Valera, la principal ciudad del estado Trujillo por su importancia demográfica y económica, cumple doscientos años el 15 de febrero de 2020, por cuanto un día como ese en 1820 el doctor Rafael Lazo de la Vega, obispo de Mérida de Maracaibo, diócesis a la que pertenecía la aldea que aquí progresaba, creó la parroquia eclesiástica de San Juan Bautista de Valera y fijó sus linderos. Esa fecha fue escogida para el aniversario de la urbe desde hace muchos años, gracias a un informe que rindió una comisión designada para tales fines.
Los hombres de a caballo cruzaron la meseta muchas veces fundando y poblando pueblos durante trescientos años, camino de Trujillo, Escuque, Boconó, Burbusay, Carache, La Ceiba y otras poblaciones, pero no se detuvieron. Espera el lugar que la patria comience su doloroso y sangriento proceso emancipador para dar sus primeros pasos. Una casa aquí, otra allá, luego una pulpería, una posada y así poco a poco comienza su andadura sin plano, sin normas, sin fundador y sin permiso.
En 1814 el doctor Gabriel Briceño de la Torre, un vecino visionario, toma la iniciativa de promover la construcción, en la hacienda Santa Rita, corazón de la dilatada planicie. Le solicita la donación de unos terrenos a Mercedes Díaz, y esta le promete 100 varas para levantar una iglesia. El 25 de agosto de 1818 sus herederos la ratificaron judicialmente. Vienen otras donaciones, incluyendo las de Briceño de la Torre, quien junto al Pbro. Dr. Manuel Fajardo traza el pueblo y vende solares, y con el producto levantan la iglesia, organizan la plaza, delimitan la parcela para la casa del gobierno local y los vecinos levantan las primeras edificaciones, ya agrupadas, se va la aldea primigenia y empieza la historia urbana de una ciudad llamada Valera.
Son los vecinos quienes la sueñan, la hacen y le dan su impronta. Luego hacen un acueducto, el mercado, el centro de salud, la escuela y casi todo su equipamiento de lo que es peculiar en una urbe en pleno crecimiento. Su espléndida localización en la más importante encrucijada del norte andino abre la oportunidad a sus emprendedores, la ciudad se expande y su área de influencia llega hasta Carora al norte, Timotes al sur, Biscucuy al este y la costa oriental y el sur de lago de Maracaibo al oeste. La comunidad la hace “dinámica y progresista”, su cultura avanza con el Ateneo como vanguardia. Valera se destaca por el dinamismo de su comunidad cívica, que es aquilatada por la importante inmigración de paisanos venezolanos y una importante colonia de extranjeros principalmente italianos, españoles, portugueses, árabes, colombianos y otras nacionalidades. Es una ciudad de grata convivencia, de lugares de encuentro, de gente conocida y confiable, y así irradia su atractivo al entorno, lo que la convierte en el lugar central del estado Trujillo.
Algo pasó en el camino de los últimos años que en Valera se debilitaron los sueños. Si nació ya ordenada, entre el abandono de la planificación urbanística, la violación de la escasa normativa y la codicia, la ciudad se entregó “a la buena de Dios”, que -como diría Don Mario Briceño Iragorry- es generalmente a la mala del diablo. Hoy a las puertas de sus doscientos años Valera luce improvisada, en espera de una fecunda reacción de sus mejores hijos.
El grupo Voces de Valera reúne parte de estos soñadores y están realizando propuestas innovadoras, inspiradas en ese espíritu cívico valerano que es parte esencial de su naturaleza. Allí están también acompañando el Centro de Ingenieros, la Asociación de Comerciantes Industriales, el Diario de los Andes, la Parroquia de San Juan Bautista, la Universidad Valle del Momboy, la Sociedad Anticancerosa, entre otras. Y cada día se suman más ciudadanos y más organizaciones.
Es de esperar que el Bicentenario Valera 2020 sea el año del despertar de esta ciudad, que nació optimista en los años más recios de la historia venezolana, y aproveche igualmente estos años duros para recobrar la impronta inicial del valor y el protagonismo visionario de su ciudadanía.