OPINIÓN

Una victoria perdida

por Emiro Rotundo Paúl Emiro Rotundo Paúl

Hace 6 años, en diciembre de 2015, el chavismo fue derrotado electoralmente en forma contundente, con más de 2 millones de votos en contra, revirtiendo el resultado de todas las derrotas anteriores de la oposición democrática nacional. Fue posible por la unión de todas las fuerzas opuestas al régimen en un solo frente electoral, la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), que movió a 7.728.025 venezolanos a votar en contra del chavismo. Parecía que la oposición, luego de 17 años de dura lucha contra el autoritarismo, había logrado, pese a los grandes errores cometidos, su madurez y su consolidación.

El sentimiento de repudio del pueblo venezolano al régimen chavista, demostrado en 2015, se ha incrementado con los años, representando en los actuales momentos, según las encuestas de opinión más creíbles, 80% o más del sentir nacional. ¿Cómo se explica entonces la permanencia del régimen en estos últimos seis años, bajo las condiciones de rechazo e ilegitimidad en que se encuentra?

Lo sabemos de sobra: por la ruptura de la unidad opositora, la dispersión y el enfrentamiento de todos los grupos que un día integraron la MUD. Esta disolución comenzó a manifestarse desde el año 2016, en paralelo con la dura arremetida del régimen, luego de su gran derrota del año anterior, expresada en el desconocimiento de la Asamblea Nacional, el bloqueo del referéndum revocatorio presidencial, la inhabilitación de los principales dirigentes de oposición, la convocatoria írrita de una Asamblea Constituyente para usurpar las funciones legislativas, la manipulación de las elecciones regionales y presidenciales de 2017 y 2018 y la intervención de los principales partidos de oposición, todo ello violando abiertamente la Constitución y las leyes de la República.

¿Por qué se produjo la ruptura de la unidad opositora y quiénes la propiciaron y realizaron? Son buenas preguntas, pertinentes y necesarias, pero que no pueden ser respondidas en los actuales momentos porque las causas son diversas, difíciles de precisar y  aún más de imputar. Por un lado obedecen a ambiciones, intrigas y demás miserias humanas; por el otro, a la ausencia de un liderazgo fuerte e indiscutible que se sobreponga al desgaste y a la proliferación de grupos y cabecillas en el campo opositor.

Piénsese cuán problemático sería abordar este tema en la situación actual del país. Plantearlo provocaría discusiones y pugnas interminables que en nada contribuirían a solucionar el problema. ¿Si esa no es la forma adecuada de abordar el asunto, cuál sería entonces la vía correcta? La hemos expuesto ya en un artículo anterior denominado La confesión.

Primero que todo es indispensable que todos los dirigentes de oposición, sin excepción, hagan un examen de conciencia para determinar cómo y en qué grado han contribuido cada uno de ellos a la desunión. Luego, y como resultado de esa indagación, reconociendo la culpa que puedan tener, realicen un propósito de enmienda que les permita rectificar sus conductas. Por último, llevar a cabo las acciones necesarias para reponer la unidad, superando todas reservas que puedan acarrear en sus corazones y mentes.

¿Que tal cosa es imposible porque a quienes corresponde hacer el ejercicio de conciencia señalado anteriormente no tienen las condiciones necesarias para ello? Bueno, tendremos chavismo para rato, quizás hasta que el mismo se desplome por su propio peso, víctima de su incapacidad para resolver los múltiples y gravísimos problemas que ha creado. Eso, sin contar con la posibilidad de que el régimen mejore un poco su situación, conservando todas sus perversidades, e incremente su apoyo popular, con lo cual podría mantenerse por tiempo indefinido, como ha ocurrido en Rusia, China, Cuba y Corea del Norte.

En suma, tal como están las cosas hoy, pareciera ser que el triunfo obtenido por la oposición en 2015 fue contraproducente, porque a partir de él no ha dado pie con bola, dividiéndose y enfrentándose internamente, conduciéndonos a todos los venezolanos a una situación peor a la que teníamos antes de aquella victoria. La Historia registrará para la posteridad los nombres de quienes no estuvieron a la altura de su tiempo y sacrificaron la unidad por razones fútiles en los momentos más críticos del país