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Una vez más, sobre el perverso uso de la salud y la enfermedad en Venezuela

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Putin vacuna

Cuando en Venezuela se suman al largo rosario de los despropósitos de la nomenklatura del régimen afirmaciones como las de la existencia de unas «gotas milagrosas» para «curar» la COVID-19 o el supuesto aplanamiento de una curva de contagios cuya verdadera dimensión no ha sido posible en primer lugar conocer con exactitud a causa de la escandalosa manipulación de datos y de la insuficiente realización de pruebas diagnósticas confiables, tantas veces y por tantos denunciadas, que han conducido a un significativo y extremadamente peligroso subregistro de los casos nacionales, no solo implica ello una contumaz reafirmación del cinismo y de la burla en cuanto pilares de esa praxis desorientadora que tiempo ha que no pasa aquí inadvertida, sino también un menos patente accionar, dirigido al afianzamiento del sistema opresivo del que depende su supervivencia, en el que de un modo letal se combinan el manifiesto desprecio a la ciencia y a la actividad profesional basada en evidencia, principios éticos y valores democráticos, y el no tan inconfesado deseo de quebrantar por cualquier medio posible a los sectores de la sociedad venezolana que de manera más decidida se resisten a ser reducidos a un estado de cuasiesclavitud… y, claro, la maldad simplicísima y pura para cuyo despliegue no se requieren razones de peso.

A primera vista podría parecer que lo uno no tiene relación alguna con lo otro, pero la aparente solicitud para la resolución de problemas que en realidad se agravan ex profeso ha constituido el eje de la estrategia con la que de forma progresiva se han destruido las capacidades necesarias para la procura del desarrollo individual y colectivo en el país, y en el centro de esta siempre han estado presente los principales asuntos vinculados con la salud pública, desde la disponibilidad de agua potable y la alimentación de calidad hasta la gestión de crisis como la ocasionada por la actual pandemia, que si bien ha sido la más grave de todas las que han azotado la nación durante estos más de veinte años de usurpación chavista, lejos está de ser la única que deviene en catástrofe por un manejo con el que precisamente se busca repetir tal desenlace —o, más bien, el comienzo de un inacabable vía crucis—.

La hambruna y la generalizada desnutrición, verbigracia, han supuesto una sustantiva merma de las capacidades reales para una efectiva lucha ciudadana en la calle por el severo deterioro físico que han ocasionado en millones de venezolanos, sin mencionar que han pasado estas a contarse entre las principales causas de la creciente emigración que le ha restado músculo a esa lucha in situ, a tal punto que ya es muy difícil creer que pueda ella por sí sola forzar el cese de la mencionada usurpación, máxime porque a esta relevante circunstancia se suma una aún mayor, a saber, el casi total envilecimiento del estamento militar venezolano.

En cualquier caso, es la comprensión de ese perverso uso de la salud y la enfermedad lo que debe aunarse a los elementos impulsores de una redimensionada lucha por la libertad en Venezuela que incluya la actuación de una fuerza de paz internacional, sin caer en la trampa de disipar los esfuerzos en vanas consideraciones de dichos y hechos con los que se sigue y se seguirá intentando desviar la atención de todo lo que pueda contribuir al logro de ese propósito.

Por supuesto, el asunto no es tan sencillo, por cuanto lo que sirve para distraer también es a menudo fuente de grandes males o una potencial amenaza, como por ejemplo la vacuna rusa, tras cuyo «desarrollo» y puesta a prueba subyace una opacidad que deja muchas importantes preguntas sin respuestas creíbles y, en consecuencia, suscita enormes preocupaciones por lo que podría acarrear su masiva administración sobre la base de falsas o no adecuadamente comprobadas asunciones acerca de su seguridad y eficacia; algo que incluso, más allá de la cuestión abordada en este artículo, vuelve a poner de manifiesto el peligro que entraña la supeditación de la ciencia a mezquinos intereses políticos, y principalmente a los que surgen en el marco de proyectos totalitarios.

Sea lo que fuere, ello hace imperativo que el proceso de emancipación de la nación sea pronto y definitivamente abordado con la urgencia que sí amerita, ya que la gravedad de las amenazas que en este instante se ciernen sobre la sociedad venezolana es tal que lo contrario ha dejado de ser una opción aceptable y no vinculada a los propios crímenes contra la humanidad cuya perpetración se pretende detener.

De hecho, de hacerse un honesto análisis de lo que ha llevado a este estado de cosas, podría distinguirse con absoluta claridad la gran paradoja de la imposición de visiones —y actuaciones— derivadas de una malentendida noción de paz. Una que solo sirve para prolongar de innecesario modo, y a un elevadísimo costo, todo lo que esta no es.

@MiguelCardozoM

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