OPINIÓN

¿Una nueva unidad?

por Fernando Rodríguez Fernando Rodríguez

 

A mi amigo Argenis Martínez

Las políticas frentistas son bien conocidas. Ante un poderoso y despótico enemigo las organizaciones débiles como para enfrentarlo solas suelen unirse, o tratar de unirse, más allá de las diferencias políticas o ideológicas que las separan, para tratar de restituir un clima democrático donde puedan sobrevivir e incluso poder volver a combatir entre ellas. Se posterga, pues, la identidad propia para hacer frente al despiadado y robusto enemigo. Tal sucedió en las luchas coloniales, en que los pueblos sometidos por grandes potencias lucharon juntos, y vencieron en casi todo el orbe y en diversas épocas, al menos para alcanzar un mínimo de independencia y soberanía  nacional, así permanecieran y permanecen sometidas a relaciones de coacción política y, sobre todo, de explotación económica. Y los explotadores fueran otros. Y la unidad, casi siempre heroica de la independencia, del tirano o el colonizador haya desaparecido en luchas fratricidas que aúpan las nuevas formas de sujeción a los poderosos.

El ejemplo mayor fue la unión de los extremos políticos, capitalistas y comunistas, básicamente Estados Unidos e Inglaterra con la URSS, para derrotar al nazismo que pretendía someter el planeta entero y cometía los más horrendos crímenes para realizar sus demenciales propósitos. Y esa unión, casi contra natura, logró sus propósitos y el omnipotente Hitler terminó dándose un tiro en la cabeza. Es posible que sin esa unión no se hubiese logrado la victoria.

Ahora bien, en un tiempo muy breve, después de la victoria, los aliados se convirtieron en enemigos acérrimos y sometieron por decenios a la humanidad a la llamada Guerra Fría, equilibrio del terror de dos facciones multinacionales que poseían la capacidad de destruirse la una y la otra con un artefacto siniestro como ninguno conocido, las bombas atómicas que ambas poseían en cantidad suficiente para acabar con la especie humana.

Estas muy sabidas consideraciones he querido recordarlas porque nosotros hemos vivido la tragedia chavista a partir de la búsqueda de una unidad para derrocarla. A veces la logramos, pero no era en el momento ni había la fortaleza para salir de la dictadura. Pero ahora no solo no la hemos consolidado, ahora que el enemigo se ha empequeñecido como producto de la devastación del país y la evidencia de sus crímenes, sino que pareciera escindirse sin tregua y de otra parte haber perdido su ascendencia sobre la población. Ya casi no recordamos aquellas marchas que recorrían Caracas de varios centenares de miles de ciudadanos que acaecían en nuestras ciudades mayores en  esta larga noche de silencio y apatía en que hemos caído. Y donde solo se oye, muy de cuando en vez, la diatriba amarga contra el otrora compañero de ruta.

Yo quería sugerir otro rostro a este desierto político opositor. Hasta ahora la mayoría, y también casi toda la minoría ilustrada, hemos ignorado lo que cada partido piensa para el país, su perfil ideológico pues, mientras tanto Venezuela en su caída abismal se hizo cada día más escindida y los pobres rondaron el 80% o 90% y más de 6 millones partieron a penar en los caminos del continente, mientras un pequeño grupo vivía su vida de bodegones y de la vuelta del güisqui bien añejado, y Miami a cada rato. ¿No sería a lo mejor más eficiente y liberador que esa desigualdad monstruosa y creciente fuera el parámetro de la unidad? Al fin y al cabo los grandes opresores han robado tanto que quizás sean mayoría de la nueva organización de clases. Sin excluir a nadie de buena voluntad digamos que el centro de la unidad está en Petare y no en La Lagunita. Hacia allí tenemos que ir, en autobús no en la flamante camioneta. A lo mejor hay una nueva unidad que hizo el hambre y la enfermedad, la ruina de casi todos.