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Vanessa se casa 

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«mientras sentirse puedan en un beso / dos almas confundidas» (GUSTAVO A. BÉCQUER)

El fin del mundo debe de estar cerca. A lo mejor, no. Quizás sea otra cosa. Pero yo no entiendo nada. Mire usted, en primer lugar, por empezar por algún lado, en esta vida uno encuentra a personas que piensan en verde, gente mentalizada en proteger y cuidar la naturaleza. Ellos son los buenos y te miran mal si pides copia en papel de un recibo. Te explican la importancia de conservar los bosques y los árboles. Y tú lo único que quieres es hacer tus números sin molestar a nadie ni matar árboles. La gente concienciada en ecologismo seguramente no necesite como usted y yo kleenex de papel ni otros materiales de celulosa para su higiene personal. La gente así te llama antiguo si eliges el libro clásico -el de papel- para estudiar y para impartir clase en una escuela pudiendo optar por el libro digital. 

Me viene a la cabeza en segundo lugar, la locura de esas mujeres apasionadas que, de manera clandestina, se cuelan en el cementerio parisino de Père-Lachaise para tener una cita desigual con la estatua yacente de Victor Noir. El joven periodista moría en oscuras circunstancias tras un altercado con un familiar de la realeza gala. 

En el mismo lugar en el que descansan Oscar Wilde y Jim Morrison, las féminas más atrevidas se acercan a la escultura de bronce de tamaño natural realizada en el año 1890 por Jules Dalou, depositan una flor en su sombrero. Luego se acomodan estiradas a lo largo del cuerpo de Victor que aguarda inmortal e insomne en posición supina. A continuación le besan los labios, le piden de golpe mil deseos, y con una mano libre, tocan sin pudor el miembro viril de este hombre incapaz de defenderse de la irreverencia femenina. 

Usted se preguntará al igual que yo, querido lector, qué es lo que pretenden estas mujeres atolondradas. La leyenda dice que piden un marido o una descendencia que no llega. El artista que retrató a Victor Noir le dotó de un falo protuberante que, sumado al halo de mártir del gabacho, engrandeció el mito. No se conocen resultados de la eficacia del protocolo nocturno. Sí, suelen acudir a la luz de la luna. Las mujeres además de románticas no son tontas. Ellas no habrán querido hacer público el resultado. No se sabe si han conseguido marido, hijos o qué. Usted se preguntará, también como yo me pregunto, que qué tiene ese joven franchute que no tengamos usted o yo para atraer a las mujeres de esa manera enfermiza. 

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En tercer lugar, y por último, leo este titular “Así es una boda en ‘sologamia’: tres asturianas se han casado consigo mismas” (La Vanguardia. Christian Jiménez, 14.07.2024)*

Nos hemos vuelto todos locos. Bueno, todos no. Al leer que una mujer se casa consigo misma, lo que pienso es que esto no es normal. Al comienzo de la noticia, una de las recién casadas aclara, por si acaso fuese necesario que ella se casa consigo misma ‘sin rechazar a ningún otro tipo de amor, busca afianzar el autocuidado y el respeto al ser en su individualidad ’. Entonces, ¿para qué se casa? Como suele decirse, ‘uno tiene que venir llorado de casa’. Obviamente, nadie es capaz de amar si no se ama a sí mismo.  Esto se nos está yendo de las manos. Es una locura. Una mujer no necesita casarse consigo misma. De hecho, por lo que se ve, todos estamos casados con nosotros mismos sin necesidad de hacerlo público. Todos nos miramos al espejo, todos nos ruborizamos cuando nos llaman guapo o nos dicen algo bonito. Todos nos queremos mucho. Pero llegar a una celebración en la que te arreglas para mostrarles a los demás lo mucho que te quieres me parece una tontería. Es cierto que algunos están haciendo tantas estupideces que uno no haría nunca, que ya no hay límite ni pudor. Se confunde la realidad con el deseo (con permiso de Cernuda), lo público con lo privado, el yo con el vosotros. Habrá gente ofendida porque yo escriba esto. No quiero ofender a nadie, pero quiero tener la libertad de decir, aunque sea para recordármelo a mí mismo.

A mí me daría vergüenza casarme conmigo, y mucha más vergüenza hacer una ceremonia con invitados, tarta de boda, ramo de flores y anillo. Si hiciésemos una lista de pros y otra lista de contras, yo anotaría en la primera lista la inexistencia de maltrato conyugal, el hecho de no tener la obligación de tener que cocinar, planchar, ni poner lavadoras para una pareja, no tener ataduras y, sobre todo, no tener celos de nadie; en la otra lista pondría la falta de una persona que no fuese yo, el sano equilibrio de coincidir en mi día a día con el género femenino, el amor apasionado, la poesía, los bailes, el perfume, el timbre de una voz única,  el contagio de la risa, la destreza de las manos, los gestos de mujer, el atractivo de una mirada enamorada, la boca, la lencería, la forma en que se recoge el pelo atrás en la nuca, la sonrisa ambigua, su silueta en movimiento, la delicadeza, ella. Tal vez, quienes estamos enamorados también estamos un poco locos 

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“Así es una boda en sologamia: tres asturianas se han casado consigo mismas”. LA VANGUARDIA. Christian Jiménez, 14.07.2024

lavanguardia.com/sologamia/tres-asturianas/

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