OPINIÓN

Una pandemia de autoritarismos

por Asdrúbal Aguiar Asdrúbal Aguiar

La pandemia del covid-19 desde ya deja lecciones, cuando menos alertas que reclaman de una actitud más responsable por las élites globales comprometidas con la experiencia de la democracia; no sea que al superarse la fase más crítica regresemos al Medioevo, con las libertades básicas vapuleadas, bajo miedos existenciales inducidos.

El sistema multilateral heredado de la Segunda Gran Guerra del siglo XX, desfigurado desde los años sesenta al reafianzarse el peso de los Estados por sobre el principio tutelar y ordenador de la dignidad humana [pro homine et libertatis] y quedar condicionado a la lógica de la bipolaridad ideológica (capitalismo vs comunismo, Norte vs Sur), es el gran ausente. Más allá de la oferta de dineros sin intereses no ha podido conducir a la humanidad, globalizada por la amenaza china.

En presencia de nuestra “primera guerra global” virológica y desleal –por tratarse de un enemigo artificial e imperceptible, como lo indican las investigaciones– la ONU y sus filiales me recuerdan a la inútil Sociedad de las Naciones. No pudo evitar la Primera Gran Guerra de 1914 con sus equilibrios.

Los Estados, frágiles víctimas de la liquidez cultural y digital que nos envuelve, penetrados por la paraestatalidad criminal y enfermos de populismo, han tenido que proceder por las vías del ensayo y error. Cada uno actúa por su cuenta, separado, mientras el virus destructivo no discrimina geográficamente ni en lo personal; todos a uno de sus gobiernos, eso sí, usufructúan de la “dictadura constitucional” sin controles reales, salvo en los casos de Estados Unidos, Costa Rica, Colombia, Uruguay y España en medio de tensiones.

Mientras la humanidad se repliega en una suerte de vuelta al útero materno para librarse del daño pandémico –“De aquella cueva nos valga el asilo, en ella, siendo racionales alcarrazas, nos libraremos”, reza el diálogo entre Giges y Sumesf (1740)– toman su espacio los dioses nuevos de nuestra contemporaneidad: el “grito de la naturaleza” y el “gobierno artificial o virtual” que nos controla a distancia, sin el arbitramento impertinente de la soberanía popular.

El morbo de la corrupción que se profundiza durante las dos últimas décadas hace de las suyas a costa de esas presas asustadas que nos hemos vuelto, ahítas de cuidar la vida a cualquier precio.

La desinformación (fake news) es divertimento o distracción para los internautas en cuarentena, mientras la información médica unas veces se oculta o se dosifica a conveniencia por quienes la detentan, midiendo los efectos políticos poscoronavirus.

Dentro del marco de incertezas globales presentes puede decirse que la pandemia tampoco discrimina por razones democráticas. Pero la realidad democrática está contando en los resultados de la gestión del covid-19.

Estados Unidos, sin ahogar los contrapesos federales ni ocultar la verdad, nos muestra un panorama de letalidad elevada por la enfermedad, es cierto. Pero México, su vecino, relajando los controles de modo irresponsable presenta muertes que son un tercio menores a las de Brasil, mientras que este, bajo la conducción de un militar, presenta casi 20% de mortalidad con relación al mismo Estados Unidos y teniendo 34% menos de su población.

Colombia, administrando la excepción con apego al Derecho y una población proporcional a las de Venezuela y Argentina, duplica la letalidad de la última; pero Venezuela, bajo un régimen despótico ofrece un efecto tan pequeño de la pandemia que es similar al de su otro vecino, Trinidad, que apenas cuenta con 0,2% de la población venezolana.

Si se mira a Cuba, con una población parecida a la de República Dominicana –ambas son islas, aquella una dictadura y esta una democracia deficiente– su régimen afirma tener solo 17% de las muertes ocurridas en la segunda.

Costa Rica y Uruguay, consideradas democracias plenas y con poblaciones similares, con apego cuidadoso a sus tradiciones civiles y democráticas muestran un panorama benigno y alentador por sobre la región. Han tenido éxito. Las conclusiones no se hacen esperar.

Bajo los regímenes autoritarios de Cuba, Nicaragua y Venezuela, la data baja tiene contracara la censura de la información junto a la persecución política de quienes la desafían. Entretanto, como cabe agregarlo al margen, España, cuya democracia se encuentra afectada por la desviación autoritaria de su gobierno, teniendo 14% de la población de Estados Unidos ya ha sufrido 30% de su letalidad. Pero los juicios de valor negativo en los medios globales se mantienen direccionados. Les preocupan los gobiernos de Brasil y Ecuador, casualmente. Y mientras México es saludada con énfasis no hacen otro tanto con Costa Rica o Uruguay. Tras el covid-19, en suma, la región puede verse inundada por la pandemia de los autoritarismos.

Un ilustre hijo de la nación azteca, ex presidente de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, Sergio García Ramírez, decía bien que “para favorecer sus excesos, las tiranías clásicas que abrumaron a muchos países de nuestro hemisferio invocaron motivos de seguridad nacional, soberanía, paz pública…”. Y advierte que “otras formas de autoritarismo, más de esta hora, invocan la seguridad pública, la lucha contra la delincuencia para imponer restricciones a los derechos y justificar el menoscabo de la libertad”.

Las excusas, sin lugar a duda, ahora serán la pandemia en curso o la que viene, el cuidado de la naturaleza, o ponerle coto digital a la sobreinformación que conspira. Vivimos en una oscurana.

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