A las puertas de concluir el primer trimestre del año 2023, todo parece indicar que los malos pronósticos en materia económica comienzan a cumplirse en medio de la inacción de quienes tienen la responsabilidad de dirigir la política económica del país.
Tarde y con resaca, algunos venezolanos se están despertando de la quimera del «Venezuela se arregló», para darse cuenta de que están apareciendo los signos de una hiperinflación que tiene vocación de quedarse instalada en el país, una crisis que se profundiza semana a semana en medio de la ausencia de datos oficiales, donde el Ejecutivo parece dirigir sus mejores esfuerzos en ignorar lo que ocurre fuera de los bordes del Palacio presidencial y que profundiza la crisis cuando plantea que los venezolanos deben resolver con emprendimientos lo que por ley debe garantizar el Estado: un sistema de salarios y pensiones justas dentro de un manejo responsable y transparente de la economía.
Esta crisis ha movilizado a muchos venezolanos y desde hace semanas hemos acompañando a los representantes gremiales en sus reivindicaciones, una lucha democrática que confirma la madurez política de una sociedad que ha comprendido que la supervivencia individual está atada a la capacidad que tengamos para organizarnos en defensa de nuestros derechos, y en la lucha por el cambio pacífico y democrático que la mayoría de los venezolanos desean.
Frente a las manifestaciones el Ejecutivo se movió con prudencia, al parecer esperando que las movilizaciones de los trabajadores públicos fueran vencidas por el tiempo y el agotamiento, calculando que la lucha por las reivindicaciones serían aplacadas con la entrega esporádica ayudas financieras y la promesa de que se hará frente a la situación en un futuro indeterminado, cuando las arcas del Estado lo permitan. Sin embargo, lo que en principio fue una indiferencia casi ofensiva, ha comenzado a transformarse en una política de persecución a los gremios y a sus líderes sindicales, una especie de “acupuntura represiva” donde los cuerpos de seguridad del Estado y militantes del partido de gobierno se dan la mano para identificar y acosar a las organizaciones en huelga, dividir las protestas y marchar con mentiras las redes de solidaridad que la sociedad civil ha generado en torno a los manifestantes. Formas elaboradas y por ahora sutiles de represión, si se compara con la violencia de años pasados, pero que anuncia una peligrosa estrategia represiva del régimen, una dinámica que podrá escalar en su violencia en los próximos meses.
La estrategia, como indicamos, ya está cantada para quienes siguen con cuidado lo que está ocurriendo en la calle y el venezolano debe tener claro que tenemos por delante un año complejo que va a requerir el esfuerzo de todos para garantizar nuestra supervivencia. Ahora más que nunca, es necesario apuntalar la solidaridad, la unidad y la organización popular en las comunidades. Debemos seguir apoyando a los liderazgos naturales que crecen y se construyen de abajo hacia arriba, que conocemos y que están comprometidos con el cambio, insistir en la solidaridad como un valor propio de nuestra cultura que se niega a dejar a un lado a quien lo necesita, hay que apoyar a las familias y hacer frente, juntos y de manera coordinada, a las amenazas e intimidaciones que despliegue el poder contra los ciudadanos.
Ante la crisis que cruza al país, la mejor respuesta que podemos dar es la unidad y la lucha por el cambio pacífico y democrático. Hoy más que nunca, en medio de esta situación, necesitamos confiar en nuestros ideales democráticos y valores solidarios como una estrategia de lucha y supervivencia.
Este ha sido y seguirá siendo nuestro compromiso.
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