Esta historia la escribí en el año 2010, hoy quiero traerla de nuevo, en homenaje a ese gran artista, mi amigo, Trino Mora.
La partida de Trino nos deja un vacío, pero también un gran legado que deberían conocer los jóvenes que hoy empiezan a hacer música.
Gracias Trino, seguirás vivo en nuestros corazones.
I
Corrían los años sesenta y por esas casualidades de la vida, César Miguel Rondón y yo éramos vecinos en la urbanización Vista Alegre. Éramos hippies y adolescentes sesentosos. César tenía mucho cabello y lo tenía largo. Él era tres años mayor que yo y se convirtió en mi héroe y compinche de mi lejana juventud.
Ambos éramos amigos y vecinos de Trino Mora y del prometedor y apuesto locutor Henrique Lazo, aunque ellos ya eran mayores de edad hace rato. De esa amistad con Lazo, creo que nació la pasión de César Miguel Rondón por la radio, en cambio, yo admiraba a Trino Mora y trataba de vestirme como él, al punto que un día llegué a mi casa con un jean pegadito tipo campana, decorado con unas florecitas en los bolsillos, sostenido por una correota que terminaba con una hebilla que tenía dibujada una mata de marihuana. También llevaba puesta una camiseta como la que usa Trino, y un par de zapatos plateados de plataforma con la bandera de los Estados Unidos en los tacones, que me regaló el joven Rudy Márquez.
Cuando mi mamá me vio vestido así, casi le dio un ataque, y me dijo:
–¡Hombres raros e imperialistas en mi casa, no!
Y agarrándome por una oreja me quitó toda mi pinta que, hasta el sol de hoy, más nunca volví a ver.
Un mes después me compré una ropa casi igual, pero la escondí en la casa de César Miguel, quien también tenía perchas parecidas, incluso, él usaba cadenas con cruces y símbolos de la paz.
Con César Miguel y Henrique Lazo aprendí a escuchar a Los Beatles y a Celia Cruz, y no nos gustaban ni Los Melódicos ni La Billo’s, porque decíamos que era música gallega.
Era una época deliciosa, yo me uní al “Grupo Bohemio”, dirigido por una de las personas que más admiro, quiero y quien es culpable de mi actual profesión, mi profesor de teatro y espectáculos, Levy Rossell.
A pesar de los pesares y aunque nuestros padres creían que el ambiente en el que nos movíamos era peligroso, creo, viéndolo ahora desde lejos, que comparado con lo que hoy tenemos, aquello era de una inocencia casi pueril.
No importando la diferencia de edades, la amistad con César, se volvía interesante, sobre todo por las maldades pendejas que hacíamos, como, por ejemplo, cuando nos coleábamos en un autocine que quedaba en la entrada de La Vega en donde ahora está ubicado el edificio de Rescarven. Íbamos escondidos en la maleta del Opel Rekord 58 de Henrique Lazo.
César y yo “pagamos” la entrada llenando una enorme bolsa de tintorería con cotufas preparadas por nosotros. Nos encerramos en la maleta del carro. Adelante iban Henrique y su novia, y en la parte de atrás, Trino con la de él. Por cierto, en estos días, me encontré con una viejita viejitica que me dijo:
–Claudio ¿te acuerdas cuándo íbamos con Henrique al autocine?
Tratábamos de ver películas censura “C”, pero como César y yo éramos menores de edad no nos dejaban entrar legalmente.
Ya dentro del autocine, aflojábamos el asiento en donde iba Trino y su novia, y por allí asomábamos la cabeza. Casi no veíamos nada por la incomodidad y por la pena, ya que Trino y Henrique, se ponían a rascabuchear a sus novias, además, se movían demasiado.
Un día, César, desesperado porque no veía nada, en una escena clave de la película, le preguntó a Trino:
–Trino… ¿ves algo?
Trino, fastidiado, dejó de besar a su novia, y con el sostén en la mano, mientras miraba la enorme pantalla del autocine, le respondió:
–Sí … una teta lejana.
–César y yo, atoradísimos, estirábamos el pescuezo intentando ver lo que decía Trino que estaba pasando.
–¡Claudio, Claudio! –dijo César- Trino dice que está viendo una teta.
–¡Una teta!, ¿en serio? Yo también quiero verla -dije emocionado.
Lo peor de la cosa es que en realidad nunca veíamos a las actrices que enseñaban las tetas, porque cuando por fin lográbamos asomar la cabeza, siempre se estaban vistiendo.