Tomás Moro, en su obra Utopía, y Bernard Mandeville, en la Fábula de las abejas, presentan dos tipos de sociedades opuestas.
Tomás Moro nos habla de una sociedad solidaria, donde todos sus miembros miran por el bien común, lo que la convierte en una sociedad fuerte y cohesionada. Él inventó el término utopía, componiéndolo del griego topos (lugar) y u (no), es decir, una sociedad que no existe en ningún lugar.
Normalmente se entiende por utopía aquello que no es viable, cuando en realidad simplemente quiere decir que no existe en ningún lugar. La sociedad que describe Tomás Moro no es que no sea viable, simplemente es que no existe.
Bernard Mandeville, por otro lado, describe una sociedad donde cada uno de sus miembros miran por su interés particular, lo que convierte a esta sociedad en una sociedad fuerte y desarrollada ya que, al estilo de Adam Smith, el interés particular beneficia al bien común.
Esta sociedad no es nada utópica, pues nuestras sociedades modernas se asemejan en gran medida a este modelo, y en la práctica parecen funcionar, consiguiendo un nivel de desarrollo bastante avanzado.
El autor de este artículo se considera ecléctico, y, por tanto, en el afán de unir ideas en apariencia contrapuestas, considera que no son compatibles las ideas de Tomás Moro y Bernard Mandeville.
De hecho, nuestra sociedad tiene un poco de ambas. Nadie puede negar que el Estado presta ciertos servicios, como la sanidad, que son solidarios. Muchos de los que reciben el servicio sanitario pagan menos, a través de impuestos, de lo que cuesta el servicio, mientras que otros pagan más de lo que reciben.
Sería utópico, como hemos dicho, una sociedad que fuera 100% como la describe Tomás Moro, pero una sociedad 100% como la de Mandeville también sería inviable.
Es interesante el concepto que defiende Joseph Stiglitz de que las gentes de una sociedad definen su economía, pero el tipo de economía también repercute en el carácter de la gente. De tal manera, que una sociedad más utópica, aunque tuviera una eficiencia menor, haría que la gente posiblemente estuviera mejor en otros aspectos de la vida.
En este sentido, no solo debemos fijarnos en aspectos económicos a la hora de evaluar una sociedad. Hay otros criterios que se deben tener en cuenta, como el nivel de educación, la criminalidad, la esperanza de vida, la natalidad, etc.
Es por ello que las sociedades deben ser lo más utópicas posibles, hasta donde sea posible, es decir, hasta donde no sea una utopía serlo.