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Unasur: el renacer de un zombi

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Archivo

El esfuerzo del presidente brasileño Lula da Silva por revivir la Unasur (Unión de Naciones Suramericanas) representa un intento por dar nueva forma a un organismo que fracasó precisamente por las mismas razones por las que hoy pretende ser resucitado: la ideologización de la integración regional bajo el liderazgo brasileño.

Brasil anunció que volverá a participar de la Unión Suramericana de Naciones, entidad que abandonó hace cuatro años bajo el gobierno de Jair Bolsonaro. Varios integrantes se retiraron también del organismo cuando este no fue capaz de acordar la nominación del colombiano Ernesto Samper como secretario general en 2017. La Unasur había perdido sentido con la llegada al poder de gobiernos conservadores a fines de la década pasada. Estos dejaron la organización y en 2019 fundaron su propio referente, Prosur, hoy inactivo.

Unasur está integrada actualmente solo por Venezuela, Bolivia, Guyana y Surinam, mientras que Perú se encuentra suspendido.

Brasil anunció que volverá a participar a partir del 6 de mayo. El Gobierno de Lula espera que otros países se sumen, aprovechando la marea electoral que ha permitido la instalación de administraciones de izquierda en la región. La Casa Rosada también anunció el pronto retorno de Argentina.

Cuando nació Unasur en 2008, la mayoría de los países de la región se encontraba bajo gobiernos progresistas que adscribían a dos tendencias: una corriente socialdemócrata en el Chile de Michelle Bachelet, el Perú de Alan García o el Uruguay de Tabaré Vázquez; y una corriente populista representada por Cristina Fernández en Argentina, Hugo Chávez en Venezuela, Rafael Correa en Ecuador y Evo Morales en Bolivia.

Aunque el primer secretario general fue Néstor Kirchner, el promotor de la iniciativa fue Lula da Silva, quien se ubicó a sí mismo en una posición intermedia entre las dos almas de la izquierda latinoamericana. El afán de liderazgo regional de Lula explica que el tratado que constituyó la Unasur fuera firmado en Brasilia. Detrás de la Unión Suramericana de Naciones se escondía de manera mal disimulada la ambición de Lula de convertirse en la voz de América del Sur para el mundo.

Por esa época, Brasil era considerado una potencia en ciernes, miembro destacado del selecto grupo de los BRICS, y llamado a ocupar un sitial relevante en la escena global debido a su pujanza económica, exitosos programas sociales, robusta democracia y el carisma de Lula, un obrero metalúrgico de origen muy humilde que había llegado a conquistar el poder en la entonces novena economía del orbe. El Brasil de Lula se sentía el legítimo líder del subcontinente y aspiraba, incluso, a ocupar un asiento permanente en una hipotética reforma del Consejo de Seguridad de la ONU.

Si a través de la Celac (la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe creada en 2010) Brasil consiguió conformar un bloque regional que excluía a Estados Unidos (miembro de la OEA, el organismo panamericano fundado en 1948 con sede en Washington), a través de la Unasur levantó un referente subcontinental que esquivaba la presencia de México, el otro país latinoamericano con pretensiones de potencia.

El renacimiento de Unasur podría ayudar a Lula a relanzar la campaña por ubicar a Brasil como una potencia con respaldo regional y voz propia. Sin embargo, el propósito del presidente brasileño puede tener pies de barro.

En primer lugar, porque Lula necesita asentar su posición política interna. El bolsonarismo es una fuerza activa que puede amagar de diversas maneras la gestión del líder del Partido de los Trabajadores (PT). Lula lo sabe y ha tratado de neutralizar al expresidente, estableciendo vínculos amistosos con las Fuerzas Armadas y tratando de configurar una coalición que le permita maniobrar pese a la fuerte representación opositora en el Congreso.

El frente internacional

Al mismo tiempo, debe ser capaz de generar confianza empresarial para reactivar una economía que se resiste a despegar y poner fin a su disputa con el Banco Central acerca de la política monetaria para frenar la inflación. Mientras Lula no consolide el frente interno, le resultará difícil abocarse a los asuntos exteriores y ejercer un liderazgo efectivo.

El obstáculo más profundo, sin embargo, es estructural: Unasur es un bloque de gobiernos de izquierda, lo cual limita su alcance y pone en duda su continuidad cuando el péndulo político sudamericano vuelva a moverse hacia la derecha, como ocurrió en la segunda parte de la década pasada.

Evidentemente, un organismo multilateral cuya supervivencia depende del ciclo electoral no da garantías de confianza ni estabilidad. Por lo mismo, cobran importancia los comicios presidenciales de fines de año en Argentina, pues pueden ser el primer indicio de un nuevo giro hacia la derecha del electorado regional.

A lo anterior se suma otro problema de fondo: todo indica que Lula entiende a Unasur como un mecanismo para la proyección política del liderazgo brasileño. Eso puede ser útil cuando los intereses de Brasil coincidan con los del resto de las naciones, pero inconveniente cuando ello no ocurra o Brasilia siga cursos de acción controversiales o no compartidos por todos.

La baza de la mediación en Ucrania

En ese último ámbito se enmarcan su reciente gira por China y Emiratos Árabes Unidos, su reunión con el canciller ruso en Brasilia, el permiso que concedió a dos barcos de guerra iraníes que hicieron escala en Río de Janeiro en febrero, el establecimiento de una línea de navegación comercial entre Irán, Brasil y Venezuela, y su voluntad por crear un «grupo de paz» que medie entre Moscú y Kiev.

El constante interés de Lula por distanciarse de Estados Unidos irritando a las autoridades norteamericanas puede también resultar incómodo para naciones sudamericanas que históricamente han tenido cercanía con EEUU, como Colombia, Perú o Chile, signatarios de sendos tratados de libre comercio con Washington y miembros de la Alianza del Pacífico junto con México.

No se ve probable que Lula sea capaz –o quiera— promover los cambios que harían de Unasur una entidad perdurable en el mediano plazo y políticamente confiable. Más bien, todo parece sugerir que el organismo continuará siendo un proyecto en formación cuya existencia dependerá de la permanencia en el poder de gobiernos de izquierda.


Juan Ignacio Brito es periodista, investigador del Centro Signos y profesor de la Facultad de Comunicación de la Universidad de los Andes en Santiago de Chile.

Artículo publicado en el diario El Debate de España

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