Uno quiere continuar en el cargo mientras que el otro quiere evitar la cárcel. Esas son las metas principales de los candidatos presidenciales con opción de triunfo en Estados Unidos en 2024.
El primero, Biden, tiene plomo en el ala, y un plomo bien pesado. El segundo, Trump, tiene un rabo de paja ardiendo, pero ha podido sofocarlo, aunque no extinguirlo.
El plomo en el ala de Biden se debe esencialmente al tema de la edad. Apenas cumplió 80 años -hace ya dos-, los medios estadounidenses auspiciaron la realización de encuestas donde se preguntaba si la edad del presidente haría más difícil el trabajo que exige la posición. Más de la mitad de los encuestados opinó que sí, con 40% de demócratas respaldando esa opinión y 75% de republicanos.
A partir de allí se fue consolidando una matriz de opinión auspiciada por los medios. Decíamos aquí mismo en noviembre: “No importa si la inflación ha estado contenida, igual que los precios de la gasolina. O que los niveles de empleo han sido los más altos de la última década, por lo menos. Que la economía no ha entrado en recesión, a pesar de las alzas continuas de las tasas de interés. Tampoco importan las leyes aprobadas con apoyo bipartidista (algo que el trumpismo odia), como la de inversión en infraestructura, o la de incentivos para la producción en Estados Unidos de los estratégicos microchips.”
Durante dos años, hasta el día del debate de reciente data, el tema alrededor de Biden siguió siendo el de la edad. Más ahora, con el desastre en que resultó para él la confrontación en televisión.
Ni Biden, ni su equipo de gobierno, ni los líderes demócratas nacionales o regionales habían hecho mucho para contrarrestarlo. La realidad del excelente estado de la economía bajo la administración del presidente demócrata ha sido tan evidente que los mismos medios propagantes del tema de la edad empezaron a hablar de lo económico desde hace unos meses.
Las estadísticas indican que el desempeño de la economía norteamericana después de la pandemia es superior al de todos los países desarrollados. El precio de los alimentos subió y no ha bajado. Esa es una realidad. Pero además de que el ritmo de la inflación está contenido en alrededor del 3%, el índice de los aumentos de sueldos ha estado levemente por encima de la inflación. El desempleo, de 6,7% con Trump, está en 4% con Biden. El nivel de empleo bajó con Trump en 3,1 millones, mientras que con Biden se han añadido 15,6 millones de puestos de trabajo. La gente está comprando más caro, pero está teniendo más ingresos, sea por los aumentos salariales o por el número de personas que ahora trabajan en el hogar. En las encuestas, el público expresa que su situación personal está mejor, incluso la de su región, pero, sin embargo, tiene la percepción de que la economía no está bien, y que los republicanos, y el mismo Trump, manejan mejor la economía del país ¿Qué pasa allí?
Evidentemente, ha prevalecido la falta de información, la confusión y la desinformación, sin ser contrarrestada por la Casa Blanca o por el equipo de campaña. Y aquí entra, con mucha significación, la percepción de que el presidente está demasiado viejo. Incluso el público fuera de Estados Unidos lo ve así, porque así se lo han vendido. Y esta percepción sirve de base, de fondo, para evaluar el resto de los tópicos a considerar acerca de la gestión del presidente, especialmente entre los jóvenes. (Un veinteañero piensa que un cuarentón es viejo. ¿Qué puede pensar de alguien de 80 años?).
El primer debate presidencial entre Trump y Biden consolidó la percepción de decrepitud del actual mandatario. Desde los primeros minutos cacareó, tartamudeó, habló sin ilación, perdió por momentos la línea de pensamiento. Ello a pesar de que pasó una semana en Camp David preparándose para la ocasión. Trump, por su parte, estuvo durante hora y media diciendo las mismas mentiras que suelta en los mítines con sus partidarios (el supuesto fraude de la última elección presidencial; que los inmigrantes son la causa principal de los crímenes en Estados Unidos, que se comen los beneficios del seguro social, del cual no reciben nada pero apostan miles de millones; que los demócratas aprueban la muertes de niños recién nacidos; que Nancy Pelosi fue responsable del ataque al Capitolio aquel 6 de enero; que todo el mundo quería que la Corte Suprema aboliera la legalidad del aborto, cuando 60% de la población está en contra de ello; que la economía es un desastre, al igual que la política exterior, y pare usted de contar). No había nada nuevo. Y nada fue rebatido por Biden. Se quedaba con una mirada perdida en el horizonte.
El debate era necesario para despejar dudas sobre la agudeza y nitidez mental del mandatario. Las dudas se incrementaron. El plomo está más pesado.
Trump sigue liderando las encuestas, aunque siempre no muy lejos de Biden. Continúa adelante en los estados clave para la suma de los colegios electorales (los que zigzaguean en sus opiniones y por ello son definitorios: Michigan, Wisconsin, Pensilvania, Georgia, Arizona y Nevada). Biden lo aventaja solo en Michigan, sede principal del sindicato automotriz, que lo apoya.
Después del debate, la puntuación general de las encuestas subió para Trump, 49% contra 43%, entre los probables votantes, según la consulta realizada por el New York Times, y 49% contra 41% entre los electores inscritos. Las encuestas del Wall Street Journal y de CNN dan cifras similares.
Trump va cabeza a cabeza con Biden, a pesar de haber sido encontrado culpable en Nueva York por un caso de fraude empresarial, aún sin sentencia, pero con riesgo de cárcel, y haber sido sentenciado en un caso civil, por haber abusado sexualmente de una escritora y periodista, por el cual debe pagar cientos de millones de dólares a la agraviada. Tiene pendientes, además, tres juicios penales, dos federales y uno estadal, todos retrasados y con dilaciones por diversas circunstancias.
Ahora, con la reciente decisión de la Corte Suprema sobre la inmunidad presidencial en actuaciones oficiales, los juicios en Washington (federal) y en Georgia (estadal) sufrirán más retrasos. Los tribunales tendrán que revisar con las partes las implicaciones de esta decisión. Ambos juicios están relacionados con los actos de Trump para desconocer y revertir el triunfo de Biden en las elecciones de 2020.
El otro caso federal, donde se le juzga por haber retenido documentos gubernamentales que debieron ser entregados a los Archivos Nacionales al dejar la presidencia, ha sufrido dilaciones constantes por decisiones de la jueza a cargo, una abogada inexperta que Trump nombró después de haber perdido las elecciones, que ha satisfecho varias demandas de audiencias de los abogados de Trump, por diversas objeciones, que según analistas judiciales han podido ser resueltas de inmediato por el tribunal.
Si Trump ganara la presidencia, los casos federales pudieran ser desechados por un nuevo fiscal general. De allí la importancia de las dilaciones. No es la situación del juicio en Georgia ni los de Nueva York. El hombre tiene la cola ardiendo, pero, por ahora, tiene el fuego contenido.
@LaresFermin
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