Maquiavélicamente, al régimen le conviene la disgregación más absoluta de las corrientes opositoras. Hasta un niño lo sabe. Es la hora de la más alta política, en procura de un resultado que represente los intereses del país que agoniza. Deben quedar al lado los apasionamientos del protagonismo ególatra. Se debe actuar gélidamente.

La unificación de criterios, se entiende, se torna sumamente complicada en cualquiera época, Simón Bolívar clamaba por ella antes de morir por el bien de la patria de entonces. La división por ideales es absolutamente natural en los partidos, en las sociedades, en toda agrupación de individuos ceñidos, como resulta lógico, a sus ideologías contrastantes. Pero llega el momento, como el actual, en el que las circunstancias obligan a todos a ceder, y más que a ceder a compaginar intereses y creencias, a llegar a acuerdos cuanto más duraderos mejor.

Evidentemente, en medio de la vorágine de las imposiciones propias de un régimen autoritario como el que padecemos hace años los venezolanos, todo se complica en demasía. Allí están las persecuciones, las prisiones, las torturas, los ataques violentos a líderes y familiares, a partidos, a sus símbolos, a sus propiedades, al solo hecho de pensar distinto o expresar opinión contraria a los desmanes que con regularidad cuasi diaria acometen en el exceso del poder. Pero es obligante sobreponerse a ello con rapidez. El tiempo opera también en contra de las fuerzas liberadoras. El régimen lo sabe y goza.

Recordemos que, en medio de unas indispensables elecciones constitucionales, convertidas en plebiscito, la unificación de las disimilitudes partidarias y hasta personales de los líderes de 1957 permitió llegar a acuerdos que permitieron desplazar a la oprobiosa dictadura de Marcos Pérez Jiménez. La «acción coincidente» de entonces tenía un propósito muy por encima de los intereses partidistas: acabar con la dictadura. Se logró entonces la unidad y el objetivo. ¿Por qué no ahora si las condiciones electorales se evidencian tan favorables?

El llamado es a la conciencia de líderes y partidos, de toda la sociedad venezolana y sus agrupaciones, a deponer las particularidades por el supremo bien común de apuntar a una mejor vida que los venezolanos indudablemente merecemos. No vaya a ser que la situación rebase a la dirigencia actual nuevamente en favor del oprobio de este tiempo, de la indignidad. Me sumo plenamente al llamado de otros conciudadanos que exigen, no piden, no pedimos, exigimos la obligación de cumplirle a los conciudadanos aún esperanzados: «unidad y voto» para el rescate de la República, de la democracia, de la libertad.


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