En días recientes hemos visto una gran indignación en Estados Unidos debido a establecimientos militares, como bases y cuarteles ubicados especialmente en el sur, con nombres de generales que combatieron en favor de la confederación. Ahora bien, como esos nombres no los pusieron en el gobierno de Trump, la sorpresa que me dio este hecho me hizo preguntarle a mi hermana, que vive en Texas, si acaso la guerra civil norteamericana no había acabado en 1865. Y si eso era malo, ¿por qué carrizo los gobiernos de Roosevelt, Truman, Kennedy, Carter y el último pero no menos importante gobierno demócrata de Obama, lo habían permitido? La respuesta es el valor negativo de las injusticias en el pasado que de repente le caen a quien intenta hacer algo al respecto, y que no fue causante de aquellos males.
En Francia, Alexis de Tocqueville notó este fenómeno y especialmente el gran sociólogo Hyppolite Taine en su magistral Los orígenes de la Francia contemporánea (t.2) llega a preguntarse sobre el estallido de la Revolución francesa, en 1789, lo siguiente:
¿Puede admitirse que con tantas buenas intenciones reunidas llegara a destruirse todo? El rey advierte que ha reintegrado a los protestantes en el estado civil, suprimido las jornadas manuales de trabajo, establecido la libre circulación de los granos, instituido las asambleas provinciales, organizado la marina, socorrido a los americanos, emancipado a sus propios siervos, disminuido los gastos de su casa, empleado a Malesherbes, Turgot y Necker, dejado en libertad a la prensa y escuchado a la opinión pública. Jamás gobierno alguno se había mostrado tan benigno: el 14 de julio de 1789 no había en la Bastilla más que siete prisioneros, idiota uno de ellos, detenido a petición de la familia otro, y cuatro acusados de falsarios.
En España, el actual gobierno de Pedro Sánchez extrae descaradamente de una caja de Pandora a los fantasmas del pasado al exhumar el cadáver del exdictador Francisco Franco del Valle de los Caídos, y provoca más bien un regurgitar de viejos fascismos, y del militarismo que apoya sin ambages a la monarquía. Aparentemente, después de cuarenta años de paz democrática, los socialistas dizque moderados del PSOE más los marxistas ocultos del Podemos financiados por el gobierno chavista buscan repetir sin querer queriendo los errores de la II República española, que naufragó en un mar de sangre. Y que por muy malo que políticamente haya sido el gobierno del caudillo español, es justo reconocer que condujo de nuevo a España al exclusivo club de las naciones desarrolladas.
Para no ir muy lejos, en Venezuela, la democracia que nació del Pacto de Puntofijo cometió sus errores como todo régimen que se origina en las urnas electorales. El primero fue apoyarse, en lugar de fomentar una sólida economía competitiva y de mercado, en la llamada renta petrolera loada ad infinitum por socialistas de todas las especies como AD y Copei y últimamente por el MAS. Posteriormente, después de que el pésimo gobierno de Lusinchi agotara las reservas internacionales, y el gobierno que le reemplazó tratara de eliminar taras de la economía en el pasado (sobrevaluación del bolívar, economía artificial y subsidiada, protección arancelaria, deformidad por los controles de cambio y de precios) le cayeron encima los viudos y las maulas del populismo, más los extremistas agazapados en las fuerzas armadas, y gestaron una matriz de opinión sobre el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez, como si este hubiese sido el peor de la cuarta república, tal como ellos se referían.
Jamás los descontentos contra aquel gobierno II de CAP podrían haber pensado siquiera que los gobiernos sucesivos de Chávez y de Maduro iban a generar la fortísima emigración de venezolanos hacia el exterior no solamente mediante viajes en avión, sino yéndose a pie, al punto de atraer la atención del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados. Como tampoco que iban a causar el enorme descenso de la producción petrolera, y la eclosión del hambre generalizada en una nación acostumbrada a comer bien y al transporte barato y la gasolina casi regalada. De modo que Carlos Andrés Pérez podría haber repetido, como lo sostuvo Taine: ¿puede admitirse que con tantas buenas intenciones reunidas llegara a destruirse todo?
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