Nunca antes ha sido tan necesaria una traición para que a través de ella recuperemos lo perdido: la democracia.
No es un llamado a un golpe de Estado, es decir, un llamado a un sector de la FAN de esos que se suelen llamar institucionalmente democráticos, pues no hay manera de sustraerse a la posibilidad de que este fuese conducido por alguien parecido al comandante Chávez o, peor aún, alguien parecido al general Vladimir Padrino, todos los dioses del universo y más allá nos libren de semejante cosa.
Aunque hay quienes piensan que no sería nada despreciable que la FAN, cansada de tanto desprestigio, decidiera dejar de ser la guardia pretoriana del régimen, acompañe a los ciudadanos en la recuperación de la democracia y le diera la espalda a Padrino, Maduro y compañía. Señalan que esa no sería una mala traición, parecida a la que le profirió Chávez a la democracia en 1992 o la que todos los días comete la actual nomenclatura en el poder… todo lo contrario. Pero lo mejor sería no tocar esa tecla, a esos tipos vestidos de verde les gusta demasiado el poder… después se acostumbran y no hay manera de decirles: hermanos, regresen por favor a sus cuarteles.
Debo apuntar que no todos los traidores son despreciables, digamos, despreciables como el señor Escarrá, el de los trajes negros con pañuelito en el bolsillo y uno de los más grandes habladores de tonterías que el país ha tenido en su vida republicana, o como los llamados alacranes que ya se han ganado un puesto en la “Historia Universal de la Infamia”, y no pueden faltar, los dirigentes del chavismo que han muerto, pero que la muerte no los exime de la crueldad de la que hicieron gala mientras vivían y gozaban del poder, recordemos, nada más, el caso de la llamada “lista Tascón”.
En honor a la verdad, esta lista de traidores despreciables, hay que comenzarla con el mismísimo Chávez y sus “Ángeles rebeldes”, como los llamó Ángela Zago, en un lamentable librito jaculatorio. Para muestra de su traición está la presentación ante el país, la madrugada del 4 de febrero de 1992, de la proclama donde detallaban sus motivaciones, leída, quién sabe por qué, con acento andino, y textualmente dice: «Nos dirigimos a la nación para exponer las razones que nos obligaron a insurgir contra un gobierno devenido en tiranía, que como tal se arroga todos los poderes del Estado y que pone en entredicho la independencia y la integridad territorial de la nación, su unidad, la libertad, la paz y la estabilidad de las instituciones, la protección y enaltecimiento del trabajo, el amparo de la dignidad humana, la promoción del bienestar general y de la seguridad social, el logro de la participación equitativa de todos en el disfrute de la riqueza, según los principios de la justicia social, el fomento del desarrollo de la economía al servicio del hombre, el mantenimiento de la igualdad social y jurídica, el mantenimiento del patrimonio moral e histórico de la Nación, forjado por el pueblo en sus luchas por la libertad y la justicia y la acción de los grandes servidores de la patria cuya expresión más alta es Simón Bolívar, el Libertador, violando con ello los objetivos programáticos expuestos en el Preámbulo de la Constitución y desarrollados por ésta”.
Hay “traidores buenos”, solo para nombrar algunos: George Washington “que se rebeló contra las autoridades británicas, a las que había jurado lealtad”. Hoy los norteamericanos lo consideran “su” héroe y “su” primer patriota. Creo que todavía el rey Carlos lo sigue considerando “un traidor”.
Otro ejemplo lo representa José de San Martín, que era “hijo de españoles, tenía acento malagueño” y tocaba la guitarra como si fuera Paco de Lucía, “era teniente coronel del ejército de la corona”, pero se dio la media vuelta y la cambió por la patria.
Hay otros ejemplos. El más célebre es la traición de Judas y de Pedro a Jesús, el primero lo vende y el segundo lo niega. Dicen que tres veces, aun cuando hay testimonios de que, por lo menos, fue una docena de veces. Pero el miedo es libre y eso era lo que tenía Pedro.
Hay que agregar que tales traiciones hicieron posible la pasión, la muerte y la resurrección y por supuesto el cristianismo. Es célebre la repuesta, con un dejo de humor e ironía de Jesús a Pedro: “Sobre esta piedra edificaré mi iglesia” (¿captan la ironía del juego de palabras? Camus dice).
Finalmente, para no hacer más larga la lista, la concluiré con Juan Carlos de Borbón, quien traiciona el legado de Francisco Franco y da lugar al inicio de la democracia española.
Así que la historia está llena de traidores que merecen una absolución de la historia y de hecho les ha sido concedida.
Venezuela hoy necesita buenos traidores, traidores necesarios. ¿Los tenemos? Sí, los tenemos, pero no se atreven a cometer la traición que podría tener como premio la recuperación de la democracia.