Las condiciones están ilustradas en la coyuntura frente a las próximas elecciones del 28 de julio como para generar un ambiente de optimismo similar a las dos experiencias electorales que ya se vivieron en Venezuela y en revolución. En ambas el factor de protagonismo de la institución armada surgió de catalizador político en las decisiones del alto gobierno (léase el presidente de la república) para hacer el reconocimiento de los resultados. En ninguna estuvo en riesgo la permanencia del régimen en el poder y en todas el contraataque político y militar tenía posibilidades. Como en efecto ocurrió.

La primera experiencia ocurrió en diciembre de 2007 con el referéndum consultivo para la reforma constitucional. Un intenso proceso de movilización y de calle dirigido por un grupo de jóvenes después del cierre de Radio Caracas Televisión en mayo, arrinconó política y mediáticamente en todo el país al régimen. El pueblo mayoritariamente se expresó en contra de las propuestas revolucionarias para reformar la Constitución nacional y un estrecho 50,65% por ciento de los asistentes a los centros electorales contra un cercano 49,34% le propinó al teniente coronel Hugo Chávez su primera derrota en las urnas, a quien no le quedó más remedio forzado por el eco de la voz que aún se mantenía en Fuerte Tiuna de su antiguo ministro de la Defensa y compadre de juramento en el Samán de Güere, el general Baduel quien hizo activismo frontal contra la revolución; que reconocer el revés después de destrozar con los puños una de las paredes de Miraflores. Una combinación de calle, militares y presencia en las mesas de votación hizo de plan operativo eficiente frente a la experticia de la maquinaria gubernamental en los procesos anteriores. El contraataque del régimen se expresó en pasar de contrabando a través de leyes orgánicas todo el entramado de reformas a la carta magna en contubernio con todos los poderes públicos, para dejar a todo el proceso electoral anterior como lo calificó Chávez ante las cámaras de televisión: una victoria pírrica,  una victoria de mierda, para la oposición. Para el pueblo realmente.

La segunda experiencia se constituyó en las elecciones parlamentarias del año 2015. Esta vez fue con Nicolás Maduro como presidente de la república y estrenándose como comandante en jefe de la Fuerza Armada Nacional (FAN) en línea directa con la planificación y la ejecución del Plan República desplegado en todo el territorio nacional. Nuevamente movilización de calle y una masiva participación le dio una nueva victoria electoral a la oposición. Las huestes rojas rojitas aún estaban aporreadas emocionalmente con la muerte de Hugo Chávez y el nuevo liderazgo revolucionario no había terminado de encajarse por completo desde el ejecutivo, el partido oficial y la institución militar. El plan fue un contundente 74,17 por ciento de participación y la obtención de una mayoría absoluta en el parlamento – 112 de los 167 diputados para elegir – el 56,2 por ciento de los votos, lo que proyectaba una nueva realidad en el país que hubo de aceptarse en una decisión tripartita de la presidencia de la república, el PSUV y el ministerio de la defensa encabezado por el general Vladimir Padrino con el doble comando en el quinto piso de Fuerte Tiuna (MD y CEO). El desempeño de ese parlamento electo hace 9 años a la fecha y con vida constitucional vencida – algunos vecinos han reportado que a altas horas de la madrugada su fantasma encarnado en la presidencia deambula ruidoso por las calles de Venezuela a las manera de la mula maniá el silbón y la sayona tratando de asustar a borrachitos trasnochados – se mantiene en un lamentable score con la inútil expulsión pública de los cuadros de Chávez del hemiciclo que hizo el diputado presidente Ramos Allup. Su anémica vitalidad como asamblea fue tiroteada desde el régimen con una constituyente paralela en el año 2017 y una espuria elección presidencial del 2018 que terminó dándole lanzazos políticos mortales a la victoria de esa elección para rematarla. El tiro de gracia se lo proporcionó el gobierno interino surgido de esa asamblea, lo que selló la urna de esa victoria con una corona de flores adornada con una cinta cuyo texto se manifestaba con pintura fosforescente: victoria defecada.

De entrada, al texto, se dijo que hay un ambiente generalizado de optimismo frente al 28J. Se evidencia una excelente y eufórica calle frente al liderazgo de la candidata unitaria surgida de las elecciones primarias de octubre de 2023 y hay una importante simpatía hacia el voto del candidato unitario, se ha generado en la comunidad internacional un ambiente de expectativa tanto o mejor que las experiencias electorales de 2007 y 2015, la situación política, económica y social del país ha terminado de descalabrar las proyecciones hacia el futuro de los venezolanos y el ambiente de la migración para intensificar la diáspora criolla alrededor del mundo está atento a los resultados del cambio político que puede generarse a partir del 28J con unos resultados que favorezcan al pueblo después de padecer 25 años de revolución bolivariana. El régimen no está pasando por su mejor momento. Eso no significa que esté moribundo o a punto de santos óleos y que desde ya está cantada la victoria y se puede salir con la caravana a tocar la corneta y a lanzar cohetes. Aún queda trabajo por hacer en el padrón electoral, tareas para asignar, plazos que acometer y cerrar, y objetivos intermedios que cubrir para continuar en un ambiente de optimismo montados en la realidad del objetivo final. Se puede decir sin triunfalismos, sin hacer la histórica subestimación a la revolución bolivariana y sin el voluntarismo de los últimos tiempos que está fase preelectoral del antes del 28J es de victoria y de laureles. Este es un tramo de movilización de calle, de encuestas, de intención de voto, de simpatías electorales y de mediciones en los programas de opinión y en las redes sociales. Los otros segmentos corresponden al durante y al después. Son las fases más críticas. Especialmente la última que corresponde al momento de la presentación popular en la caja con el billete premiado para cobrar el premio del cambio político. Ese debe ser el plan.

Las experiencias de 2007 y 2015 no ponían en riesgo en ese momento, el poder del régimen. Frente a las derrotas aún mantenía un amplio margen de maniobra y una libertad de acción para revertir los resultados con decisiones ejecutivas que le recuperaran y consolidaran en el tiempo la circunstancial posición de desventaja. Se puede decir que en 2024 las condiciones son distintas, especialmente en el liderazgo que encabeza a la oposición. Eso abre un camino de esperanza y de fe en el cambio político a partir del 28J.

El durante (Fase Electoral) y el después (Fase Post Electoral) del día D de acuerdo al diseño del Plan República para este y otros procesos estará condicionado como siempre a la postura que asuma la Fuerza Armada Nacional (FAN) para garantizar frente al país y la comunidad internacional el respeto a los resultados que exprese la soberanía popular como en el 2007 y en el 2015. El general Vladimir Padrino tiene la experiencia de cómo se avino el resultado y el reconocimiento en las elecciones parlamentarias de 2015 con el doble sombrero de jefe del CEO y ministro. De manera que no necesita una chuleta en esta oportunidad. Lo contrario es forzar la activación de la unidad de los militares junto al pueblo, desde la mesa electoral, desde el centro y desde los 335 municipios de Venezuela en la calle para que la realidad política de la jornada sea reconocida con presión y movilización como ocurrió con la tercera derrota política y militar del régimen en su historia de 25 años. El 11A. Pero esta vez apostando a que no aparezcan los Rey Midas criollos que tienen la virtud de convertir victorias en caca.  Ese debería ser el plan.

El camino está expedito para una victoria… a secas.


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