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Usaid ha muerto

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La Agencia de Desarrollo Internacional de los Estados Unidos (Usaid por sus siglas en inglés) es ahora un cadáver insepulto. El gobierno del presidente Trump, a través del recién creado Departamento de Gobierno Eficiente (DOGE/Elon Musk) y su secretario de Estado, Marco Rubio, están dando los pasos finales para finiquitar su controvertida existencia. El secretario Rubio ha comentado, de forma casi que lapidaria, que «con solo 250 empleados más o menos y una oficina adscrita al Departamento de Estado y bajo su supervisión personal, es todo lo que se necesita para cumplir con nuestra colaboración en la alineación de mejores oportunidades de desarrollo en países socios y amigos de Estados Unidos». Cabe señalar que la nómina actual de la agencia alcanza los 10.000 funcionarios.

Desde hace varios años se clamaba a gritos ensordecedores por la degradante corrupción que formaba parte de la cultura general de su personal, que pasando el tiempo se fue convirtiendo en el quehacer diario de la institución. El presidente Trump destapó una caja de Pandora y cuando DOGE la fue a revisar se encontraron no una caja, sino un barril lleno de mortecina.

La agencia fue creada en 1961 por el presidente John F. Kennedy. Su honorable intención fue convertirla en un pilar fundamental de la política exterior estadounidense. El objetivo era el de promover el desarrollo sostenible, fortalecer instituciones democráticas y fomentar la estabilidad global. Poco se imaginó JFK que su buen gesto sería tergiversado al pasar de los años. El personal de Usaid se instituyó como un cuarto poder constitucional decidido a actuar por su cuenta sin tener que rendir cuenta de cómo ni a quién se le favorecía con jugosos contratos y, en una gran mayoría de casos, sin que este personal intocable, ni sus contratistas, tuvieran que rendir cuanta de sus actos. Conocedores del tinglado montado alrededor de la agencia resumen el proceder de esta manera: «Si la tarea es muy asquerosa para ser consumada por la CIA, esta se le transfería a Usaid para su ejecución…». Causa, cuando menos indignación nacional, descubrir y poner en evidencia cómo se despilfarraron cientos de billones de los contribuyentes estadounidenses.

En el primer mandato del presidente Trump, estos mismos empleados públicos se dedicaron a entorpecer la gestión de gobierno. Usaid actuaba sin formar parte de la Administración Federal y sin rendir cuenta de sus actos, incluso al Congreso. Basta con leer el libro del doctor Mark Moyar, Masters of Corruption, para comprender el intocable poder que ejercían esos funcionarios, al extremo de que ni siquiera el administrador y los responsables designados por el presidente Trump pudieron controlar la vorágine de estos personajes, hasta ese momento inamovibles, dedicados a oponerse y entorpecer la gestión presidencial.

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