 18 de octubre de 1945. Vendrían unos días no tan apacibles como los que se exteriorizaban en la imagen. Betancourt iría al exilio junto con Gallegos, y su partido a la clandestinidad sufriendo persecuciones, cárceles y muertes que construirían el martirologio partidista de AD en yunta con el Partido Comunista en la época de la dictadura perezjimenista. Vargas moriría de tuberculosis en Estados Unidos. Después de allí no veríamos más una fotografía de Pérez Jiménez con Betancourt y menos con Vargas. La cucarda y el escudo de Venezuela en el quepis militar se impondría en la República durante toda una década, por encima de las corbatas de rayitas y el planchado flux cruzado de lino. Faltó la pipa.

En esa ilustración hay cosas para el diván de Freud, y otras para el de Jung, sobre todo las que se arrinconan en el inconsciente de ese trío. Allí hay todavía para muchas crónicas aún que esperan para vincularlas con lo que ocurrió después del 23 de enero de 1958 con otros hermanos de la armada venezolana como los Larrazábal Ugueto (Carlos y Wolfgang), de la guerrilla de los inicios de la década de los sesenta con los Petkoff Malec (Teodoro y Lubén), los García Ponce, los Machado Morales, con las conjuras adelantadas por los Ochoa Antich (Fernando y Enrique) que hacían del otro yo del doctor Merengue o del doctor Jekyll y míster Hyde durante los 40 años que se cerraron en 1998; etc. y que sirvieron de mucha base conspirativa en los cuarteles a lo construido durante los 40 años de la democracia de la Constitución de 1961 hasta su desenlace el 4F. Allí está la revolución bolivariana en testimonio de que estos lodos en los que chapotean los venezolanos son parte de aquellos polvos.

Después de esa fotografía uno de ellos salió para el Palacio de Miraflores, otro para el exilio y otro para el cementerio. Así funciona el poder. Aquí hay más de 1.000 palabras, pero la fotografía lo dice todo.

Y todo empezó en 1945 por no respetar la sacrosanta antigüedad en los cuarteles.

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