La semana pasada, ¿gracias? a la pandemia, tuve la oportunidad de leer un excelente artículo que encara un tema inevitable en estos tiempos afectados por profundos cambios tecnológicos y que, por lo general, han sido examinados colocando el acento en sus implicaciones económicas. Sin que se soslayen estos últimos, el texto al que hago referencia observa el tema de Internet desde la perspectiva de la sociedad civil, seguramente su lado más descuidado desde el punto de vista académico e, incluso, político. Me refiero al ensayo “¡Vade retro Internet! Una evaluación crítica de Internet desde la sociedad civil” elaborado por Luis Germán Rodríguez, profesor de la UCV y Daniel Pimienta, director de la oficina del proyecto Redalc (Red para América Latina y el Caribe). Las siguientes líneas comentan libremente el texto sin que, en manera alguna, lo que escribo comprometa a los autores, salvo cuando expresamente así lo señale.
El poder de Internet
Más de la mitad de la población mundial ya se encuentra conectada a internet y el tráfico de datos anual se ha incrementado en más de 100% en poco menos de 3 años. De acuerdo con lo que se recoge en la literatura especializada, su importancia es función de varias características, entre las que cabe destacar a) su capacidad para transmitir y ejecutar múltiples formatos comunicacionales (voz, sonido, imagen, texto) en una sola plataforma, b) su estructura que acorta distancias y espacios, borra límites geográficos artificiales, c) su arquitectura distribuida que permite comunicación directa y descentralizada, d) su capacidad de almacenamiento y distribución de información y conocimiento que es accesible en todo momento y desde todas partes y e) su característica de creación y expansión desde el propio usuario. Estas características han propiciado nuevas revoluciones sociales, la emergencia de nuevos tipos de economía y producción de bienes y servicios, y la aparición de tipos de comportamientos y estructuras culturales diferentes, entre tantas otras cosas.
La cara distópica
Como lo registra su historia, los avances tecnológicos se presentan con dos caras: la de las utopías y la de las distopías. En su Utopía, escrita en 1516, Tomás Moro se centró en la gobernanza pública como medio para lograr satisfacer la felicidad de las personas. Más de cinco siglos después, las posibilidades de la digitalización son inmensas para esta gobernanza, para facilitarla y hacer más partícipes de ella a las sociedades a nivel local, regional, nacional y global. Sin embargo, actualmente se empieza a dibujar un escenario que representa lo contrario.
Como lo expresan en su escrito Rodríguez y Pimienta, cuando nació, a mediados de los años ochenta, Internet asomaba su rostro utópico a través de sus incuestionables beneficios como herramienta de la comunicación y la libertad de expresión y, desde luego, de la democracia.
Sin embargo, más adelante advierten cómo Internet se ha ido convirtiendo en un espacio dominado por el irrespeto, la difusión de noticias falsas y caldo de cultivo para el odio y el racismo. En resumen, en un entorno prácticamente sin reglas que ha contribuido de manera muy relevante a desmejorar la convivencia social al debilitar las posibilidades del diálogo. En un contexto fundamentado en el predominio del yo junto a la información vinculada a lo relevante a ese yo, en donde lo importante es, entonces, fabricar mi yo en las redes sociales y, así, existir en el mundo virtual. Así las cosas, la mayoría de los usuarios de las redes sociales se dedican, añaden los autores, a autopromocionarse y la sociedad global del conocimiento evoluciona hacia la sociedad del yo y abre paso a la sociedad de la desinformación, alojamiento de las así llamadas “verdades alternativas”, las “fake news”.
La gobernanza de Internet
Google nació, así pues, como una iniciativa académica que evolucionó hasta convertirse en un poderoso y rentable modelo de negocio en el campo virtual, a través de la creación de las condiciones mediante las que los usuarios pudieran convertirse en productos. Nos encontramos, entonces, frente al llamado “capitalismo de vigilancia”, vale decir la mercantilización de datos personales con fines de lucro (los “datos son el petróleo de hoy en día”, se suele afirmar). En función de ello, Google inventó las herramientas para saber cada vez más de lo que el propio usuario sabe de sí mismo, lo que no sólo tiene relevancia en el plano comercial, sino, y en grado creciente, en la política, incluidos los procesos electorales, y en el control ciudadano. Esta situación coincide con la inquietud del profesor norteamericano Nathaniel Persily, quien expresó, creo que fue en la penúltima reunión del Grupo de Davos, que “el gran reto de la democracia es ver si podrá resistir a la Intert”.
Según se describe en el artículo al que vengo refiriéndome, el destino de Internet en el mundo occidental está determinado por Google (con todo el conglomerado bajo el mando de Alphabet), al lado de las grandes empresas privadas (Facebook, Amazon, Apple y Microsoft). Juntas constituyen los actores que fijan el destino de la Sociedad Global del Conocimiento, por encima de los gobiernos, a diferencia de lo que ocurre en países como Rusia y China, que han creado empresas que rivalizan con las occidentales, a la vez que son parte esencial de la estructura de control sobre sus ciudadanos.
La pretensión de establecer reglas comunes para el ciberespacio mundial ha dado, hasta ahora, pocos resultados. No se ha tenido el éxito requerido en el propósito de lograr armonizar políticas e instituciones que reflejen la naturaleza transfronteriza de Internet. Los aún poco efectivos mecanismos para poner orden en el mundo digital han impedido la democratización de la información, el cierre de brechas sociales, la participación masiva, la cooperación, la autorregulación, además de otros atributos que se perfilaban en el rostro utópico de Internet.
Luce como si no se hubiese tomado en serio lo que han precisado diversos especialistas, alrededor de la emergencia de una ciudadanía digital, lo que implica, afirmaría Perogrullo, la creación de derechos digitales, frente a los poderes públicos y privados.
La sociedad civil e Internet
Con relación a los aspectos distópicos, asociados a la necesidad de regular los usos de Internet, la sociedad civil, de acuerdo a los autores, se ha mostrado más bien displicente, siendo mucho más permisiva y tolerante con los gobiernos que con las grandes empresas.
Entre otros varios asuntos vinculados con lo anterior, en el ensayo se subraya la relevancia de la actualización de la alfabetización digital, la cual no se entiende meramente como la capacidad de tener un dominio técnico sobre el funcionamiento digital, sino, sobre todo, como el dominio sobre sus repercusiones, la manera como contaminan los espacios públicos, permitiendo deformaciones y abusos como las derivadas de la manipulación de la información de los ciudadanos recogida sin su consentimiento, tanto por las grande empresas privadas, como por los gobiernos. En otras palabras, se considera que una cosa es saber usar las herramientas digitales y otra, muy distinta, contar con la facultad de procesar la información y convertirla en conocimiento, lo que supone distinguir entre lo cierto y lo falso, la validación de las fuentes y la apreciación para identificar manipulaciones, todo en medio de referencias éticas que permitan que lo que está ocurriendo son cambios tecnológico radicales que han ido modificando los patrones desde las que se piensan la vida y la propia humanidad. Nada de esto forma parte de la educación de los jóvenes, rematan Rodríguez y Pimienta.
La emergencia digital
A partir de temas como el anterior, el texto asoma, amén de otros asuntos significativos que trascienden el espacio disponible para estas líneas, la urgencia de que la sociedad civil modifique sustancialmente su visión y su patrón de funcionamiento de cara a la sociedad global del conocimiento. En esa dirección se propone que el planeta sea declarado en emergencia digital, en el mismo sentido y con la misma importancia como se ha planteado la emergencia ocasionada por el cambio climático. Se considera que ambos son temas, cada uno a su manera, que revisten la misma envergadura y trascendencia para el destino de la humanidad.
Uno termina de leer este ensayo de Rodríguez y Pimienta y no puede dejar de pensar que el futuro de Internet (con todos los beneficios que sin duda genera), puede tornarse muy oscuro al convertirse en la más poderosa herramienta de control y exclusión, jamás creada. Así las cosas, vade retro Internet pudiera parecerle a algunos un título desmedido, hasta desorbitado, pero no hay duda de que logra su objetivo: alertar con inteligencia en torno a la posibilidad de un escenario en el que los terrícolas nos jugamos mucho y, a la vez, recordar que se encuentra en nuestras manos impedir que ocurra.