A Oscar Pérez, in memóriam
Hay los opositores vociferantes y los bien educados, los torpes y los iluminados, los fáciles y los difíciles, los ignaros y los sabios, los traficables y los intraficables, los cultos y los ignorantes, los populares y los mantuanos. Opositores venezolanos los hay de toda clase y condición. Y aún así: nadie es capaz de explicarnos qué es y qué papel desempeña esta extraña bestia de dos cabezas, este monstruo reversible como si fuera el producto necesario e inevitable de una condenación histórica dado este desierto de líderes. Venezuela, aún y a pesar de la devastación de su antiguo liderazgo, ha seguido teniendo políticos e intelectuales dedicados al quehacer público capaces de enmendar rumbos y dar los golpes de timón necesarios como para que el país no siguiera a sus flautistas y desembocara en este tremedal. Nombrarlos sería si no innecesario, injusto y arbitrario. Estarían los que están sin merecerlo y faltarían los que siéndolo son aviesamente olvidados. Más vale darlo por sobreentendido.
Los mejores y más combativos han ido desapareciendo del escenario como afectados por una peste misteriosa. Con una constante que asombra: la peor de las tiranías que ha conocido Venezuela en sus doscientos años de república solo conoció, en estos veinte años de horror y sufrimientos, un solo hombre –poco importa si civil o militar– dispuesto a pasar a la clandestinidad y pagar con su vida por el ejemplo: Oscar Pérez, el joven y valeroso soldado. Y la media docena de combatientes y familiares que le acompañaban al momento de ser masacrados a plena luz del día, en vivo y en directo, ante el ensordecedor silencio de una castrada opinión pública. Que hasta se permitió dudar de su seriedad. Todos los demás venezolanos dispuestos a enfrentarse a la tiranía han preferido acodarse a la sombra institucional de los despojos, allegarse al capitolio, refugiarse en una embajada o huir al exterior. Siguiendo a su clientela: Acnur reporta un cuarto de millón de almas autodesterradas de Venezuela solo en los primeros meses de este año. Jamás, en diecisiete años de dictaduras, salieron tantos conosureños -chilenos, argentinos y uruguayos- al exilio. En esta Venezuela de Maduro ya superan los 4 millones.
Lo único cierto es que la famosa frase que definió treinta o cuarenta años de lucha contra el establecimiento –enconcharse, irse al monte, enguerrillarse y empuñar las armas contra el régimen, o “el sistema”, como se decía entonces– desapareció del diccionario político venezolano desde las últimas incursiones del Estado cubano y las guerrillas de los hermanos Petkoff, Moisés Moleiro y Américo Martín, en medio de los sesenta. Hoy solo son sombras en la noche. Ciertamente: abundan los casos del recurso al auxilio armado extranjero, a falta de los propios, solicitados con desesperación incluso por el Libertador, a quien nadie puede calificar de blandengue o espantadizo. Pero desde que los guerrilleros de antaño, aliados con los golpistas de siempre, se hicieran finalmente con el poder y establecieran la dictadura que nos aherroja, desaparecieron los políticos dispuestos a luchar armas en mano contra la tiranía. Entonces se les permitía la sobrevivencia, como para que asaltaran el poder por otros medios. Hoy quienes lo osaran serían descuartizados por quienes fueran perdonados ayer. Es lo que se ha dado en llamar “guerra asimétrica”: nosotros los perdonamos, ellos nos descuartizan.
Es una pérdida notable, dolorosa y muy lamentable. La democratización y civilización parlamentarista de los hábitos de los soldados de la democracia del posgomecismo le vino como anillo al dedo a la militarización extrema de los hábitos de sus criminales asaltantes. Así, mientras cientos de miles de hampones y delincuentes se han visto armados hasta los dientes y motorizados por los aspirantes a tiranos y vasallos del castrocomunismo, desaparecían hasta de la memoria los combatientes armados por la libertad, tal como los héroes y mártires de aquella Acción Democrática que hicieran posible la caída de la dictadura perezjimenista y la conquista de la democracia liberal bajo el paraguas de Punto Fijo. Ha sido tan extrema esa conversión de nuestros hábitos políticos, tan brutal y silencioso el sometimiento opositor a la represión castrocomunista imperante que pronto se cumplirá un mes de la desaparición del segundo hombre de ese otrora combatiente partido por la democracia, el pan y el techo para los venezolanos, sin que ni siquiera se advierta su ausencia. ¿Comparable el caso de Edgar Zambrano con los casos de Pinto Salinas y Ruiz Pineda? ¿Dónde está Edgar Zambrano? ¿Vive o ya entró a las estadísticas mortuorias de la Nicolás Maduro?
La República liberal democrática ha sido descuartizada a vista y paciencia de la comunidad internacional. Y el cómplice y ominoso silencio de los medios venezolanos. Sin la red seríamos sordos, mudos y ciegos. Más de 4 millones de venezolanos, entre los cuales muchos de sus mejores, más cultos e ilustres ciudadanos, han preferido seguir la estampida, huir del campo de batalla y postergar sus anhelos de libertad para cuando otros, si lo hacen, les saquen las castañas del fuego. Si llegara a suceder, volverán los más avisados a exigir su parte de la torta. Y los que decidieron quedarse, en vez de enfrentarse cara a cara y a pecho descubierto con la tiranía han preferido cohabitar con ella en uno de los más insólitos y sorprendentes casos de hermafroditismo político imaginable. Naturalmente: con plena y tolerante complacencia de la tiranía cubana, Rusia, China y el talibanismo islámico. No sería sorprendente si en un acto de burlón desafío y abuso de confianza, Nicolás Maduro, bien aconsejado por Vladimir Putin y Raúl Castro, le cediera uno de sus despachos de Miraflores al diputado Guaidó. Y compartiendo la banda presidencial visitaran tomados del brazo a Leopoldo López en la embajada de España. Más de un asesor habitué de Casa Lucio correría a contárselo admirado a Pedro Sánchez.
¿Por qué no? Todo es posible en Macondo. Salvo un levantamiento insurreccional y la muerte del tirano a manos de una ciudadanía encabronada. Guaidó, el Grupo de Lima y la Unión Europea harán cuanto esté de su parte para impedirlo.