En el pintoresco lienzo de las coloquiales expresiones idiomáticas venezolanas, una que resalta por su contundencia y profundidad es la frase “No me eches ese carro”, o una variante, «No me pueden echar todo el carro a mí». Cualquiera de las dos, u otras similares, van más allá de una simple negación de responsabilidad; al contrario, constituyen un llamado a la equidad y la justicia en la distribución de cargas y culpas.
Cuando alguien pronuncia estas palabras está señalando que no puede ni debe cargar con toda la responsabilidad de una situación e, implícitamente, revela que considera que existen otros actores que deben asumir las partes que puedan corresponderles. Es una manifestación de la necesidad de una distribución equitativa de las cargas que conlleva.
Ahora bien, cuando esta frase es pronunciada por quien detenta el poder, su significado adquiere una dimensión más profunda y enigmática y, para colmo, difícil de descifrar, pues evoca famosas afirmaciones, como la de Luis XIV de Francia -el «Rey Sol»- a quien se atribuye haber pronunciado «L’état, c’est moi» (El Estado soy yo), con la que el monarca absolutista se identificaba por completo con el Estado y su poder.
Pero no fue sólo el rey de Francia quien utilizó términos que fundían la figura del mandatario con el Estado. En épocas recientes, y concretamente en el siglo XX, Adolf Hitler clamaba que él era «( … ) el único líder del Reich alemán ( … ) dispuesto a sacrificar(me) por mi pueblo, pero nadie me privará de mi autoridad», mientras que Benito Mussolini se regodeaba diciendo «Tengo siempre razón. Soy la verdad».
Por su parte, Nicolae Ceaușescu se vanagloriaba expresando que su voz era «la voz de la nación»; y Slobodan Milošević no se quedaba atrás: «Nadie más que yo sabe lo que es mejor para el país y nadie más que yo tiene la autoridad para decidir qué hacer».
En la convulsionada África de legendarios dictadores resaltaba Idi Amin Dada, que vociferaba que el presidente era el hombre verdadero y él era el presidente; y en la lejana y tenebrosa Corea del Norte, Kim Jong-il se destacaba por su liderazgo autoritario y su énfasis en la militarización del país: «Todo debe ser decidido por mí. Todo debe hacerse a mi orden».
Como se puede observar, cuando un gobernante utiliza frases que lo que buscan es transmitir un mensaje de poder absoluto, está poniendo de manifiesto la concentración excesiva de poder en sí mismo, sugiriendo que él -o ella- es el Estado y, por lo tanto, la máxima autoridad que decide sobre todo; y cuando esto sucede, se coloca en el centro del escenario político como un autócrata, estableciendo una dinámica en la que la voluntad del líder prevalece sobre cualquier otra consideración, dejando de lado las instituciones democráticas y los derechos individuales.
Estas expresiones invitan a reflexionar sobre la responsabilidad, el poder y la distribución equitativa del mismo en una sociedad. Recuerdan que ningún individuo, por más poderoso que sea, puede ni debe pretender ser el Estado en sí mismo, pues la verdadera fuerza de una sociedad radica en su capacidad para compartir responsabilidades y decisiones de manera justa y democrática, garantizando así el respeto por los derechos humanos y la dignidad de todos sus miembros.
En las democracias con Estados de Derecho consolidados, los líderes suelen enfatizar la colaboración de los Poderes Públicos, la representación y el respeto por las instituciones y los procesos democráticos. Por lo tanto, pareciera poco probable que un líder democrático pronuncie una frase que sugiera una concentración excesiva de poder en sí mismo. Al contrario, han resaltado su papel como líderes visionarios -Nelson Mandela en Suráfrica- o han destacado su capacidad para tomar arriesgadas decisiones en momentos de crisis, como Winston Churchill, en el Reino Unido.
En fin, cuando se producen expresiones como las comentadas, es importante distinguir entre la afirmación de liderazgo fuerte en una democracia y la manifestación del gobernante de concentrar en sus manos el poder de forma autoritaria.