OPINIÓN

Valor para continuar: el recomienzo

por Antonio Sánchez García Antonio Sánchez García

“El éxito no es definitivo. El fracaso no es fatídico”.

“Lo que cuenta es el valor para continuar”. Winston Churchill

 

Nada de lo que nos sucede es inédito. Dictaduras, las hemos padecido desde el nacimiento de nuestra República. Fracasos, nos han acompañado desde que nos hiciéramos a la casi irrealizable hazaña de independizarnos. Y esa maravillosa frase de Churchill parece sacada de los escritos de Simón Bolívar. Que ante el mayor fracaso que Dios nos destinara, el de la muerte, supo responder casi textualmente con la extraordinaria respuesta de Churchill ante los contratiempos que enfrenta todo intento humano por superar las contrariedades y enseñorearse sobre la circunstancia. Como obedeciendo al primer principio de la filosofía del primer pensador de nuestra lengua, José Ortega y Gasset: “Yo soy yo y mi circunstancia. Y si no la salvo a ella, no me salvo YO”.

Nadie conocedor de nuestra historia y protagonista de esta tragedia puede negar que hemos venido dando tumbos desde que nos hiciéramos a la tarea de mutilarnos a consciencia, nosotros a nosotros mismos. Si a ver vamos, pero no es asunto de este artículo, desde el 19 de Abril de 1810. Y desde el 17 de diciembre de 1830, cuando nuestro Libertador le diera su bienvenida a la muerte si con ella contribuía a la unión de los partidos. Pero de esta cruenta y estúpida etapa de esta tragedia, comenzamos lo que la gran historiadora norteamericana Barbara Tuchman llamara La marcha de la locura, que signa la historia de Occidente desde la Guerra de Troya, y la nuestra desde nuestro propio nacimiento, mucho antes del nefasto 4 de febrero, que sellara la suerte de nuestra democracia y nos echara, como a la piara de cerdos enloquecidos de las escrituras, al abismo de nuestra incompetencia.

La historia de nuestra lucha contra la dictadura, hoy agravada en tiranía, da pruebas suficientes de nuestra aterradora incompetencia. Que escapa del ámbito estrictamente político para adentrarse en el de nuestras psicopatías. Pues no cabe achacárselas a nadie en particular, sean hombres, partidos o personalidades, sino a una idiosincrasia cargada de espontaneismo, de emotividad e irracionalidad.

De ellos, el síntoma más grave es el de la desunión, ya subrayada por el Libertador desde su lecho de muerte. Que contraviniendo sus deseos postreros jamás fue lograda a cabalidad. Perdiendo su sacrificio toda efectividad. Se negaron a ella quienes, al fragor de la metralla y la muerte de cientos de inocentes, el 4 de febrero de 1992, prefirieron sembrar la discordia y perdonar a los facciosos, que llamar a la unidad de la patria en defensa de su estabilidad y el gobierno constitucional, ambos en grave riesgo de muerte. Del “por ahora” de Hugo Chávez, tolerado por las autoridades militares del gobierno asaltado, al “democracia con hambre no se defiende” de Rafael Caldera, que se negara a respaldar la institucionalidad democrática del gobierno en funciones, abriéndole los portones de la historia a su reelección. Que no sirvió sino para alfombrarle el sendero a la conspiración y el asalto. Ese 4 de febrero, más que por el golpe mismo, se ha convertido en la primera herida mortal de nuestra autoamputación por efecto del desborde de ambiciones y la traición al llamado Pacto de Puntofijo, esa puñalada trapera infringida a la clave de nuestra existencia política por el último firmante sobreviviente.

Tuvimos los demócratas el valor para continuar, recomendado por Churchill como clave para recuperar el rumbo perdido. Pero no para rectificar, como se trasunta de su recomendación, sino para terminar de hundirnos en el lodazal removido por los mortales enemigos de nuestra democracia. Que refugiados en los cuarteles y en las barriadas del castrocomunismo vernáculo, terminaron por ganarnos esta parte de la partida. ¿La ganaron?

Tras diecinueve años de sistemática deconstrucción de nuestra institucionalidad democrática y ya al borde de perderla para siempre, la aparición del diputado guaireño Juan Guaidó pareció iniciar la marcha de la sensatez hacia la recuperación democrática. Y ante sus innegables fracasos, que han terminado por poner en veremos las expectativas favorables, volvemos al consejo del estadista inglés: recomenzar, una vez más. Sin olvidar que la principal de nuestras tareas es la unidad en defensa de Venezuela, no de parcialidad política alguna. Como lo exigía el Libertador en su lecho de muerte y se halla consignado en las obligaciones constitucionales de nuestras fuerzas armadas: sin obedecer a parcialidad política alguna.

No se le desconoce, no se ataca ni se hiere la importante labor adelantada por la principal figura opositora si se insiste en demostrar que no ha sido ese el espíritu de su gestión. Juan Guaidó no ha seguido el consejo bolivariano: antes que unir a todos los partidos ha consolidado la desunión. Desconociendo lo que debiera constituir el principal signo de su comportamiento político: estar por encima de los partidos, únicamente a favor de la causa venezolana, no de esta o de aquella fracción opositora. Obedecer la voluntad de las mayorías populares, que claman por la expulsión del tirano y el fin de la tiranía, y no la de tal o cual fracción de sus partidos. Y, sobre todo: estar por sobre los intereses personales de sus padrinos políticos. La causa de Venezuela trasciende todos los límites. Y a ella debiera deberse.

Nos lo aconsejan grandes líderes políticos, que no solo conocen de nuestros graves problemas, sino que habiendo vivido y superado situaciones semejantes saben lo que en tales circunstancias un líder debe y no debe hacer. Recientemente uno de nuestros más lúcidos intelectuales le recomendaba a Juan Guidó con urgencia y sin interés personal alguno: recomenzar. Lo hemos repetido en reiteradas ocasiones: en tanto Guaidó no se sienta capacitado para realizar y llevar a buen término sus tres promesas principales –desalojar al tirano, formar un gobierno de transición y convocar a elecciones libres y transparentes– debiera cumplir con el primer imperativo que nadie le impide efectuar y todos le pedimos angustiosamente: encabezar un gobierno de unidad nacional. Que no puede ser otra que el que incorpore a todos los factores de nuestra oposición: los del Frente Amplio como los de María Corina Machado, Diego Arria y Antonio Ledezma. Y de quienes, no sintiéndose representados por ninguno de ellos, constituyen importantes cabezas pensantes de nuestra huérfana oposición democrática.

Ese, no otro, es el recomienzo: unir a todo el espectro opositor con tres objetivos impostergables que él mismo nos fijara: fin de la dictadura, gobierno de transición, elecciones libres. Si no es capaz de lograrlo, que coadyuve a abrir las puertas a las fuerzas opositoras hacia el sendero de una acción conjugada. Se lo agradecerá Venezuela, se lo agradecerá nuestra región, se lo agradecerá el hemisferio. Es la hora. Mañana será demasiado tarde.

 

@sangarccs