OPINIÓN

Una reflexión sobre la convivencia

por David Uzcátegui David Uzcátegui

Stefany Hernández

En los últimos días ha sido objeto de discusión en la opinión pública nacional el trato que presuntamente habría recibido la atleta venezolana Stefany Hernández en un local comercial de la urbanización Las Mercedes, en Caracas.

La medallista olímpica ha insistido a través de sus redes sociales y en diversas declaraciones en que fue víctima de homofobia, cuando el personal de seguridad la expulsó a ella y sus amigos de manera abrupta. Según la ciclista BMX, la razón fue su manera de vestir y de ser.

Lo más lamentable de este asunto es que existen versiones contradictorias sobre el incidente; pero todas coinciden en un escalamiento de la agresividad y la violencia de la situación, hasta llegar incluso a la agresión física.

Es inaceptable que un extremo tan grave como este se vea como normal, cuando en muchas otras naciones sería objeto de una sanción penal sumamente severa.

Hernández asegura que ella y sus amigos fueron invitados a salir del lugar sin aparente razón, tras haber volcado un vaso, lo cual provocó una situación que no siguió porque en ese momento se retiró al baño.

Otros participantes de la discusión al respecto en redes sociales, aseguran que Stefany y sus acompañantes se estaban comportando “de manera inadecuada”. Habría que profundizar más en esta afirmación, porque lo que puede ser incorrecto para unos, puede no serlo para otros. Siempre se trata de un terreno relativo, subjetivo y por lo tanto pantanoso.

Algunos más afirman que fue el grupo de la deportista el que comenzó a molestar a los otros consumidores presentes en el lugar.

Lo cierto es que el impasse originó una discusión que terminó en golpes. Incluso corre una versión de que, tras ser golpeada, la deportista recibió una disculpa por parte del personal del club, quienes alegaron que la golpearon “por pensar que ella era un hombre”. No es pretexto, razón ni excusa. Sea cual sea la razón, es increíble que se haya llegado a esos extremos.

Es muy lamentable que el foco distorsionado que tiene la discusión política desde hace tanto rato en Venezuela nos distraiga de debates que debemos dar como nación, y hablamos por ejemplo del respeto al prójimo, el cual es nada menos que la base de la viabilidad de cualquier sociedad.

Sea lo que sea que haya sucedido, sin duda esa noche se cruzaron límites que jamás deben ser cruzados. El salir a disfrutar de un espacio público implica recordar aquella máxima de que nuestro derecho termina donde comienza el de los demás y que exigir derechos también implica cumplir con deberes.

Esos son los límites que se han desdibujado en la sociedad venezolana, donde cada vez nos vemos más carentes de ejemplos positivos y los negativos abundan en demasía. No solamente son celebrados y aplaudidos, sino además incorporados a la galería de referentes de comportamiento.

Por otro lado, la versión de Stefany abre también otra discusión necesaria. Si de verdad lo que sucedió es que ella fue expulsada del lugar por su forma de vestir y por su personalidad, sin que haya mediado ningún otro incidente, volvemos a caer en los terrenos tan poco abonados del respeto.

Si este fuera el caso, nadie debería ser censurado por sus opciones personales de vida ni por cómo decide vivirla. No parecen parámetros familiares a la venezolanidad, donde la apertura a la diversidad fue lo que nos hizo por décadas país receptor de los más diversos inmigrantes, quienes pudieron practicar abiertamente sus diversas culturas e incorporar lo mejor de ellas a nuestra nación, incluyendo sus filiaciones religiosas, su cocina o su forma de vestir.

El querer que todos entremos por el mismo aro ha sido quizá una de las herencias más perniciosas que la diatriba de estos últimos años nos ha dejado. No se tolera al distinto, se le ve como enemigo y esto no se circunscribe solamente al campo político, como parece ser en el caso que nos ocupa hoy.

La atleta alega que ha vivido durante una década en Europa, donde la tolerancia al que es diferente –porque todos somos diferentes en algún sentido- ha sentado sociedades prósperas y de envidiable progreso intelectual y cultural.

Sin duda tenemos por delante una tarea muy compleja, la cual no es otra que la reconstrucción del tejido social de la convivencia. Y es algo que tenemos que comenzar todos y cada uno de nosotros desde este mismo momento. Debe ser un movimiento que vaya de abajo hacia arriba, que se expanda desde nuestros hogares hacia las calles, para que termine por impregnar a la nación entera.

No será difícil. Sabemos que de eso estamos hechos los venezolanos y la venezolanidad, y no podemos dejar que nuestra personalidad sea usurpada por eso que realmente no somos. Y tiene que ser parte de la agenda de la Venezuela que queremos.