No hay nada nuevo bajo el sol en el desarrollo y resultados preliminares de las elecciones internas del PSUV. Más allá de una u otra cara nueva, destinada a convertirse en el nuevo mandamás de su ciudad o estado (en caso de triunfar efectivamente en las elecciones de noviembre), y en ser obediente gestor de las órdenes y demandas del Ejecutivo, así como cogestor y colaborante obligado de los poderes paralelos (REDI, ZODI, etc.), estas primarias de mentirita han servido para ratificar los rasgos principales que definen desde su creación al partido de gobierno: la opacidad institucional, la arbitrariedad en los procesos de tomas de decisiones, el escaso o nulo carácter deliberante y el uso efectista de las consultas populares como una simple mascarada democrática.
En correspondencia con lo anterior, las irregularidades y el ejercicio de presiones por parte de las autoridades partidistas, estatales y estadales (sí, no olvidemos que, como sucede en la mayoría de los regímenes populistas autoritarios, en la Venezuela chavomadurista el partido y el Estado tienen un estrecho maridaje, compartiendo recursos y funciones), estuvieron a la orden del día desde el principio: no solo prohibiendo la postulación de numerosos aspirantes (los más notorios, Francisco Arias Cárdenas y Elías Jaua), sino estableciendo arbitrarias y curiosas disposiciones, entre ellas, que solo se reconocería el triunfo de alcaldes y gobernadores que obtuvieran más de 50% de los votos, mientras que en los casos que no se alcanzara esa cifra la selección quedaría en manos de las altas cúpulas para negociarlas con el Gran Polo Patriótico, (¡pamplinas!, ¿existe eso todavía?).
Ahora bien, como dice el conocido refrán, no se le puede pedir peras al olmo. Sería de ingenuos creer que un partido fundado por militares, hecho a la imagen y semejanza de Hugo Chávez, y donde se reconoce abiertamente en sus estatutos el pensamiento de este como referente ideológico fundamental, pueda tener realmente el carácter cívico, democrático y deliberante que, de suyo, tienen los partidos modernos. La propia gestación del PSUV –allá entre 2007 y 2008– cuando Chávez quiso imponerlo como un partido único, obligando a las organizaciones, grupos y colectivos aliados a integrarse a él, es la mejor expresión de la inspiración poco democrática que ha tenido desde sus orígenes. Por su propensión militar y cuartelaria, es un partido hecho más para la obediencia que para la deliberación y el debate abierto. No en balde, su base organizativa –según lo que reza en los mencionados estatutos– es la patrulla, no la célula o el comité. Y quienes lo dirigen y “comandan” en una parte significativa de los estados, ciudades y pueblos del país son capitanes, coroneles y generales, no líderes formados al calor de las luchas cívicas y sociales.
Esta connotación militarista es tan marcada que –a diferencia de otras épocas de nuestra historia contemporánea, como en el período de Medina Angarita y sobre todo en el período democrático inaugurado en 1958– en vez de estimular e incorporar al espíritu y prácticas civilistas a los militares, en esta dos décadas ha sucedido todo lo contrario: se ha integrado al ámbito militar –en el plano simbólico y en el plano de la acción efectiva– al mundo político y civil, como se observa en el abundante uso de términos y expresiones militares en la narrativa de autoridades y dirigentes partidistas.
La interrogante que queda en el aire es por qué acordaron los jerarcas rojos la realización de unas primarias, con todas las desventajas y perjuicios que acarrea lavar los trapos –más que sucios– fuera de casa. La explicación parece sencilla: hay un profundo desentendimiento y una sorda lucha por el poder entre sus distintas tendencias y sus principales caudillos, Nicolás Maduro y Diosdado Cabello. Ese desentendimiento tiene que ver, aparentemente, con la postura tomada desde principios de año por Maduro de sentarse a negociar un acuerdo con la oposición, con el apoyo de Noruega e importantes actores de la comunidad democrática internacional. El hecho cierto es que esto ha significado un cambio en las prioridades y en los protagonismos dentro del régimen.
Mientras Cabello se mantuvo durante dos años presidiendo la inútil e írrita Asamblea Constituyente, asegurando su condición de número dos, hubo un período de concordia relativa. Pero tan pronto se puso fin a esta en 2020, todo cambió. Diosdado no solo quedó sin ningún cargo importante dentro del Estado, sino que Jorge Rodríguez, electo presidente de la AN ilegítima, tuvo una proyección notable durante estos meses, marcando la dinámica del debate político y llevando la batuta de un supuesto diálogo con diversos sectores de la vida nacional. Apoyado en el presidente del órgano legislativo, Maduro estaba avanzando en su objetivo aparente de transformar al chavomadurismo en un sistema de liderazgo único –a la cubana–, demoliendo y marginando implacablemente a líderes y corrientes adversas, y convirtiendo eventualmente a Cabello en un barón feudal de segunda categoría. Esto ha motivado la reacción de este en las últimas semanas, recuperando visiblemente su protagonismo por múltiples vías, como las influencias que maneja en el TSJ, las que le quedan en el mundo militar, y, sobre todo, a trasvés del partido, del cual puede decirse que ha sido siempre –cual caporal de hacienda– dueño y señor. Sus presiones ya han tenido efecto: Maduro lo designó presidente de una nueva Comisión de Reforma del Poder Judicial. Es como para bajar las tensiones y reconocerle sus fueros, pero la confrontación, lejos de cesar, ha continuado en otros escenarios, como el electoral.
Resumiendo, lo que se juega aquí son los derechos de sucesión sobre la franquicia chavobolivariana, y quizás una futura candidatura presidencial, ya sea en un escenario de permanencia en el gobierno o en un escenario de transición; sobre todo si llegaran a plantearse efectivamente, en el contexto del diálogo, unas nuevas elecciones presidenciales, a las que Maduro seguramente no podrá presentarse de nuevo debido a su pronunciado desgaste y a la investigación de la Corte Penal Internacional que pesa sobre su cabeza. Este es el enrevesado escenario que, por los lados del oficialismo, le tocará enfrentar y manejar a quienes participarán en el nuevo proceso de negociación que está por iniciarse en México
@fidelcanelon