Ciertamente han circulado algunas hipótesis de que el gobierno ha decidido, ante la irremediable avalancha de votos contrarios y la particular atención de la opinión internacional –hasta de la izquierda más democrática y sensata del subcontinente-, buscar una transición lo más beneficiosa posible, la más benevolente con sus innúmeros crímenes y el proceso inaudito de destrucción del país. Por poner un solo ejemplo muy concreto, valga la solicitud de Maduro de reactivar las conversaciones con los americanos en Qatar un mes antes del acto electoral mismo: ¿sobre qué otra cosa se podía hablar sino de elecciones, y dado el público conocimiento del fenómeno de María Corina, de un tránsito que no se convirtiera en un juicio implacable sobre la masacre histórica de Venezuela y las consecuencias judiciales para sus responsables? No dejaba de sonar lógico. Aunque es una hipótesis y sólo eso.
De resto, la oposición que también ve como deseable una transición apacible, a lo mejor la única posible, a través de Edmundo González, ha hecho innúmeras invitaciones a convivir lo más apaciblemente posible después de su elección, abriéndole espacios para la participación libre de su adversario en el nuevo estado de cosas. Como se verá, civilización y paz, aun a costa de la verdad y la justicia.
Pero sin duda han sido tales los actos del gobierno que cuesta creer en esa supuesta “rendición” pacífica y sensata. Los presos políticos de alta representatividad y jóvenes militantes en cada acto electoral opositor; la denuncia de la inverosímil conspiración de los asilados en la Embajada de Argentina; la negativa a la observación europea, lo que reduce a un mínimo, más bien simbólica, la supervisión internacional; los impedimentos, para que voten millones de venezolanos en el exterior; las inmorales y descaradas intervenciones del general Padrino involucrando partidariamente a las Fuerzas Armadas en defensa de la llamada revolución; todo ello y el ruido sempiterno de golpes y atentados, todos atribuidos directa o indirectamente a la oposición fascista (antes imperialista) o a los propios gringos. Todo ello pareciera indicar lo contrario del esquema anterior, el de una cáfila de culpables –condenados por la opinión nacional y por la opinión y las instituciones más importantes del planeta democrático- que van a jugársela completo para que puedan mantener el poder, a como dé lugar.
Pero llama la atención –y si no fueran espantosos moralmente, serían risibles- las agresiones a humildes comerciantes, vendedores de empanadas, pobres hoteleros del interior, hasta marineros de lanchas, todos pecadores por prestar sus servicios como a cualquier hijo de vecina a la mujer maravilla y al próximo presidente. Estos han ido presos, multados o cerrados temporalmente por semejante pecado de lesa revolución. Una barbaridad, ¿no? A eso hay que sumar los improperios con que los altos magistrados y hasta los empleaduchos del aeropuerto tratan a Edmundo o a MC. Repito que esta barbarie es hasta risible, pero es un signo a lo mejor más flagrante que los otros del odio y el terror que hay en los chavistas y que puede llevarlos a cualquier cosa. Hay que estar alerta, con los ojos muy abiertos.