Hemos llegado al 10 de enero y a pesar del esfuerzo de muchos venezolanos, el apoyo de los países democráticos y de organismos multilaterales comprometidos con nuestra lucha, se ha consolidado una dictadura militar en Venezuela.
En un acto espurio a espalda de la Constitución y de la voluntad popular, Nicolás Maduro dio un golpe de Estado y se autojuramentó como presidente de la república, una meta alcanzada a costa de la persecución, expulsión, exilio y tortura de miles de venezolanos enterrados en las cárceles y la asfixia policial y de los cuerpos de inteligencia en contra de una población que sólo quiere el cambio en democracia. A partir de este 10 de enero se inició una nueva etapa en el país caracterizada por la violencia y autoritarismo del régimen.
Ha sido un momento duro para quienes luchamos por nuestro país. A pesar de la rabia y la tristeza que nos acompañó durante la jornada, aquella noche del viernes 10 de enero decidí, como muchos de mis compatriotas, seguir por el difícil camino de la esperanza y persistir en nuestro compromiso por la libertad. Aquel día releí el libro El poder de los sin poder de Václav Havel, disidente de una Checoslovaquia que encontró EL camino para salir de la opresión, un texto necesario que recomiendo revisar en estos momentos tan difíciles.
Havel nos recuerda que la esperanza no es un optimismo ingenuo ni la capacidad de predecir el futuro, por el contrario es una fuerza interior, un estado del alma que nos impulsa a actuar porque estamos convencidos de que lo que hacemos tiene sentido, a pesar de no poder ver los frutos de nuestro esfuerzo de manera inmediata. En un sistema opresivo, la esperanza es un acto subversivo y el trabajo cotidiano por la libertad, animado por esta emoción, es lo que nos corresponde hacer. Havel nos señala que la esperanza no está atada a las circunstancias externas, sino en nuestro compromiso por seguir trabajando por el futuro que merecemos.
En los venezolanos la esperanza sigue viva en quienes protestan por la usurpación de la presidencia, en todos aquellos que llevan un registro de los casos de violaciones de los derechos humanos, en quienes acompañan a las víctimas y sus familiares, en todos los periodistas, activistas y medios de comunicación que mantienen viva en la memoria los desaparecidos por el régimen. En nuestro país la esperanza se convierte en una fuerza cuando seguimos trabajando alimentando al hambriento, cuando estamos en las comunidades apoyando a nuestros líderes, en los proyectos que unen a la comunidad, cuando estamos juntos esforzándonos en recomponer los vínculos de confianza con nuestros vecinos, cuando insistimos en el valor de la democracia como principio que debe volver a guiar la vida política en Venezuela.
Cada acto de solidaridad y resistencia es una semilla de esperanza. Aunque la dictadura se consolide en el corto plazo, el futuro no está escrito. Como dijo Havel, “la esperanza es una dimensión de la existencia humana” y en nuestro país esa dimensión sigue viva en millones de corazones que no se rinden. Hoy más que nunca, debemos mantenerla y fortalecerla. Este ha sido y seguirá siendo nuestro compromiso.
Sigamos en lucha, vivamos en la esperanza, este es apenas el preludio del fin de la dictadura.