OPINIÓN

Una violeta para Malola

por Carolina Espada Carolina Espada

Para Alejandro Silva Febres

Hace unos seis meses, nadie imaginó cómo iba a ser la vida con pandemia. Las preocupaciones de antes ahora parecen fútiles y nunca se sospechó lo que Bea y Alejandro iban a hacer dos días antes de su boda. De ella no se supo desde horas de la mañana. De él se dejó de saber a eso de las once de la noche, después de haber ido de romería angustiada por las clínicas y hospitales de la ciudad; haber esperado una llamada de unos secuestradores -tan peligrosos como imaginarios-, y haberse negado a visitar la morgue C.S.I.

El celular de Alejandro había repicado una sola vez. 10:57 pm, pero doce horas antes…

Bea iba a pasar gran parte del día en un spa ultra posh en donde le iban a hacer un “Velo de Novia”: un tratamiento de belleza, antiestrés, médico-estético, que la conduciría resplandeciente hasta el altar. Un consentimiento corporal profundo para ella y para su mejor amiga, Malola, pues Malola no sólo era la Madrina del Evento, sino su “Probadora de Todo” oficial.

—Anda, Malola, prueba ese langostino con jengibre envuelto en pañuelito de yuca con finas hierbas.

—¡Pa’ dentro, que ya me he metido tres kilos en lo que va de mes! ¡Voy a parecer una foca forrada de tafetán salmón pastel!

—¿Te gustó?

—¡Mírame cómo me zampo otro!

Alejandro jugaba golf con un socio. Nada como pegarle a una pelotita absurda, un miércoles laboral, antes de su matrimonio portentoso del día viernes; caminar por una grama húmeda y mal podada; y constatar que en el hoyo 3, al pie de la bandera amarilla, había una rana tan aferrada al palo que no iba a haber forma de que la pelota entrara. Pelota rebotada; rana terca y abollada.

—Deberíamos estar en el bufete, Ignacio. Tenemos casos, clientes…

—Y se sabe que te vas a casar. La galaxia está invitada. Llegará el lunes y  trabajaré y tú enlunado de miel. ¡Alejandro y Bea en el Mediterráneo! ¡Y qué raro que no te haya mandado un wasap! Una docena de wasaps. Un par de docenas. Ella, que no puede vivir sin su celular y tú, que lo cargas solo para hacer llamadas y escribir de vez en cuando cosas que ni se entienden.

—Es que le están dando un masaje con unas piedras volcánicas. ¡Ah, y después está lo del sirope! La van a marinar en algo de café, miel y chocolate.

—Pero bueno, Alejandro, ¿tú te la vas a comer?

—¡Dale, Ignacio, que la rana se metió en el hoyo!

Pero a Bea no la estaban marinando. Hacía treinta y cinco minutos que debía haber llegado al spa y allá estaba Malola intentando ubicarla; oyendo desconcertada lo que decía la madre de la novia.

—¡Pero si Beatricita salió hace siglos!

—Señora Herminia, esa hija suya no ha llegado y, conociendo a mi amiga, con esa tensión, ella tiene que estar en cualquier sitio vomitando. Y el celular lo tiene apagado. Mire lo último que me escribió: “Sola no puedo. Help. La modista que me acabe de decir de una buena vez a qué hora va a ser la prueba final del vestido; el maquillador que no insista, no quiero ninguna totalidad rosa vintage en los párpados, va a parecer que estaba llorando; el del bouquet que me diga si me va a conseguir los malabares o no, pero lo que sí quiero es que haya unas violeticas en medio de las flores blancas; el gordito de la agencia de viaje que llame a Alejandro, yo no puedo con todo; el de la limosina que se comunique con mi papá que quiere un Rolls Royce plateado; la del Ave María que vaya directo a la iglesia y cante, ¡o que le cante a mi mamá!; ¡ay, el fotógrafo que llegue tempranísimo el viernes! ¡Yo quiero fotos de la preproducción, la producción en sí, el detrás de las cámaras, el acontecimiento, el durante, el después y los detalles!”. Y hasta allí llega el wasap, señora Herminia.

—¡Es que esa niña es una matica de nervios! Malola, en lo que la veas, que me llame. Los de las tarjetas de agradecimiento: que ya saben que las quiere en tonalidad golden peach cream, ¿pero que si se las imprimen en cartulina de hilo o en Kimberly o en Opalina? Y hay algo más. Siempre hay algo más. Ahorita no me acuerdo.

Y siguieron pasando las horas, las piedras volcánicas se pusieron frías y Bea nada que apareció. Ya Malola no hallaba qué más hacerse: del vapor y la limpieza facial había pasado a la exfoliación corporal, al masaje onírico y a la hidratación profunda. Y se había tomado el sirope.

Había llegado el momento de preocuparse muchísimo. Especialmente 24 horas más tarde. ¿Dónde estaba Bea? ¿En dónde se había metido Alejandro?

Él mandó un wasap la mañana de la boda con esa manera suya tan críptica de escribir: “Ns fugams-fugadísims + felics imposibl Sigan cn la fiest! No c dtngan x nda en l mndo! Celebrn x nostrs!”.

Y se celebró. ¡Hay que ver cómo se festejó! Misa “in corporis ausentis”, rumba, buffet y Hora(s) Loca(s). Aseguran que alguien se aventuró a tomarse el agua de una pecera y escupió el pez dorado. Amaneció y siguió la fiesta. Bailaron los músicos. Cantaron los mesoneros. Volvió a amanecer y alguien volvió a traer el segundo desayuno. Se llegó a la conclusión de que eso habría que repetirlo cuando regresaran los esposos. ¡Tremenda gOzAdA!  Lo máximo, según Malola, fue el juego de volleyball con el bouquet. Cada miembro del equipo femenino se llevó un pétalo de malabar o una violeta como un trofeo. ¡La Sagrada Institución del Matrimonio aún era posible!

El Mediterráneo se había quedado del otro lado del Mar Océano. Acá, entre montañas y colibríes y un riachuelo, un sacerdote había casado a Bea y a Alejandro en una capillita. ¿Algún testigo? Un San Antonio, un tanto empolvado, cargando a su Niño Jesús con un pancito.

Y todos, aquí y allá, fueron muy felices.

@carolinaespada